miércoles, septiembre 19, 2007

lecciones de mexicanidad

Mario Stalin Rodríguez

OTRO LUGAR PARA EL GRITO


San Andrés Totoltepec, Septiembre 15. Hay un cierto gusto a museo en las fiestas patrias; el tufo que despide todo aquello que alguna vez estuvo vivo y hoy conserva su forma sólo por la magia del formol. Asistimos, es decir; a la celebración de la Independencia como quien asiste a un velorio.
Tan necrológico lugar común cobra sentido en los otros lugares para el grito, no en el escape nacionalista que intentamos cada puente septembrino a la plaza pública más cercana (no al Zócalo de la Ciudad de México… Ahí, desde hace un año, se celebra otro grito) o rumbo a esos otros palacios del sentimiento patrio que son los antros y destinos turísticos varios.
No, porque en el primer caso asistimos a la mexicanidad como aglomeración y sólo eso; el tufo a museo sigue presente, acompañado, eso sí, de la multitud. En el segundo caso la mexicanidad se contagia por obra y gracia de tequilas adulterados y celebramos nuestra identidad nacional en un babélico coro de "Viva Mexicou (mejico, mejicou o cualquier otra creativa variante, dependiente de la nacionalidad y nivel etílico del quien lo grita)".
Existen, queda escrito, otros lugares para el grito...

Enclavado en el kilómetro 22 de la carretera libre México - Cuernavaca, el pueblo de San Andrés Totoltepec celebra el 15 de Septiembre desde que tal fecha fue instaurada como fiesta cívica por allá del segundo cuarto del siglo antepasado. El dato sería ocioso si no fuera porque, desde entonces, el programa de los festejos no ha variado.
Todo inicia a las seis menos diez de la tarde del patriótico 15 de Septiembre; las puertas del salón comunitario Tiburcio Montiel se abren. Poco menos de media centena de espectadores puede dar fe del arranque de las festividades, pero no nos preocupemos; esto se remediará.
El programa incluye (casi exclusivamente) una larga lista de bailes regionales a cargo de los grupos Quetzalcoatl y Xoxipilly. Cabe agregar, ninguno de los dos grupos o de los organizadores, se molestó en comparar los repertorios, de hacerlo; se habrían dado cuenta que del total de 64 interminables coreografías, ambas agrupaciones presentaban las mismas 32 en idéntico orden.
Tampoco es que importará demasiado; la extraña combinación de una música incomprensible (uno de los extraños encantos que sólo tiene el sonido en los actos oficiales), los comentarios ininteligibles del coreógrafo del grupo Quetzalcoatl (un "rgrsNd rsm ds ml st..." a manera de explicación de lo que en el escenario se veía) y la procesión de trajes regionales coloridos y en circunvoluciones arrítmicas, provocaban en el espectador (al menos, en este espectador) un estado de hipnosis similar al de la ingesta desmedida de barbitúricos.
Pero la tarde guardaba aún algunas sorpresas...

A las 07:30 de la tarde el estruendo de unos platillos interrumpió el 5º número (el sopor juega bromas pesadas; ¿acaso aquello era una guelaguetza bailada con vestidos chamulas?). La banda de guerra de la secundaria diurna 134 irrumpió en el salón comunitario interpretando una versión muy libre del Himno Nacional (según informa, por el sonido local, el Subdelegado Territorial para los Pueblos Rurales de Tlalpan, transformado en maestro de ceremonias; " rgrsNd rsm ds ml st...").
Algún encanto debe tener este grupo de 45 preadolescentes ataviados con imitaciones de uniforme de gala castrenses. Algo bello deben tener (aunque sea una prima lejana), porque detrás de ellos un contingente de casi 200 personas llega para sumarse a los 50 espectadores que, desde el principio, no se han movido de sus lugares.
Mucho podría escribirse sobra las inconveniencias de una banda de guerra en un salón cerrado, al menos los organizadores tuvieron la decencia de apagar los micrófonos a la tercera pieza.
El estruendo impide al público caer de nuevo en el sopor, por lo que nos dedicamos a mirarnos las caras. Como las ratas que el flautista de Hamellin lleva a su fatídico destino; no nos gusta estar aquí, pero no tenemos escape...

Los concurrentes forman un grupo homogéneo, todos nativos de este pueblo con más de 500 años de historia (la capilla, que data de 1572, se yergue sobre los restos de un asentamiento indígena que ya estaba aquí cuando la conquista), hijos de nativos.
Las mujeres lucen, si no sus mejores vestidos, sí lo que se considera un atuendo de fiesta en estas latitudes (es decir; el mismo vestuario que usarían para asistir a una fiesta de 15 años). Empijolladas y peinadas (la mayoría de ellas, con un chongo o trenza apretada que resistirá la tarde entera sin perder forma y consistencia), miran con un sentimiento impreciso (acaso estupor o admiración) lo que sucede en el escenario.
Los hombres (de jeans o pantalón de vestir), con camisa de cuello duro abotonada hasta la base del cuello (las corbatas, eso sí, hace tiempo que están en el bolsillo del pantalón), cargan con los artefactos de la memoria. La mayoría oculta su cara detrás de una cámara de video o fotográfica.
Los niños son un espectáculo muy similar al que podíamos apreciar sobre el escenario; abajo hay también una profusión confusa de vestidos de charro y trajes regionales varios. Hay, incluso, un pequeño Miguel Hidalgo y un José María Morelos femenino.

Las observaciones antropológicas han permitido al hastiado cronista sobrevivir a la banda de guerra (de las seis piezas tocadas, todas sonaban idénticas a la primera) y llegar vivo hasta las 09:00 de la noche. En el escenario el grupo Quetzalcoatl termina su bailable n (algo con sombreros norteños) y los síntomas del síndrome de abstinencia empiezan a presentarse; es necesario salir y encender un cigarrillo.
La tarea no es fácil; ya para esta hora los espectadores rebasan el medio millar (apretujados en un salón con capacidad para 200 personas) y ninguno parece dispuesto a abandonar su puesto difícilmente ganado. La situación se complica; nadie se ha marchado y la gente sigue llegando.
Conforme la puerta de salida se acerca a manera de promesa, el promedio de edad de quienes me rodean disminuye, hasta que el cuarto grupo etnográfico de estas festividades es visible mayoría; la adolescencia de San Andrés.
Dispersos en grupúsculos en un radio no mayor a 20 metros de la puerta de entrada al salón comunitario, los jóvenes de este pueblo dedican sus energías a ligar entre ellos y a burlarse del grupo vecino. Todos ellos, hombres y mujeres, lucen pantalones holgados y a la cadera (incluso un poco más abajo), camisas entalladas y peinados, principalmente los hombres, cuya elaboración exige 250 gramos de gel o media lata de fijador en spray.
Apenas suman la centena y, viéndolos, nadie diría que hace unas horas la mayoría de ellos martirizaba percusiones e instrumentos de viento en el interior del salón, ataviados con imitaciones de uniforme militares; estos vestidos y los instrumentos reposan tranquilamente en el camión de redilas que hace las veces de bandamóvil, a unos metros de distancia.
Mientras enciendo el añorado cigarro alcanzo a ver, a lo lejos, una antorcha que se acerca...

No, no se trata de la recreación de la toma de la Alhóndiga por parte de Pípila, sino de la adolescente que encabeza la carrera de los símbolos patrios (que partió del Centro de Tlalpan a las 16:00 Hrs. y hasta ahora llega a su destino). De nuevo es interrumpida la presentación de las últimas piezas del grupo Quetzalcoatl, mientras un pebetero improvisado se enciende a los pies del escenario y el Subdelegado nos recuerda la importancia de los símbolos patrios y del deporte para la juventud ("rgrsNd rsm ds ml st...").
El primer grupo de danza termina, por fin, su repertorio e inicia Xoxipilly con, creo haberlo dicho ya, exactamente el mismo repertorio en el exacto orden (¿será, tal vez, que sólo hay un CD con música para los dos grupos?). De nuevo la música incomprensible, las explicaciones ininteligibles del coreógrafo en turno ("rgrsNd rsm ds ml st..."), el desfile de modas típicas, las circunvoluciones arrítmicas, el estado hipnótico y... De pronto, todo se interrumpe...

Por razones ajenas a los organizadores, el programa se ha extendido mucho más de lo debido y, siendo las 10:45 pm, aún es necesario hacer algunas cosas antes de lanzar el tradicional grito. El Subdelegado pide perdón a los integrantes y coreógrafo del grupo Xoxipilly ("rgrsNd rsm ds ml st...") y pide a los representantes de la mayordomía del pueblo y de la Asociación de Charros del Sur (ACHS) que suban al escenario.
De manera apresurada se procede a la coronación de la Señorita Independencia y de la Reina de las Fiestas Patrias. No son la misma, pero viéndolas uno apostaría a que la clonación humana existe. Después nos enteraríamos que su parecido se debe a que ambas son primas, como lo son (también) de quienes dejan los puestos y sobrinas (en segundo y tercer grado, respectivamente) del Presidente de la ACHS y de la Mayordomo Mayor (que son, alguien lo dudaba, marido y mujer).
No hay tiempo para detenerse a considerar las implicaciones de todos estos datos (si culpa de la endogamia universal o de un nepotismo descarado, nadie se preocupa por ello), ni para apreciar en su debida proporción lo ridículo que es entregar un fuete a manera de cetro y un sombrero de charro a manera de corona, a dos adolescentes pasadas de peso que lucen un traje indígena típico y un vestido de noche demasiado ostentoso.
No hay tiempo, queda escrito, porque suenas ya las 11:00 de la noche y es hora de dar el grito. Posicionándose en el centro del escenario, el subdelegado de voz cansada (toda la tarde siendo maestro de ceremonias cobra ya su precio) incita al nacionalismo de los presentes a través del sonido local; "MSMNN MXCCCOO"... "¡VIVA!".

Después de la maratónica fiesta cívica nos espera, según informa el sonido local ("rgrsNd rsm ds ml st..."), un espectáculo de fuegos artificiales en la explanada subdelegacional, a 200 metros del salón comunitario. Distancia que al subdelegado, sin el cual no pueden empezar a prender el castillo pirotécnico (¿será que él trae lo cerillos?), le toma más de media hora recorrer en compañía de las recién coronadas Señorita Independencia y Reina de las Fiestas Patrias.
El espectáculo es efímero y únicamente dos lecciones pueden extraerse de él, a saber:
  • El que las canastillas de cohetes sean lanzadas de forma vertical y no horizontal tiene su razón de ser, como pudo comprobarlo la Señorita Independencia después de tener que esquivar hábilmente las dos que el cohetero en turno no se preocupó por apuntar adecuadamente hacia arriba (una es accidente, pero ¿dos y en la misma dirección?).
  • Picasso resucitó en forma de cohetero anónimo, al menos la Josefa Ortiz de Domínguez que coronaba el castillo guardaba mayor semejanza con la Mujer con Cuerpo de Guitarra del fallecido español que con el personaje histórico que el sonido local (sí, hasta acá movieron el micrófono y las bocinas) identificaba ("rgrsNd rsm ds ml st...").

Poco más de seis horas de desbordada mexicanidad fueron demasiado patriotismo para este cronista; era necesaria, entonces, una buena dosis de desmexicanización. Con ello en mente terminé dirigiéndome hacia una fiesta a la que juré no asistir, en búsqueda de ritmos extranjeros y vestuarios importados, esfuerzo inútil.
Ahí donde ella bailaba luciendo su minifalda ajustada en movimientos incitantes al pecado, yo veía faldas largas de colores vivos y calzones de manta. Ahí donde el estereo hig quality lanzaba las notas de un ska italiano y la voz de una romana de curvas pecaminosas (99 posse), escuchaba el interminable "rgrsNd rsm ds ml st..." del sonido local.

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4 Comments:

Blogger LA CASA ENCENDIDA said...

1º Me ha encatado esta crónica, necesitaba saber cosas de las que pasan cotidianamente y de primera mano,a mis hermanos del otro lado del Océano.
2º Allá y acá, seguimos siendo iguales y hacemos las mismas cosas. Allá os vestís de charros y acá (Andalucía), de traje de volantes las mujeres y de corto los hombres. Hacemos el mismo ruido todos los años (para confirmar nuestro patriotismo, o lo que sea eso) y día trás día, pero nos quedamos ahí y no avanzamos.
3º Pretendemos ser los más patriotas, los más estupendos o los mas "GUAIS", pero al final, promesas nuevas para el próximo año. Pero al años siguiente, los protagonistas vuelven a ser el alcalde inepto, el primo, el cuñado, la hija y la madre del consejal. En fin, seguimos adelante, mientras podamos y como podamos. ¡Siempre haremos lo que creamos que debemos hacer, mientras nos queden neuronas lúcidas y activas!
Muchas gacis por tu crónica, lo dicho, me ha encantado.
Besos muchos.

8:19 a.m.  
Anonymous Anónimo said...

¡Bravo, bravo y bravo! Me ha encantado tu crónica. Del principio al final (todavía me río con el "rgrsNd rsm ds ml st...". Genial y, como dice Nani, está claro que somos iguales allá, acá y, seguramente, también acullá. Cuando a la gente le entra el virus nacionalpatriótico se vuelven insoportablemente soporíferos y ridículos.

Insisto: me ha encantado :)

Besos

12:34 p.m.  
Blogger mariapán said...

al final casi todos (por lo menos yo) acabamos en alguna fiesta a la que juramos y perjuramos que no iriamos nunca..., los años me enseñaron que casi siempre hago lo que digo que no haré...
El patriotismo lo entiendo de manera diferente a algunos sectores del mundo, me gusta sentir amor por la tierra en la que nací; pero no me estreso...hay demasiadas personas que lo hacen por mi...
Un beso
María

10:27 a.m.  
Blogger La princesa sin castillo said...

hola tu
que 15 más espantoso has pasado, ¿por qué no puedes ser un cuidadano normal, que termina siempre hasta las manitas?
besito
P.D. chida la crónica asi puedo saber como se pasa el 15 por tus lares y jamás, jamás ir. no por la falta de patriotismo sino por el gentío

2:49 p.m.  

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