Aclaremos, ante todo, qué es o no censura.
La
censura es un acto de coerción desde el poder, que amenaza la integridad de una
obra y representa un peligro para la seguridad, libertad y vida de quien la
haya creado y/o difundido.
En
este sentido, censura son los funcionarios gubernamentales que, durante los
tiempos de la guerra sucia en México, leían previamente las notas y artículos
periodísticos para decidir qué y cómo se publicaba.
Censura
es, también, la presión que mediante la publicidad oficial, principal sustento
económico de los medios impresos en México, se ejercía sobre periódicos y
revistas, retirándola cuando estos publicaban algo que al poder no le gustaba o
aumentándola cuando la línea editorial agradaba al gobierno.
Censura
es, por supuesto, la visita que las autoridades del entonces Distrito Federal y
del gobierno federal hicieron a las oficinas del periódico el Excelsior, en los
tiempos de Julio Scherer al frente de éste, para amenazar a la persona y
familia de uno de sus periodistas.
Censura
es el secuestro y destrucción de materiales impresos por parte de las fuerzas
gubernamentales (policías, ministerios públicos o militares) que cotidianamente
se llevaba a cabo en México durante la guerra sucia, en las dictaduras
militares de América Latina o el franquismo en España.
Censura
es encarcelar a un grupo de teatro guiñol, sólo porque en el contexto de una
obra sobre la cotidianidad política del país Vasco, una de sus marionetas portara
una pancarta en la que se leía la palabra “ETA”.
Censura
es abrir un proceso legal en contra de un cantante de rap, sólo porque en la
letra de una de sus canciones se llamara de todo (menos bonito) a la familia
real española.
Y
censura es, claro, someter a un proceso legal a un comediante sólo porque en
uno de sus espectáculos fingiera sonarse la nariz con la bandera de un país.
Todo
ello es censura; actos de coerción desde el poder que amenazan a integridad de
una obra y representan un peligro para la seguridad, libertad o vida de quien
la haya creado y/o difundido.
Por el contrario, censura no es llamar
racista, homófobo, transfóbo, machista o etcétera a una persona que hace un
espectáculo público, así sea en tono de comedia, cuyo contenido es
esencialmente racista, homófobo, transfóbo, machista o etcétera. Todo ello sólo
implica que quien así le califica está ejerciendo exactamente la misma libertad
de expresión que la primer persona reivindica para sí al ser racista, homófobo,
transfóbo, machista o etcétera.
No,
censura tampoco es llamar desde cualquier colectivo a un boicot en contra de
una figura pública si se considera que sus contenidos son agresivos o
discriminatorios en contra de cualquier colectivo. Finalmente, el sumarse o no
a este boicot es completamente voluntario.
En
esta lógica, censura no es señalar una obra o a quien la haya creado como
racista, homófobo, transfóbo, machista o etcétera, porque contextualizar social
y temporalmente a una obra y/o a quien la creara no pone en riesgo ni la
integridad de la obra ni representa un peligro para la seguridad, libertad y vida
de quien la creara y/o la difunde.
Mucho
menos es censura que instituciones públicas, académicas o colectivos sociales
no abran foros para que alguien difunda su mensaje, cuando este mensaje es un
discurso de odio contra personas por su condición social, identidad de género,
sexo, nacionalidad de origen, etnicidad o condición racializada... No, tampoco
cuando este mensaje es demostradamente falaz o representa una estafa evidente,
como es la homeopatía o el movimiento antivacunas.
No
abrir foros o cancelar un evento previamente programado, no niega el derecho de
estas personas a sostener su posición y difundir su mensaje falaz o de odio por
los medios que tenga a su disposición, simplemente es no darle medios
adicionales para que lo haga.
Censura
no es responder públicamente a una posición asumida públicamente, mostrándola
como falaz, racista, homófoba, transfóba, machista o etcétera. Cuando alguien reivindica
la libertad de expresión para emitir públicamente un discurso falaz o de odio
hacia un colectivo por su condición social, identidad de género, sexo, nacionalidad
de origen, etnicidad o condición racializada, la misma libertad de expresión
ampara a quien públicamente lo señala como mentiroso, racista, homófobo,
transfóbo, machista, fascista o etcétera.
Y,
por supuesto, censura tampoco es modificar el final de una obra o hacer una
versión de otra, cambiando el género de sus personajes incidentales,
secundarios o protagonistas y hasta el lenguaje en el que la original fuera
escrita, porque nada de esto pone en riesgo ni la integridad de la obra original
ni representa un peligro para la seguridad, libertad y vida de quien la creara
y/o la difunde.
Diferenciar qué es o no censura no es
difícil, basta con saber distinguir si se trata de un acto de poder desde el
poder o una respuesta pública a una posición asumida públicamente.
Ante
ello, resulta curioso que ciertos autoproclamados “defensores de la libertad de
expresión”, insistan en llamar al silencio a quienes públicamente señalan como
falaces o discursos de odio a posiciones asumidas públicamente e intenten
equiparar esto a las acciones de censura real.
Equiparar
acciones de poder desde el poder que amenazan la integridad de una obra y
representan un peligro para la seguridad, libertad y vida de quien la haya
creado y/o difundido, con la respuesta pública a un discurso falaz o de odio
emitido públicamente, es una falacia de falsa equivalencia de manual.
Es
defender el “derecho” del rey a salir desnudo por la calle, porque éste es
libre de creer que porta un traje que sólo los listos pueden ver, pero llamar
al silencio a quien públicamente señala la desnudez del monarca.
Es
decir; equiparar un acto de coerción que se ejerce desde el poder con la
respuesta pública que se da desde un colectivo oprimido a un discurso de odio,
es, en palabra llanas, ser cómplice del poder.
Finalmente,
equiparar los discursos de odio con la respuesta que desde los colectivos
aludidos se da a estos para intentar detenerlos, es complicidad manifiesta con
el racismo, homofobia, trasnfobia y machismo que aún medran y crecen en nuestra
sociedad.
Mario
Stalin Rodríguez
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