miércoles, septiembre 24, 2014

MEDIACIONES

Como algunos sabrán (o no), este mes se celebran los 50 años de la fundación del Museo Nacional de Antropología en México, dato que interesa a estos bites en parte porque soy MUY aficionado a los museos (como bien han podido descubrir quienes a visitar recintos de esta naturaleza me han acompañado) y, por otra parte, porque llevo siete años trabajando en éste en particular... Así, para conmemorar tan importante aniversario, comparto un texto con algunas reflexiones que sobre esta experiencia he ido acumulando...
La visita ideal
un Hutopo museando
apropiaciones de discurso

Ante todo, definamos términos; entiendo por “discurso” no sólo la actuación oral de la lengua, sino todo conjunto ordenado de sintagmas que busca un sentido autocoherente. En esta lógica, discurso no es sólo la palabra que hablo o escribo, sino también mi ropa y la forma en que la porto y, por supuesto, los museos, las piezas en ellos exhibidas y la forma en que éstas se presentan e interactúan entre sí.
Permítaseme ahora la declaración de principios: No existe la visita ideal, pues no existe el visitante ideal, como no existe el museo ideal… Atenuemos el determinismo; suponer la existencia de un museo ideal sería negar, de principio, la variedad de formas, objetivos y fondos que puede tomar el discurso del museo.
            Este es un punto importante; cada museo posee su discurso propio… No se trata sólo de la distinción entre museos de arte, históricos, antropológicos, de sitio, de ciencia, interactivos y etcétera. Se trata de la forma en que cada museo proyecta su discurso a través de las piezas expuestas, su orden y la forma en que éstas se interrelacionan.
            Es decir; cada museos es, per se, su propio discurso.

Otro factor a tomar en cuenta es el público.
            Dice la hermenéutica que el discurso no es sólo éste, sino, sobre todo, la forma en que el receptor lo entiende, interpreta y apropia. Es decir, del discurso de los muesos no sólo nos importan sus elementos inherentes, sino  el background de cada público y la forma en que éste influye en su apropiación del discurso del museo.
            Finalmente, es claro que no entendemos de los discursos su contenido literal (por otro lado, ejercicio que resultaría inútil), sino que interpretamos de ellos múltiples significados y contenidos, a partir de nuestro particular bagaje; resignificándolos y dándoles un sentido completamente nuevo.
            La apropiación de un discurso, entonces, depende tanto del discurso en sí, como del receptor.

Esto es particularmente importante para el trabajo en museos de arte, históricos y antropológicos (no tanto, aunque sí influye en los tecnológicos); entender qué tanto facilita el bagaje de cada público su acercamiento a los contenidos del discurso.
            Es decir, si es cierto que cada público interpreta el discurso de acuerdo a su propio bagaje, también es cierto que esta interpretación será más o menos fiel a la idea original de acuerdo a que tan rico (o pobre) sea propiamente este bagaje.
            En materia de arte, por ejemplo, es cierto que la apropiación del discurso estético inherente a una obra pictórica, será distinta conforme más familiarizado esté el público con conceptos como teoría del color, región áurea o, incluso, la historia y fundamentos teóricos de las escuelas artísticas.
            Similares acotaciones podríamos hacer con respecto a los museos históricos y/o antropológicos. Donde la experiencia del público en estos, será más o menos rica, conforme mayores conocimientos históricos ajenos, pero suplementarios a los contenidos de la exposición, tenga el receptor.
            Aquí, entonces, el papel de la mediación y la idea de la visita ideal…

No nos confundamos, nuestro papel es ese; ser mediadores.
            No nos limitemos; ser mediadores no implica restringirnos a los escasos márgenes que nos impone el propio museo, su discurso y contenidos. Ser mediadores implica, necesariamente, enriquecer los propios contenidos de los museos para facilitar el acercamientos a estos de los diversos públicos.
            La visita ideal, entonces, de existir, implica conocer el discurso del museo y saber mirar más allá de éste. La visita ideal, entonces, de existir, no es una receta fija, sino una práctica variable que se adapta, conforme nuevas informaciones son conocidas y los públicos varían.
            El papel del mediador, entonces, es conocer  a sus públicos y ser capaz de darles nuevas herramientas para el acercamiento y la apropiación de los discursos de cada museo. En esta lógica, la visita ideal, de existir, es la actuación y enriquecimiento del discurso del museo.

Mario Stalin Rodríguez
Asesor Educativo
Museo Nacional de Antropología.

Ponencia presentada en el marco de la 13a Camarilla de Experiencias, Pensamiento y Comunicación creativa en Museos, Septiembre de 2012.

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jueves, septiembre 18, 2014

SIN FINAL FELIZ

Será, tal vez, que en la vida no hay ningún había una vez.
            Llegamos el uno al otro cuando la historia ya ha empezado, desconociendo a los personajes y la situación y, más que espectadores, llegamos directamente al escenario sin conocer el guión ni cual será nuestro papel.
            No, en la vida no hay ningún había una vez...

Y será, tal vez, que es mejor así.
            Porque no actuamos, entonces, siguiendo pautas determinadas sobre marcas preestablecidas, ni estamos obligados a jugar el juego que alguien más pensó para nosotros... Porque, sin papeles fijos, sólo debemos ser coherentes con nosotros mismos. Así, podemos irnos dibujando juntos; tú a mi, yo a ti.
            Sin construir cuentos, sin había una vez... Caminando una historia, construyéndola... Y no, no es fácil; no lo ha sido, ni lo será.
            Porque, queda escrito, al contrario de los cuentos, la vida se construye en gerundio; construyendo. Sin había una vez y sin finales felices; sólo camino que se camina caminando.
            Construimos, entonces, la felicidad de las tristezas, enojos, sinsabores, desencuentros y soledades; de las propias y las ajenas y, sobre todo, de las que compartimos... Vamos construyendo la felicidad, tú en mi, yo en ti.
            Por eso no hay final feliz... Y será, tal vez, que es mejor así.

Mario Stalin Rodríguez
Para Jessica

porque son ya tres años en que vamos construyéndonos.

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miércoles, septiembre 10, 2014

La Otra Versión 15

Dos meses, dos, me tardé yo en dibujar estas 10 páginas y portada... Pero creo que el esfuerzo valió la pena, sobre todo en las últimas...
Y recuerden que esto trae una larga historia atrás, particularmente:
00, 01, 02, 03, 04, 05, 06, 07, 08, 09, 10, 11, 12, 13 y 14










Y ya, esto continuará cuando continúe... Espero que sea pronto.

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jueves, septiembre 04, 2014

INFECCIÓN

Al principio no se le dio la mayor importancia; se consideraba que era producto de pautas culturales arraigadas en ciertos grupos humanos. Incómodas y agresivas para ciertos integrantes de estos, pero, finalmente, parte de sus costumbres y que, por lo tanto, debían ser respetadas por más extraña que pareciera a los ojos de las sociedades civilizadas.
            Sin embargo; pronto fue evidente que, mucho más que el comportamiento de ciertos individuos en ciertas sociedades, se trataba de un fenómeno presente en todo el mundo, cuyas proporciones podían ser calificadas fácilmente de “pandemia bíblica”. Todos los países, en mayor o menor número, pero sin excepción, mostraban casos de lo que en poco tiempo fue bautizada por los medios de comunicación como “la Plaga del Fin del Mundo”.
            El nombre clínico fue acuñado en la península ibérica; “Narcolepsia Selectiva del Transporte Público”; quienes la padecían, principalmente varones a partir de la adolescencia, aunque la infección de mujeres de las mismas características no era extraña, aparentemente en perfecto estado de salud y sin ningún padecimiento o limitación física evidente, que por causas desconocidas, cuando hacían uso de cualquier trasporte público masivo (como autobuses o el tren subterráneo) y se hallaban sentados, experimentaban un repentino ataque de narcolepsia o ceguera selectiva si el vehículo o vagón era abordado por mujeres de cualquier edad, principalmente si estaban embarazadas o cargando a un infante o bolsas voluminosas, personas de cualquier género de avanzada edad o usando muletas y bastones.
            Cuando alguien como los enlistados se encontraba en las cercanías de algún infectado, éste se dormía inmediatamente o, de alguna manera, lograba bloquear su visión selectivamente y seguía platicando con su acompañante (quien, probablemente, también padeciera la enfermedad) o leyendo o escuchando música o cualquier otra actividad que estuviera realizando. Si la persona detonante o un tercero señalaba el comportamiento al infectado, la reacción de éste podía variar desde la fingida indiferencia, pasando por la “respuesta cínica deficiente” (lo que hacía evidente que la enfermedad afectaba las capacidades mentales, disminuyendo el Coeficiente Intelectual del enfermo a niveles propios de organismos unicelulares), hasta la agresión física para defender el asiento ocupado.
            Países como Alemania o Estado Unidos atribuyeron la propagación de la enfermedad a la inmigración proveniente de países latinoamericanos, árabes y africanos. Una de las primeras medidas de contención establecidas fue, sorpresivamente, cerrar sus fronteras y autorizar el uso de fuerza letal contra quien intentara cruzarlas ilegalmente. Pero pronto fue evidente que, de hecho, era en la población más recalcitrantemente xenófoba entre quienes con mayor incidencia se presentaba la infección (una hipótesis es que el racismo y la xenofobia exacerbados son un síntoma de la disminución del Coeficiente Intelectual causada por la enfermedad).
            Otras medidas de contención más específicas también fracasaron. El establecer vagones del subterráneo, áreas de los autobuses o vehículos exclusivos para mujeres, niños, adultos mayores y discapacitados físicos, si bien logró contener a los infectados varones en alguna medida, sólo logró aumentar exponencialmente la violencia de las mujeres infectadas que hacían uso de estos y la degradación intelectual de los varones que lograban colarse o incluso en los vehículos y áreas no restringidas...

Cuando todas las medidas de contención habían fracasado y el futuro de la humanidad se daba por perdido, la solución (que no la cura) provino de un país de Latinoamérica.
            A iniciativa de la recién electa gobernante de una ciudad, se establecieron brigadas de fotógrafos que viajaban, debidamente identificados, en todos los trasportes públicos. Cuando alguien manifestaba los síntomas de la infección, estos procedían inmediatamente a fotografiarle de manera que su cara fuera claramente identificable. Todos los autobuses y vagones del subterráneo contaban con monitores que, inmediatamente, mostraban los rostros de los infectados al resto de los pasajeros.
            En un principio, la medida pareció aumentar el grado de violencia en la respuesta de los infectados, pero ya que estos no eran directamente interpelados (para evitar un posible contagio por contacto físico), sino mostrados en monitores debidamente protegidos contra ataques, sus arranques duraban poco, hasta que abandonaban el trasporte, muy probablemente, mucho antes de su destino.
            Los incidentes bajaron rápidamente en la ciudad, lo que provocó que medidas similares fueran adoptadas a lo largo de todo el orbe; al grado en que, actualmente, sólo se presentan incidentes aislados de vez en cuando.
            Algunos medios triunfalistas pretendieron declarar el fin de la pandemia, sin embrago; la Organización Mundial de la Salud estableció que, si bien la exhibición pública parecía controlar los síntomas externos de la enfermedad, no la curaba; pues experimentos controlados en ambientes libres de cámaras y monitores, demostraban que los infectados volvían fácilmente a su comportamiento anterior, por lo que conviene no relajar la vigilancia.

Aún en la actualidad, existen algunos grupos presuntamente de izquierda, que aseguran que la enfermedad nunca fue tal, sino in invento de los gobiernos para establecer un sistema de vigilancia fascista que impide a los ciudadanos sanos de cualquier género y edad, su derecho a usar los asientos de los trasportes colectivos, aún en presencia de mujeres embarazadas, cargando un infante o bolsas voluminosas, adultos mayores o personas con discapacidades físicas.
            Otros grupos, más asociados a la derecha, afirman que todo esto fue una maniobra de los lobbys “feminazis, terroristas de izquierda”, que pretenden coartar la libertad de los varones, sumergiendo a la sociedad en un régimen stalinista, muy similar al de la extinta Unión Soviética.
            El criterio médico aceptado, establece que ambas posiciones son producidas, evidentemente, por la disminución de la inteligencia propia de quienes padecen la enfermedad.


Mario Stalin Rodríguez

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