miércoles, septiembre 26, 2007

Torreón infantil 01

1ª de tres partes.
Mario Stalin Rodríguez

Torreón, Coahuila. Las redes de pederastas en México se extienden a todos los rincones de la república y sus tentáculos alcanzan múltiples puntos de contacto en la sociedad. Se ha dicho anteriormente; no una organización única, sino una variedad de grupos aparentemente sin coordinación, que abarcan todos los complejos aspectos de este submundo. La protección del poder político a estos grupos e individuos es evidente, pues de otra manera no se explica su proliferación ni la impunidad con la actúan.
En esta lógica, es peligroso suponer que exhibir un único caso basta para detener un fenómeno de tal magnitud. Queda escrito anteriormente, ni la red encabezada por Succar Kuri detenta el monopolio de la pornografía infantil, ni el gober precioso es el único funcionario público involucrado con estos grupos.

Juego de niños
El día de su muerte Carlos Muñoz Valdez tenía 12 años, una bicicleta verde y el deseo de un videojuego como regalo de reyes. Hasta hoy, poco más de 8 años después, Enrique Busquets Casanova, su asesino, enfrenta un proceso penal, tras gozar por más de un lustro de la impunidad y protección de dos gobernadores (Rogelio Montemayor –hoy prófugo por el escándalo del pemexgate- y Enrique Martínez), dos procuradores estatales (Ricardo Cisneros y Oscar Calderón) y un sinnúmero de jueces, agentes del Ministerio Público y jefes policíacos.
La historia del último día de Carlos Muñoz y del círculo de ignominia que rodea al culpable se reconstruye gracias a una investigación realizada por este redactor, al expediente judicial del caso y a los testimonios de Angélica María González Ríos, exesposa de Busquets y Carlos Muñoz, padre de la víctima.

El 2 de enero de 1999 fue un día frío. En la exclusiva colonia San Isidro de esta capital, Carlos había pedido permiso a sus padres para ir al Centro de Inteligencia Artificial, un local de videojuegos propiedad de Busquets, para elegir el juego que quería para reyes ese año. De acuerdo a testimonios contenidos en el expediente judicial, lo acompañó Andrés Alejandro Rodríguez (joven de clase humilde que, por motivos laborales, frecuentaba las zonas residenciales de la ciudad).
Ambos menores estuvieron mirando los juegos del mostrador hasta que el propio Busquets le ofreció a Carlos la posibilidad de probar algunos en su computadora personal, Andrés, de ropaje humilde, fue excluido de la invitación. Cerca de las 2 de la tarde los niños se despidieron con un apretón de manos.
Cerca de las cuatro de la tarde Carlos Muñoz padre recorría las calles en busca de su hijo, vio estacionada la bicicleta fuera del local de videojuegos (extrañamente cerrado a esa hora). El propio Busquets, visiblemente agitado, le abrió la puerta metálica, pero no le permitió entrar. Cuando Carlos preguntó por su hijo (dando su descripción) el locatario le respondió que estuvo ahí por la tarde, pero se había ido hacía poco tiempo con otros niños de la colonia, dicho lo cual cerró la puerta inmediatamente.
El cuerpo del menor, salvajemente golpeado y con rastros de abuso sexual, fue encontrado por la policía municipal en un lote baldío a las 11 de la noche del mismo día. De acuerdo al reporte del forense, llevaba varias horas muerto y probablemente fue arrastrado hasta ahí después de su asesinato.

Días extraños
Aquel día, recuerda Angélica María, Busquets se comportó extrañamente. Alrededor del mediodía fue a abrir su negocio, prácticamente sin clientes en esos días por las vacaciones escolares. Regresó a comer a las cuatro de la tarde visiblemente nervioso, volvió a salir a las 18 horas. Dos horas después pasó por su casa y, de manera completamente inusual, se ofreció a ir a comprar hamburguesas para sus tres hijos, encargó en el que tardó otras dos horas (aunque el local de comida rápida se encuentra sólo cuatro cuadras de distancia).
De acuerdo al expediente de la investigación, la vendedora testificó la presencia de Tusquets; llegó, hizo su pedido y se fue, regreso por él dos horas más tarde. De vuelta a su casa trató de entrar en silencio. Sin embargo su esposa lo sorprendió, no llevaba zapatos (dijo que los había perdido), su ropa y la camioneta estaban inexplicablemente cubiertas de tierra lodosa y “apestaba terriblemente”.
El domingo 3 de enero, sin explicación alguna, Enrique Busquets trató de vender su camioneta, no lo logró sino hasta tres meses después, no sin antes mandar cambiar la tapicería de los asientos delanteros y todo el asiento trasero. Vivió en Torreón durante un año más, tiempo suficiente para vender sus propiedades (el local de videojuegos incluido) y tramitar su divorcio (tras abandonar el hogar) tranquilamente.

14 meses después del asesinato de Carlos Muñoz, después de conseguir múltiples amparos contra igual número de órdenes de aprehensión, huyó de México, dejando una enorme cantidad de dinero en manos de su exesposa, con instrucciones precisas de repartirlos entre jueces, agentes del ministerio público y sus abogados, Federico Perables y Hortensia Morales.

En 2003, después de un largo proceso de convencimiento por parte de Carlos Muñoz padre y sus abogados, Angélica accedió a declarar en contra de Busquets, lo que permitió que las piezas del rompecabezas empezaran a caer en su sitio y se logrará la identificación plena del homicida.
En septiembre de 2004 se supo que Busquets se había instalado en Barcelona, España, donde desde hacía tiempo trabajaba en un bar. Saliendo en las madrugadas se dirigía a un café Internet, desde el cual se conectaba a los más selectos sitios de pornografía infantil. De hecho, su debilidad por la pornografía permitió que un operativo encubierto de la interpol lo localizara, mientras se investigaba una red de pederastas con sede, presuntamente, en Torreón.
Busquets Casanova fue detenido el 1° de septiembre de 2004, sus abogados lograron alargar el proceso más de un año, hasta que el 19 de septiembre de 2005 el Juzgado Quinto de Instrucción de España concedió su extradición.

Continuará...

P.D. que se explica
La versión original de este reportaje fue publicada en las páginas del (ahora lo sé) no tan extinto Diario La Razón de la ciudad de México en abril de 2006, el por qué se retoma ahora se explicará (espero) en la tercera entrega de esta serie (es decir; dentro de dos semanas).

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miércoles, septiembre 19, 2007

lecciones de mexicanidad

Mario Stalin Rodríguez

OTRO LUGAR PARA EL GRITO


San Andrés Totoltepec, Septiembre 15. Hay un cierto gusto a museo en las fiestas patrias; el tufo que despide todo aquello que alguna vez estuvo vivo y hoy conserva su forma sólo por la magia del formol. Asistimos, es decir; a la celebración de la Independencia como quien asiste a un velorio.
Tan necrológico lugar común cobra sentido en los otros lugares para el grito, no en el escape nacionalista que intentamos cada puente septembrino a la plaza pública más cercana (no al Zócalo de la Ciudad de México… Ahí, desde hace un año, se celebra otro grito) o rumbo a esos otros palacios del sentimiento patrio que son los antros y destinos turísticos varios.
No, porque en el primer caso asistimos a la mexicanidad como aglomeración y sólo eso; el tufo a museo sigue presente, acompañado, eso sí, de la multitud. En el segundo caso la mexicanidad se contagia por obra y gracia de tequilas adulterados y celebramos nuestra identidad nacional en un babélico coro de "Viva Mexicou (mejico, mejicou o cualquier otra creativa variante, dependiente de la nacionalidad y nivel etílico del quien lo grita)".
Existen, queda escrito, otros lugares para el grito...

Enclavado en el kilómetro 22 de la carretera libre México - Cuernavaca, el pueblo de San Andrés Totoltepec celebra el 15 de Septiembre desde que tal fecha fue instaurada como fiesta cívica por allá del segundo cuarto del siglo antepasado. El dato sería ocioso si no fuera porque, desde entonces, el programa de los festejos no ha variado.
Todo inicia a las seis menos diez de la tarde del patriótico 15 de Septiembre; las puertas del salón comunitario Tiburcio Montiel se abren. Poco menos de media centena de espectadores puede dar fe del arranque de las festividades, pero no nos preocupemos; esto se remediará.
El programa incluye (casi exclusivamente) una larga lista de bailes regionales a cargo de los grupos Quetzalcoatl y Xoxipilly. Cabe agregar, ninguno de los dos grupos o de los organizadores, se molestó en comparar los repertorios, de hacerlo; se habrían dado cuenta que del total de 64 interminables coreografías, ambas agrupaciones presentaban las mismas 32 en idéntico orden.
Tampoco es que importará demasiado; la extraña combinación de una música incomprensible (uno de los extraños encantos que sólo tiene el sonido en los actos oficiales), los comentarios ininteligibles del coreógrafo del grupo Quetzalcoatl (un "rgrsNd rsm ds ml st..." a manera de explicación de lo que en el escenario se veía) y la procesión de trajes regionales coloridos y en circunvoluciones arrítmicas, provocaban en el espectador (al menos, en este espectador) un estado de hipnosis similar al de la ingesta desmedida de barbitúricos.
Pero la tarde guardaba aún algunas sorpresas...

A las 07:30 de la tarde el estruendo de unos platillos interrumpió el 5º número (el sopor juega bromas pesadas; ¿acaso aquello era una guelaguetza bailada con vestidos chamulas?). La banda de guerra de la secundaria diurna 134 irrumpió en el salón comunitario interpretando una versión muy libre del Himno Nacional (según informa, por el sonido local, el Subdelegado Territorial para los Pueblos Rurales de Tlalpan, transformado en maestro de ceremonias; " rgrsNd rsm ds ml st...").
Algún encanto debe tener este grupo de 45 preadolescentes ataviados con imitaciones de uniforme de gala castrenses. Algo bello deben tener (aunque sea una prima lejana), porque detrás de ellos un contingente de casi 200 personas llega para sumarse a los 50 espectadores que, desde el principio, no se han movido de sus lugares.
Mucho podría escribirse sobra las inconveniencias de una banda de guerra en un salón cerrado, al menos los organizadores tuvieron la decencia de apagar los micrófonos a la tercera pieza.
El estruendo impide al público caer de nuevo en el sopor, por lo que nos dedicamos a mirarnos las caras. Como las ratas que el flautista de Hamellin lleva a su fatídico destino; no nos gusta estar aquí, pero no tenemos escape...

Los concurrentes forman un grupo homogéneo, todos nativos de este pueblo con más de 500 años de historia (la capilla, que data de 1572, se yergue sobre los restos de un asentamiento indígena que ya estaba aquí cuando la conquista), hijos de nativos.
Las mujeres lucen, si no sus mejores vestidos, sí lo que se considera un atuendo de fiesta en estas latitudes (es decir; el mismo vestuario que usarían para asistir a una fiesta de 15 años). Empijolladas y peinadas (la mayoría de ellas, con un chongo o trenza apretada que resistirá la tarde entera sin perder forma y consistencia), miran con un sentimiento impreciso (acaso estupor o admiración) lo que sucede en el escenario.
Los hombres (de jeans o pantalón de vestir), con camisa de cuello duro abotonada hasta la base del cuello (las corbatas, eso sí, hace tiempo que están en el bolsillo del pantalón), cargan con los artefactos de la memoria. La mayoría oculta su cara detrás de una cámara de video o fotográfica.
Los niños son un espectáculo muy similar al que podíamos apreciar sobre el escenario; abajo hay también una profusión confusa de vestidos de charro y trajes regionales varios. Hay, incluso, un pequeño Miguel Hidalgo y un José María Morelos femenino.

Las observaciones antropológicas han permitido al hastiado cronista sobrevivir a la banda de guerra (de las seis piezas tocadas, todas sonaban idénticas a la primera) y llegar vivo hasta las 09:00 de la noche. En el escenario el grupo Quetzalcoatl termina su bailable n (algo con sombreros norteños) y los síntomas del síndrome de abstinencia empiezan a presentarse; es necesario salir y encender un cigarrillo.
La tarea no es fácil; ya para esta hora los espectadores rebasan el medio millar (apretujados en un salón con capacidad para 200 personas) y ninguno parece dispuesto a abandonar su puesto difícilmente ganado. La situación se complica; nadie se ha marchado y la gente sigue llegando.
Conforme la puerta de salida se acerca a manera de promesa, el promedio de edad de quienes me rodean disminuye, hasta que el cuarto grupo etnográfico de estas festividades es visible mayoría; la adolescencia de San Andrés.
Dispersos en grupúsculos en un radio no mayor a 20 metros de la puerta de entrada al salón comunitario, los jóvenes de este pueblo dedican sus energías a ligar entre ellos y a burlarse del grupo vecino. Todos ellos, hombres y mujeres, lucen pantalones holgados y a la cadera (incluso un poco más abajo), camisas entalladas y peinados, principalmente los hombres, cuya elaboración exige 250 gramos de gel o media lata de fijador en spray.
Apenas suman la centena y, viéndolos, nadie diría que hace unas horas la mayoría de ellos martirizaba percusiones e instrumentos de viento en el interior del salón, ataviados con imitaciones de uniforme militares; estos vestidos y los instrumentos reposan tranquilamente en el camión de redilas que hace las veces de bandamóvil, a unos metros de distancia.
Mientras enciendo el añorado cigarro alcanzo a ver, a lo lejos, una antorcha que se acerca...

No, no se trata de la recreación de la toma de la Alhóndiga por parte de Pípila, sino de la adolescente que encabeza la carrera de los símbolos patrios (que partió del Centro de Tlalpan a las 16:00 Hrs. y hasta ahora llega a su destino). De nuevo es interrumpida la presentación de las últimas piezas del grupo Quetzalcoatl, mientras un pebetero improvisado se enciende a los pies del escenario y el Subdelegado nos recuerda la importancia de los símbolos patrios y del deporte para la juventud ("rgrsNd rsm ds ml st...").
El primer grupo de danza termina, por fin, su repertorio e inicia Xoxipilly con, creo haberlo dicho ya, exactamente el mismo repertorio en el exacto orden (¿será, tal vez, que sólo hay un CD con música para los dos grupos?). De nuevo la música incomprensible, las explicaciones ininteligibles del coreógrafo en turno ("rgrsNd rsm ds ml st..."), el desfile de modas típicas, las circunvoluciones arrítmicas, el estado hipnótico y... De pronto, todo se interrumpe...

Por razones ajenas a los organizadores, el programa se ha extendido mucho más de lo debido y, siendo las 10:45 pm, aún es necesario hacer algunas cosas antes de lanzar el tradicional grito. El Subdelegado pide perdón a los integrantes y coreógrafo del grupo Xoxipilly ("rgrsNd rsm ds ml st...") y pide a los representantes de la mayordomía del pueblo y de la Asociación de Charros del Sur (ACHS) que suban al escenario.
De manera apresurada se procede a la coronación de la Señorita Independencia y de la Reina de las Fiestas Patrias. No son la misma, pero viéndolas uno apostaría a que la clonación humana existe. Después nos enteraríamos que su parecido se debe a que ambas son primas, como lo son (también) de quienes dejan los puestos y sobrinas (en segundo y tercer grado, respectivamente) del Presidente de la ACHS y de la Mayordomo Mayor (que son, alguien lo dudaba, marido y mujer).
No hay tiempo para detenerse a considerar las implicaciones de todos estos datos (si culpa de la endogamia universal o de un nepotismo descarado, nadie se preocupa por ello), ni para apreciar en su debida proporción lo ridículo que es entregar un fuete a manera de cetro y un sombrero de charro a manera de corona, a dos adolescentes pasadas de peso que lucen un traje indígena típico y un vestido de noche demasiado ostentoso.
No hay tiempo, queda escrito, porque suenas ya las 11:00 de la noche y es hora de dar el grito. Posicionándose en el centro del escenario, el subdelegado de voz cansada (toda la tarde siendo maestro de ceremonias cobra ya su precio) incita al nacionalismo de los presentes a través del sonido local; "MSMNN MXCCCOO"... "¡VIVA!".

Después de la maratónica fiesta cívica nos espera, según informa el sonido local ("rgrsNd rsm ds ml st..."), un espectáculo de fuegos artificiales en la explanada subdelegacional, a 200 metros del salón comunitario. Distancia que al subdelegado, sin el cual no pueden empezar a prender el castillo pirotécnico (¿será que él trae lo cerillos?), le toma más de media hora recorrer en compañía de las recién coronadas Señorita Independencia y Reina de las Fiestas Patrias.
El espectáculo es efímero y únicamente dos lecciones pueden extraerse de él, a saber:
  • El que las canastillas de cohetes sean lanzadas de forma vertical y no horizontal tiene su razón de ser, como pudo comprobarlo la Señorita Independencia después de tener que esquivar hábilmente las dos que el cohetero en turno no se preocupó por apuntar adecuadamente hacia arriba (una es accidente, pero ¿dos y en la misma dirección?).
  • Picasso resucitó en forma de cohetero anónimo, al menos la Josefa Ortiz de Domínguez que coronaba el castillo guardaba mayor semejanza con la Mujer con Cuerpo de Guitarra del fallecido español que con el personaje histórico que el sonido local (sí, hasta acá movieron el micrófono y las bocinas) identificaba ("rgrsNd rsm ds ml st...").

Poco más de seis horas de desbordada mexicanidad fueron demasiado patriotismo para este cronista; era necesaria, entonces, una buena dosis de desmexicanización. Con ello en mente terminé dirigiéndome hacia una fiesta a la que juré no asistir, en búsqueda de ritmos extranjeros y vestuarios importados, esfuerzo inútil.
Ahí donde ella bailaba luciendo su minifalda ajustada en movimientos incitantes al pecado, yo veía faldas largas de colores vivos y calzones de manta. Ahí donde el estereo hig quality lanzaba las notas de un ska italiano y la voz de una romana de curvas pecaminosas (99 posse), escuchaba el interminable "rgrsNd rsm ds ml st..." del sonido local.

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jueves, septiembre 13, 2007

PARA ESTARSE EN CAMA

Mario Stalin Rodríguez
Descansando, dormitando poco tiempo, soñando a veces... Desesperando. Mi cama es el paraíso del gerundio, el lugar donde las cosas no ocurren, ocurrieron u ocurrirán, sino que están, siempre, ocurriendo. Alrededor de ella o desde la periferia, el mundo transcurre para mi, actor fuera de escena... Observando.

Hay días en que los fantasmas (mis fantasmas... Los de todos) me atan a las sábanas, al aroma de tu ausencia, a los recuerdos que se marcharon; a historias concluidas (es decir; inconclusas). En días como esos me da un estarme en cama irresistible.
No te asustes, los fantasmas de los que hablo no son, como podría pensarse, los que la pantalla del televisor nos anuncia... No las absurdas sábanas blancas flotando a dos centímetros exactos del piso. Son, por el contrario, lo que ya te he enumerado: el aroma de la ausencia, los recuerdos idos; las historias de final pendiente. Mejor dicho; los finales que continúan.

Escribía; en días como esos me da un estarme en cama irresistible. Ese observar el mundo desde la periferia, el no permitir que el exterior interfiera, es decir; disfrutar de mis fantasmas.
Así sucede (no siempre, sólo a veces), tirado en mi cama disfruto de las soledades y de pronto, de la mano de mis recuerdos, las sábanas se transforman en mar. En él navego en la proa de mi deseo sobre tus olas; tu mar salado. Como en novela de naufragios, me pierdo en la inmensidad, me encuentro y vuelvo, gustoso, a perderme en ti.
Disfruto el arrebato de memoria en la justa medida de su duración. Vuelvo entonces a las sábanas frías, a las soledades.

Lejos de este estar en cama irresistible, el mundo transcurre y desde el Poder (el que transgrede, el que agrede, el que con mayúscula se escribe a sí mismo) nos dicen que la realidad no cambia, que el futuro lo detentan ellos y sólo ellos... Desde sus salones, nos anuncian a través de las pantallas, se decide la ortografía del mañana.
Es decir; nos mienten.
Lo sé por este estar en cama irresistible. Porque desde mis sábanas sueño el sueño compartido, el amanecer que se mira con otros ojos, los de todos, los mismos, es decir; distintos. Porque el recuerdo de la tormenta de tu mar salado es también, lo sé, la promesa del futuro posible.
Porque, sobre todo, no somos sólo este estarse en cama irresistible. Porque somos, sobre todo, la calle que juntos caminamos, la calle en la somos multitud... Trato de explicarme; mientras el Poder que se define a si mismo no tenga potestad sobre tus olas, otro mundo es posible.

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jueves, septiembre 06, 2007

BIOGRAFÍA MÍNIMA

Mario Stalin Rodríguez

El tratar de explicar el cómo y por qués de mis presentes después de la tercera década, tiene tanto que ver con mis ayeres, como con mis mañanas, de hecho; mucho más con mis mañanas. Construyo mis días con los ojos en los futuros imposibles: así ha sido antes, así es ahora.
No puede entenderse el necio camino a Otro Mundo Posible (las mayúsculas son pertinentes) sin la esperanza del futuro amanecer del mismo. No puede entenderse, entonces, mi caminar por la izquierda y a contraflujo, sin la esperanza de un amanecer sin grises nubes.
En esta lógica se inscribe mi militancia política. En esta lógica se inscribe, también, mi simpatía activa con quienes abajo, a la izquierda y sobre el rojo con migo habitan. En esta lógica se inscriben también algunos, muchos, sinsabores de mi vida y la experiencia del periodismo escrito. Como se inscribe, también, la relación que construyo con quienes me rodean.

Es indispensable, en este ejercicio de autorreferencia, el hablar de quienes me rodean y de quienes me he nutrido. Porque, en vampírica práctica, me construyo de con quienes convivo y soy, en buena parte, ellos mismos.
No se entienda aquí la camaleónica modificación de haceres en función de quien en frente está. Nada más alejado de la realidad.
De lo que se trata es de la apropiación de los caminos comunes, de los amaneceres compartidos, de las noches juntos, de las experiencias colectivas, para construirme como un único coherente, es decir; siempre distinto.

Soy, entonces, la suma de mis pasados, de mis circunstancias y de mis proyectos, como soy la suma de los caminos compartidos y la diferencia de mis iguales; la igualdad de los distintos. Y soy, también, el nombre de mis tres ausencias.
De la primera de ellas aprendí que el amor, verbo extraño, tiene que ver con la suma del mutuo deseo y la mutua ternura. De la primera de ellas aprehendí su risa, la que fue trompeta de Gabriel en las murallas de mi Jericó; su desnudez, el sabor de su sexo.
También aprendí el dolor de la pérdida, lo irreparable de la ausencia. Ella se fue a dónde aún no me es posible seguirla y me quedé, entonces, buscándola en otros cuerpos, para encontrar en ellos sólo ausencia.

De mi segunda ausencia aprendí que es posible buscarme en otras risas y encontrarme en otros ojos, y que no hay en ello traición a la memoria; sino vida, camino continuado. De ella aprehendí también su risa, tan distinta a la que mi memoria buscaba, tan cómplice; tan ajena.
Por que lo que fuimos se vio siempre limitado por lo que no pudimos ser y somos hoy; distancias, silencios... Ausencia.

Mi tercera ausencia tiene en su nombre cinco letras para la esperanza. Llegó a mi vida, familiar y extraña, cuando había dejado de buscar de buscar en los otros mi explicación y en su compañía volví a encontrarme.
Sería inútil y absurdo tratar de hacer un listado de lo que en ella aprendí y de ella aprehendí, porque tiene que ver con redescubrirme en el mutuo deseo y la mutua ternura. Porque tiene que ver con su mirada de Elena sobre Troya, con su risa por la que rindo, gustoso, mis imperios.
Pero es hoy su mar salado, el que fue tempestad en mis sábanas, sólo distancia. Es hoy su mirada, la que me enseñó otra forma de ver el mundo, sólo silencio... Ausencia.

De otras presencias me nutro y en otras sábanas me busco, me construyo de otras miradas, sí... Pero eso no me impide ser mis ausencias.
Hasta aquí el ensayo de mi biografía en futuro, hasta el aquí el ensayo de mi biografía en gerundio.

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