miércoles, junio 27, 2007

LOS AÑOS DORADOS

Mario Stalín Rodríguez

“Si me preguntáis en dónde he estado
debo decir sucede
Pablo Neruda
No Hay Olvido

Se ajusta la corbata y echa una última mirada al espejo, ladea un poco el sombrero y frota su zapato con la pernera del pantalón. Como llamando a la suerte, toca tres veces el marco de madera del espejo, se dedica una sonrisa y sale de su casa.
José, 65 años, profesor del CCH Sur, es parte de ese 13% de la población de México en edad de jubilación o mayor (55 o más años). En dos o tres años se jubilará y dedicará los días, según sus planes, a disfrutar de la vida que casi 40 años de academia le robaron.
Camina por calles que le son hostiles, rápidas, multitudinarias... Todo lo contrario a su andar pausado, acompañado de memoria. Desde que llegó a esta ciudad proveniente de su natal Oaxaca (hace ya 55 años), ha vivido en el centro de Tlalpan, lo ha visto transformarse, mutar de la última frontera del Distrito Federal a un barrio enclavado en la modernidad, encerrado entre tres de las avenidas de mayor circulación en la capital de la república (San Fernando, Insurgentes y Calzada de Tlalpan).
Cada portal, cada ventana, es un recuerdo: aquí vivió por años su novia eterna; más allá, en la esquina de la antigua Casa de Moneda (hoy la Secundaria Diurna N°029), conoció a quien fue su esposa; en la cantina que se encuentra al lado del edificio delegacional combebió con sus mejores amigos, aún hoy (de vez en cuando) se reúnen ahí, para hablar de otros días.
A una cuadra de distancia, sobre la calle Moneda, se encuentra ya el Parque Juana de Asbaje (jardín de la tercera edad); antiguo Hospital Psiquiátrico de La Floresta, en 1999 el Gobierno de la Ciudad de México lo recuperó para hacer de este sitio de funesta memoria, un lugar para la convivencia entre generaciones.
frente a las rejas intencionalmente oxidadas de la entrada, José ladea de nuevo su sombrero y da un golpe con el tacón sobre la acera. Saluda a la distancia al grupo que se reúne unos metros más allá y busca con la mirada, pero ella no ha llegado aún...

Se despide de su nuera y de sus nietos con un beso en la frente, se acomoda el vestido y el chaleco bordado, comprueba el agarre de la peineta en su cabello. Antes de salir toca el marco de la puerta para invocar a la suerte. Sonríe para sí y sale de la casa de su hijo.
Para llegar al parque Juana de Asbaje, Emma, esta mujer de 60 años con paso seguro pese al bastón, debe tomar un microbús que la lleva desde Villa Coapa hasta la Avenida San Fernando y caminar todavía tres cuadras. Odisea semanal que recorre con gusto para encontrar a sus amigos, que para ella es lo mismo que decir memorias.
Maestra de primaria jubilada, Emma vive desde hace seis años en casa de su hijo mayor, junto a su nuera y tres nietos. Ayuda, como puede, a la economía familiar con el escaso ingreso de su jubilación. Supo hace cuatro años del grupo de la tercera edad que se reúne en el Centro de Tlalpan por una de las pocas amigas que aún frecuenta. Decidió asistir a algunas sesiones y conoció a José; desde entonces acude cada fin de semana.
Llega, como siempre, un poco tarde, cuando ya el joven de 25 años que hace las veces de instructor de baile ha puesto la música y las primeras parejas ensayan sus pasos inseguros.
José la espera, como siempre, sentado, dividiendo su atención entre los bailarines y los compañeros que pintan naturalezas muertas guiados por una ninfa de 21 años, de sonrisa fácil y vientre al aire libre.
Lo saluda, como siempre, con una sonrisa y un beso en la mejilla. Él se incorpora y la toma, como siempre, por la cintura mientras se unen, dando vueltas, a las parejas que bailan...

Bailan tomados de la cintura al son de un danzón, se miran a los ojos y se sonríen el uno a la otra. No se ven a como fueron hace tiempo, sino como son ahora, la compañía de fines de semana, las llamadas vespertinas de Lunes a Sábado, la ocasional salida al cine, a cenar y sí, por qué no, alguna noche en casa de él, compartiendo sueño y caricias.

P.D. que crece...
Pues bueno, como siempre que llega la hora de las presentaciones, permítaseme presentar antes ustedes a don Fer... Porque siempre es agradable encontrar sorpresas cercanas, aún si para ello hay que viajar...
Don fer, los lectores de mi blog... No son muchos, pero siempre es bueno saber que los hutopos (aún con otros nombres) efectivamente, andamos por todas partes...


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miércoles, junio 20, 2007

HISTORIA FRONTERIZA

Mario Stalin Rodríguez

La historia de Silvia Arce ha sido contada miles de veces, de mil maneras distintas, con mil distintos nombres; una historia más entre las miles de historias de las mujeres de Ciudad Juárez. Una historia de esfuerzo y tragedia, pero, sobre todo, de injusticia.
Herida que aún duele en el pecho de Evangelina Arce, su madre, sobre cuyo testimonio se reconstruye la historia que no debería repetirse, que no debería ser contada con otro nombre; nunca más... Ni una muerta más en Juárez.

A sus 29 años, Silvia trabajaba en una de las tantas maquiladoras de la ciudad fronteriza. Pero 300 pesos a la semana no alcanzaban para pagara la retan y la ropa y comida de ella y sus tres hijos. Obligada por la necesidad, Silvia buscó nuevas fuentes de ingresos, vendiendo cosméticos, ropa, zapatos, joyería y toppers a las bailarinas de los distintos centros nocturnos de la ciudad.
No era gran cosa, pero dejaba más que la maquila. Al menos, as{i era hasta que se topó con las puertas cerradas de El Pachanga, de Humberto Stern, quien le impidió vender su mercancía las muchachas del lugar. En compensación, le dio permiso de vender burritos a las afueras del local.

Si hablamos nos mata
Vivía con Octavio, el padre de sus hijos, quien sistemáticamente la agredía. Hasta que un día Silvia se presentó en casa de su madre para pedirle refugio. “Siento que algo me va a pasar”, le dijo; “ ya no me siento a gusto, me voy a venir para acá”, recuerda Evangelina.
Ocho días después, el guardia de seguridad de El Pachanga la llevó a la casa materna inconsciente, con marcas de golpes por todo el cuerpo. El propio Stern ordenó que se la llevaran después de que Octavio la agredió. Mismo que se presentó esa misma noche en el domicilio de Evangelina, gritando que le regresaran a su mujer, porque la iba a matar.

Apremiada por dificultades económicas y por la lejanía del domicilio materno de la escuela de sus hijos y de sus centros de trabajo, Silvia regresó a casa de sus suegros y al lado de Octavio. Desapareció 22 días después.
Aquella noche habló con su hija mayor, le dijo que nada más cobraba lo que le debían y regresaría por ella y sus hermanos para marcharse, por fin, de casa de sus suegros y abandonar a Octavio; la joven fue la última persona en verla con bien.
Fue la propia niña quien habló con sus abuela cuatro días después para informarle de la desaparición de Silvia. De inmediato se dirigió a El Pachanga para hablar con las bailarinas y conocidas de Silvia, tratando de obtener alguna información. “No sabemos nada”, le decían nerviosas; “si hablamos nos mata”.
Humberto Stern, el propietario, despareció el mismo día que Silvia y no se le localizó hasta una semana después, explicó que se encontraba en medio de “complicadas negociaciones” para vender el bar. El nuevo dueño del bar, decían las bailarinas, “es un señor que venía a recoger al patrón en coche”.
Quince días después la policía encontró a Verónica Martínez, bailarina de El Pachanga, vagando en la zona desértica que rodea la ciudad. Había estado secuestrada junto a Silvia y otras mujeres también reportadas como desaparecidas.
Amenazada de muerte, la exbailarina señaló al comandante García Paz, de la Procuraduría General de la República, como su captor. “Yo escapé, pero tengo miedo de que a las otras le vaya a pasar algo”, le dijo a Evangelina en aquel entonces.

Sin líneas de investigación
Verónica señaló no sólo a los culpables, sino incluso el lugar en el que la mantuvieron cautiva junto a las otras mujeres. La Procuraduría de Justicia de Chihuahua actuó rápidamente... Archivando el caso. “Si hubierean hecho algo”, se lamenta Evangelina, “cualquier cosa; Silvia seguiría viva”.
Solo la presión constante de grupos como Justicia para Nuestras Hijas, Nuestras Hijas de Regreso a Casa e, incluso, organismos oficiales como la Comisión Nacional de Derechos Humanos y la Comisi{on Esapecial de la C{amara de Diputados, logró que la procuraduría estatal abriera de nuevo el caso que consideraba “sin líneas de investigación a seguir”.

De los personajes directamente señalados como presuntos responsables de la desaparición de Silvia Arce. El excomandante de la PGR, García Paz fue detenido y procesado en Veracruz por secuestro y robo. La justicia chihuahuense, pese a la existencia de pruebas y testimonios que lo relacionaban con la desaparición de varias personas, no solicitó su traslado al estado fronterizo para enfrentar los cargos en su contra. Actualmene está en libertad y se desconoce su paradero.
Octavio, padre de los tres hijos de Silvia, ha sido una presencia intermitente y peligrosa en la vida de Evangelina y sus nietos. Poco después de la desaparición de Silvia, fue detenido por el propio García Paz (a quien, según el testimonio de Evangelina, conocía de tiempo atrás) y trasladado a cárceles de Sierra Blanca y El Paso (Texas). Una vez puesto en lbertad se dirigió a casa de su exsuegra para reclamar a sus hijos.
“¿Recuerda que hace años, cuando la quería matar, no me lo permitió para que los niños no quedaran huérfanos?”, Le dijo en aquella ocasi{on; “Pues ahora ya est{an huérfanos”. Durante su reclusión la propia Evangelina le preguntó si vio a Silvia: “Ya ni me la menciones”, le contestó; “ella ya está difunta”.
Poco después (y luego de una nueva estancia en cárceles de Estados Unidos), Octavio secuestró a sus propios hijos. Fue necesaria la intervención de agentes judiciales para recuperarlos, pero no se logró su detención. desde entonces su paradero es desconocido.

A Silvia Arce le sobreviven su madre y tres hijos, la mayor de ellos, ahora de 20 años, vive en casa de su esposo en Ciudad Juárez. Los dos varones, de 16 y 12 años, se encuentran al cuidado de su abuela.
Oficialmente, Silvia continua desaparecida, ya que su cuerpo no ha sido encontrado. Evangelina no tiene ya esperanzas, ha aprendido a aceptar la falta de su hija; “ahora sólo queda ve que no le pase a otras”.

Desde 1993 cerca de 500 mujeres han sido asesinadas en circunstancias, cuando menos, extrañas en Ciudad Juárez, Chihuahua... Más de 600 continúan consideradas como desaparecidas...
NI UNA MUERTA MÁS EN JUÁREZ
Más información en

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miércoles, junio 13, 2007

LOLITA

Mario Stalin Rodríguez


Esta ficción, mero ejercicio estético, es homenaje a los escritores que en ella se menciona... Homenaje, queda escrito, que toma la forma de aquello que les era común... Es decir, además de las letras.

I
Evidentemente Lolita no se llamaba Lolita, pero el nombre que Navokov dio a su obra era el que mejor la describía, bueno, tal vez, también pudiéramos llamarla Alicia (a través del espejo, o en el país de las maravillas de Lewis Carrol).
La conocí cuando no debí conocerla, estando entretenido en la contemplación del algún parque de alguna ciudad. Trataba de plasmar los árboles y pasto en la hoja blanca del block de dibujo. En mis trazos empezó a delinearse una niña con uniforme de secundaria que leía un libro recargada en el tronco de un árbol.
Cuando alce la vista de la hoja del block para comprobar si efectivamente la niña estaba donde la dibujaba, me encontré con dos ojos negros que me miraban con curiosidad y un poco de travesura...
-¿Me dibujas en grande?- arremetió una voz que trasparentaba su corta edad-, es que ahí me veo muy pequeña, y la reina de corazones podrá agarrarme con una sola mano. En cambio, si me dibujas más grande de lo que soy, ella se vera en problemas para mirarme siquiera directo a los ojos.
Estaba frente a mi, con su uniforme de secundaria verde y su falda príncipe de Gales abajo de las rodillas, sosteniendo el Alicia en el País de las Maravillas en su mano derecha, mientras su mano izquierda jugueteaba con un mechón de pelo que caía insistente sobre su cara morena.
-Y bueno, ¿qué dices? -continuó con el mismo tono de inocencia-, me cumples este pequeño capricho o debo ir a buscarme otro pintor de pelo largo.
Accedí a su petición. Se recargo en el árbol más cercano y me dirigió una sonrisa. Empezó a sentarse lentamente, dejándose resbalar sobre el pasto con los pies y sobre el tronco con la cadera. En algún momento el rocé del árbol le alzó la falda y alcancé a ver furtivamente, antes de que sus manos corrigieran el error, el nacimiento de sus muslos.
Sentada ya, con las piernas cruzadas y la falda sobre ellas, me miró por un segundo y se puso a leer otra vez su Alicia. Me enfrasqué en la tarea aún con la imagen de ella resbalando por el tronco, y dibujé su cara con toda la precisión que mis habilidades me permitían, pero ningún trazo me parecía suficiente. Intentaba por novena vez cuando volvió a acercarse a mi, vio el boceto y clavó sus infinitos ojos negros en los míos...
-Eso es perfecto -dijo emocionada-, con un poco de color y algunos detalles más espantara a la reina, estoy segura.
Me disculpé diciendo que no me lo parecía, que si ese dibujo espantaba a alguien sería por lo mal hecho y no por su realismo. Además, aunque en efecto fuera lo que ella decía, no podía ponerle color, ya que no traía más que el triste lápiz que usaba y el cuaderno de dibujo. Le ofrecí que, si volvía a sentarse, intentaría hacer uno mejor...
-Imposible -me dijo mientras jalaba una cadenilla que colgaba de su cintura, para extraer del bolsillo de su falda un reloj, y con gesto de roedor siguió-; "¡Oh, caramba! ¡Llegare demasiado tarde!" dijo el conejo blanco y se largó a su madriguera, así como yo he de irme a mi casa si no quiero que mi mamá me corte la cabeza.
-Bueno -dije tratando de inventar algo para detenerla-; entonces tendré que tirar este dibujo y la reina de corazones se quedara con una niña de nombre incierto y de tamaño reducido.
-A no, eso sí que no -enfadó de broma su voz-; ese dibujo es mío y tu no tienes derecho a hacer lo que quieras con él. Termínalo, ilumínalo y llévamelo a mi escuela, esta cerca de este parque. Además mi nombre es...
-Lolita -la interrumpí-, o quizás Alicia; y para mi no tienes otros nombres.
-No, no es Lolita, ni Alicia, pero si así lo quieres, así será, al fin que tu te lo pierdes -dijo y se marcho corriendo.

II
Durante la noche traté de dar con el color que de ella recordaba, resbalando hacia el piso por el tronco de un árbol, pero los lápices apenas plasmaban una triste caricatura de mi deseo. Cuando al fin estuve completamente insatisfecho y con demasiado sueño, pinté mi intento más parecido; dejé mi frustrante obra sobre el escritorio y me retiré a dormir.
El sueño estuvo plagado de imágenes tan confusas que no vale la pena tratar de describir aquí, pese a que las recuerdos todas con una precisión inusitada.

III
Durante los días siguientes me sentaba en las puertas de las secundarias cercanas al parque donde la conocí, a razón de una escuela por día, esperando encontrarla a la salida del colegio. Cuando estaba diciéndome que me había mentido, o que ella estudiaba en alguna escuela que ya había inspeccionado en un día en que no asistió, mi Lolita apareció.
Recargada en una barda frente a la escuela, platicaba con una amiga, con su mochila al hombro y el suéter anudado en la cintura, pues el calor era fuerte aún con el viento tenue que soplaba; sus manos trataban inútilmente de alisar la falda arrugada tras tantas horas sentada. Cuando me vio una sonrisa surgió de sus labios y gritando llego hasta donde me encontraba.
-Hola -dijo como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo-, empezaba a temer que no vendrías y que, en efecto, la reina de corazones me tomaría solo con una mano.
-No te preocupes -dije-, aquí traigo tu, y digo TU, dibujo, para que espantes a tu antagonista.
-Sí, ¿en serio? -incurrió curiosa y una luz brilló en el fondo de sus negros ojos-, ¡que bueno!. Pero que tonta soy, déjenme hacer las presentaciones, mira ella es...
-La Liebre de Marzo, supongo -la interrumpí como la vez pasada que quiso romper mi fantasía con un nombre del mundo real.
-Bueno, no, pero así esta bien creo yo -prosiguió como acostumbrándose a mi manía de dar a todos y todo un nombre de literatura. Ahora se dirigió a su amiga-. Liebre de Marzo este es... Por cierto ¿Quién eres tu?
-Digamos simplemente, Lolita, que mi nombre es Gato de Chessire, mi queridísima niña Alicia -respondí como disculpándome y dirigiendo al par una sonrisa.
-Entonces, señor Gato de Chessire -me miró divertida de seguir la broma recién descubierta-, sonría usted e invente uno de esos juegos de palabras a los que es tan aficionado.
-Por el momento, mi Aliceinthewonderland, puedo sonreír y seguir tu indicación, pero mucho me temo que la Liebre de Marzo, aquí presente, no entendería mis palabras más de lo que comprende la situación actual.
Claro! -dijo mientras se golpeaba la cabeza como regresando de un lugar lejano-, perdóname amiga, estaba yo en las presentaciones ¿verdad? Bueno, señor Gato de Chessire, ella es la Liebre de Marzo y no le gusta que se burlen de su peinado de colitas, pero está encantada de conocerlo. No podemos quedarnos demasiado tiempo porque el Sombrerero nos espera en su casa junto al señor Lirón para hacer un te de equipo.
Y se alejó, como la vez pasada, corriendo, jalando a una sorprendida Liebre de Marzo que hasta el momento no había dicho una sola palabra y, seguramente, aún trataba de entender la escena pasada. Cuando la vi perderse por el callejón recordé repentinamente que no le había entregado el dibujo, sonreí para mi, pues eso me daría la oportunidad de verla nuevamente.

IV
Pero el destino es a veces cruel. Diversas ocupaciones me mantuvieron alejado de la secundaria y el parque por semanas enteras. Durante ese tiempo mis noches repetían con cansada insistencia las imágenes confusas del primer sueño después de conocer a mi Lolita.
Casi desesperado llegue un Sábado al parque y me senté en el lugar en el que había estado aquella tarde en que la conocí. Mire al cielo y me perdí en mis ensoñaciones y deseos, en esas estaba cuando una voz infantil que no era de ella me sorprendió...
-¿Señor Gato de Chessire? -me volví para ver la blanca cara de la Liebre de Marzo que me observaba con curiosidad, con su pelo largo y rubio recogido en una coleta de caballo, con su camisa a rayas negras y verdes, con su overol rojo hasta los tobillos, con sus calcetas blancas y sus zapatillas de andar cafés y una mochila floreada colgando del hombro.
-¿Qué es esto? -pregunte un poco sorprendido y enojado de que me apartaran del recuerdo de mi, y ahora reacciono que decía MI Lolita.
-Pues nada; -dijo tratando de parecer seria, sin lograrlo-, que a veces, para avanzar hay que quedarse en un solo sitio.
-¿Cómo? -inquirí, ahora sí estaba interesado en las palabras de la Liebre de Marzo.
-Perdón, trataba de seguir el juego que usted y... ¿Lolita? -me miro interrogativa, yo asentí con la cabeza-, Bien, Lolita será. Le decía que trataba de seguir su juego; mi amiga me prestó este libro después de explicarme lo que pasó aquel día -me dijo mostrándome el Alicia a Través del Espejo de Lewis Carrol-, pero evidentemente no soy tan buena para eso como su... ¿Alicia?
-No te preocupes Liebre de Marzo -le dije para consolarla-; lo que sucede es que me encontraba más bien perdido en sueños de cometas y barajas, pero te prometo a partir de este momento te seguiré la platica sin mucha dificultad. Por ahora dime ¿qué haces aquí?
-En realidad vengo a reclamarle, vera usted; mi amiga se halla verdaderamente indignada de que tenga aún su, y subrayó SU, dibujo y de que no se haya dignado pararse por la escuela o el parque en tanto tiempo, por lo que me suplicó que, si lo llegaba a ver, le diera una cachetada, pero en mi casa me enseñaron a no golpear a mis mayores.
-Está bien así, si quieres podemos decir que no solo me la diste, sino que hasta caí desmayado y tuve que desaparecer con la cabeza colgando de mis manos. Pero ahora dime, ¿en verdad tu amiga se encuentra tan enojada conmigo?
-Enojada, enojada -repetía como si la palabra le sonara extraña-, enojada no, yo más bien diría triste y un poco decepcionada. Mire, yo no lo puedo explicar bien, pero ella me escribió algo en una carta que se supone no debo enseñar a nadie, más creo que no se enojara si usted es quien rompe con mi palabra de honor...
Mientras esto decía la Liebre de Marzo extraía de su mochila un cuaderno y, de entre sus hojas una muy adornada con corazones y caritas redondas y sonrientes
-Los dibujos los puse yo cuando no me daba cuanta de los que hacia en clase de inglés ayer, pero lo que quiero que lea es lo que Alicia escribió...

V
Liebre de Marzo:
"Si estas metido en esto,
Libre te han de sacar,
Pues no hay nada funesto
En tener que declarar."

VI
Inspeccioné el papel por algunos minutos esperando encontrar otra inscripción que aclarara el sentido de tan curioso recado. Como no encontré nada más devolví la carta a su dueña...
- Exquisita Liebre de Marzo -le dije levantándome -, no tienes de que preocuparte, diré que jamás leí el verso de la Sota de Lewis Carrol. Dile a Lolita que el Gato de Chessire aparecerá mañana para llevarla a jugar croquet con la reina de corazones.

VII
Al día siguiente esperé a Alicia en su escuela, y a llevé a una cafetería cercana.
-Supongo -me dijo levantando la mirada del vaso de refresco- que esto nos convierte en amigos o algo así ¿no?
-¿Amigos? -la palabra me sonaba rara, como inadecuada-, mi queridísima linda Alicia, amigos fuimos desde antes de conocernos; si esto nos convierte en algo, es en cómplices.
-¿Sabes? -me miro divertida- estoy empezando a darme cuenta de que eres un personaje extraño; nunca dices lo que debes de decir y sin embargo tus palabras siempre suenan tan en su lugar.
-Eso, supongo, es lo que todo Gato de Chessire debe hacer cuando esta demasiado anonadado para desaparecer con una sonrisa.
-Ahí estas otra vez, sacando la platica de la escena para ubicarla con Carrol, es francamente fastidioso.
-Me disculpo entonces, bella Lolita, pero es así como soy. Ahora debo dejarte para pagar al amable pájaro Dodo nuestras bebidas.
Me levanté de la mesa y de reojo la vi, desde mi perspectiva observaba su cabeza inclinada sobre el vaso, sorbiendo a través del popote el refresco, el mechón aún caía sobre su cara, su suéter descansaba en el respaldo de la silla y su camisa, desabotonada arriba por el calor, descubría el nacimiento de sus pechos.
Nos fuimos y traté de retenerla a mi lado lo más posible, pero era demasiado tarde; la llevé hasta la esquina de su casa. Ahí le entregue su dibujo y me despedí, triste de haber entregado mi último pretexto para ver a mi Lolita.

VIII
Los sueños de Lolita se repetían con cansada insistencia, cada noche su imagen iluminaba las horas anteriores al amanecer, para perderse en los primeros rayos del sol.
En las noches en que el recuerdo era tan fuerte que dormir resultaba poco más que imposible mi restirador me ofrecía poco consuelo, intentando evocar las imágenes que de ella guardaba cual tesoro invaluable: Lolita mirándome con sus ojos negros, suplicándome un dibujo para espantar a la reina de corazones; Alicia resbalando por el tronco del árbol; Platicando con la liebre de marzo, jugueteando con el mechón de pelo que, insistente, caía sobre su rostro; Tomando un refresco tratando de seguir el juego que le imponía.
Tanta imágenes, tan difíciles de plasmar, mis trazos apenas eran tristes copias de aquellos momentos en los que mi cabeza redundaba. Solo una cura conocía para mi mal tan particular; Lolita.

IX
A veces la suerte favorece al desesperado. Ese día Mi Alicia decidió, junto con otros compañeros, dar rienda suelta a su juventud e irse de la escuela sin avisar, y que los maestros se las arreglarán como pudieran sin ellos.
Yo caminaba tratando de olvidar mis recuerdos por Chapultepec, me detenía de vez en cuando a retratar furtivamente las imágenes que a diario se ven ahí: Dibujos rápidos de los novios que con desesperación se abrazan y besan en las bancas; un pregonero que intenta vender un jabón para atraer al ser amado; los jóvenes de varias escuelas que, de pinta, se divertían mientras sus madres los creían en la escuela; pero todo ello era Lolita.
A veces el rostro de Lolita aparecía en las líneas de mi lápiz, entonces tiraba la hoja, estaba ahí para olvidarla, para dejar que los olores, colores y sabores del bosque me llenaran la cabeza, apartando de mi a Mi Alicia; pero incluso el bosque era Lolita.

Observaba sin emoción a una joven que sin destreza ejecutaba algo que pretendía ser una danza que, mediante el arrojar platos de pretendida porcelana fina, haría reflexionar al escaso público que se detenía a verle sobre la situación nacional, un compañero suyo repartía un volante donde se explicaba el motivo del acto y la historia de la organización a la que pertenecían. Había leído el documento tres veces y ahora, en el reverso, intentaba plasmar la escena.
Una hoja de mi cuaderno de dibujo algo húmeda donde se veía el rostro de mis desvelos apareció ante mis ojos, y una voz que recordaba demasiado bien, con el disgusto fingido que tanto añoraba, sonó a mis espaldas.
-Vi esto flotando en el lago hace rato -escuché maravillado-, voy remando con mis amigos y ¿qué es lo que descubro? Nada menos que a mi misma hermosamente dibujada, pero horriblemente mojada.
No quería voltear, no quería descubrir la nada donde debería estar su cara, sus enormes ojos negros, su mechón insistente. Sabia que era mi imaginación, que ella no estaría ahí, quería disfrutar la fantasía todo lo posible.
-Tuve que entregar el bote antes de que se acabara mi hora y mis amigos están muy disgustados conmigo -continuo la voz a mis espaldas-, sólo porque tenia que cerciorarme de que estaba usted aquí.
No quería voltear, no quería encontrarla donde hasta hace poco estaba una viejecita que se maravillaba con la poca destreza de la joven bailarina, no quería verla en donde hasta hace poco una voz anciana relataba a una acompañante hastiada los días en que fue parte de la Compañía Nacional de Danza.
-A menos tenga la decencia de mirarme cuando le hablo -dijo mientras una mano se posaba sobre mi hombro, su voz sonaba tan alegre disfrutando del regaño fingido que me propinaba-, o empezaré a creer que los gatos de Chessire sólo tienen espalda.
Me volví porque no tenia otro remedio, debía verla, debía no encontrarla a mis espaldas. Me volví y encaré los ojos negros que me miraban alegres, el mechón que aún caía sobre el rostro de labios sonrientes; su camisa blanca de secundaria estaba atada en su cintura y se veía mojada, su pelo lucia húmedo, la falda aún goteaba pegada con persistencia a sus piernas y caderas, el suéter verde era lo único que se conservaba seco y cubría su torso, a través de una apertura podía ver el corpiño empapado pegarse a su pecho.
-¡Sí es usted! -gritó convenciéndose, mientras me abrazaba emocionada, mojando mi rostro con su cabello y humedeciendo mi ropa con la suya, yo no pude más que responder a su gesto.
-Perdone -me dijo mientras se soltaba. Quería retenerla, fundirme en ella, pero mis brazos no me respondieron y cayeron vencidos a mis costados-, no quería mojarlo, pero mis "amigos" estaban tan disgustados porque entregué la lancha que, en venganza, me arrojaron a las aguas del lago para terminar como el dibujo; por suerte la Liebre de Marzo traía mi mochila con mi suéter, sino estaría yo dando un espectáculo -me explicó mientras señalaba hacia atrás sobre su hombro.
A unos pasos en la dirección que su dedo mostraba estaban sus amigos, completamente secos; la Liebre de Marzo les explicaba algo que los hacia mirar de vez en cuando hacia nosotros, lo que fuera que les estaba diciendo a la mayoría les provocaba diversión y un poco de curiosidad, pero uno de ellos sólo miraba a mi Lolita con un rastro de amargura y a mi con un poco de resignación.
-Tengo ganas de dejarlos aquí plantados -decía Alicia entusiasmada mirándome-, será una buena manera de reprocharles lo de la mojada... Sí, eso es, me despediré de ellos y usted y yo, señor Garo de Chessire, desapareceremos y nos iremos a algún lugar donde pueda sentarme a secar mientras le pago su dibujo haciendo uno suyo -concluyó y se alejó en dirección del grupo que la acompañaba.
Había seis mujeres además de mi Alicia, ellas la miraban y me miraban alternadamente, como preguntándose si sería seguro dejarla ir sola con un extraño, la Liebre de Marzo se ofreció a acompañarnos para tranquilidad de sus amigos. Yo me sentí enojado; ¿como se atrevían a interrumpir mi fantasía?
Lolita se despidió del resto del grupo. Una vez que estuvimos lo suficientemente lejos Alicia le suplico a la Liebre de Marzo que nos dejara, le juraba que iba a estar bien, que no se preocupara, que si verdaderamente era su amiga se iría a su casa y que ella se encargaría de pagarle el favor otro día, pero que deseaba estar sola para platicar conmigo. la Liebre de Marzo tardó en ceder y se fue preocupada por su amiga, pero finalmente se perdió entre los árboles de Chapultepec.

X
Mirándola sobre el pasto apenas podía creer el tenerla ahí, sólo para mi, recostada recibiendo al sol en un intento de secarse, sonriendo y callada. No podía resistir el impulso; saqué mi cuaderno de dibujo y empecé a plasmar sus gestos en las hojas.
De pronto el cuaderno salió de mis manos y vi la cara aún húmeda de mi Alicia.
-Es de muy mala educación que si yo prometí hacerle un dibujo, el que trace sea usted, señor Gato de Chessire -dijo con el enojo de broma con el que habitualmente me hablaba.
-Pude ser -dije yo-, pero la verdad es que ninguna prueba tengo de sus dotes de retratista, mi querida niña Alicia y no pretendo mostrar por el mundo una imagen mía más horrenda de la que de por si ofrezco.
-¡A CALLAR! -ordenó e inmediatamente arrebató también el lápiz de mis manos, se sentó contra un árbol repitiendo la imagen que de ella conservaba del primer encuentro, sólo que ahora sus manos tardaron más en corregir el levante de su falda, ya que la tela mojada persiste en su unión.
Inició su trabajo pero de inmediato arrancó la hoja y la tiró.
-Necesito estar más cerca -declaró con gestos exagerados y se acerco más, pero el destino de su segundo intento no fue distinto al del primero. Seis intentos después no se encontraba más lejos que a dos pasos de mi.
-Decididamente su cara es algo difícil de plasmar en un papel señor Gato de Chessire, realmente requiero de una gran cercanía para plasmar sus gestos; así que con su permiso...
Se inclinó hasta que sus ojos quedaron justo frente a los míos, nuestras caras no se separaban más que por una ligera brizna de aire vespertino.
Durante un tiempo fingió observarme con detenimiento, su mano me tomó de la barbilla y con más sugerencia que fuerza me obligó a mover la cabeza a distintas posiciones. De pronto se detuvo poniéndonos de nuevo frente a frente; me miró con sus grandes ojos negros, un mechón de cabellos ya secos caía sobre su cara, sonrío como una niña a quien se le acaba de ocurrir una nueva travesura, cerró los ojos y me dio un beso furtivo en los labios.

XI
Nos abrazamos. Pronto sus manos empezaron a jugar con mi cabello y sus labios se deslizaron hasta mi oído. Besé su cuello.
Mientras una mano acariciaba mi espalda, mis dedos encontraron la piel bajo su suéter. Con sus brazos en torno a mi cuello, se separó un poco de mi, me miró con una sonrisa. Mi mano subió un poco, hasta tocar su pecho cubierto por el corpiño. Se mordió el labio inferior en una sonrisa, cerró los ojos y volvió a besarme.

Sus manos se deslizaban bajo mi camisa, su boca sabía a sal dulce. Desabotoné su suéter y fue ella misma quien, sin dejar de besarme, lo arrojó a un lado.
Abrazados, nos recostamos sobre él. Sus manos jalaron mi camisa hasta sacarla por encima de mi cabeza, mis manos hurgaban bajo su corpiño. Pronto éste siguió el camino de mi camisa y reposó junto a su mochila, a unos pasos de nosotros.
Nuestros pechos desnudos se tocaron.
Mis labios bajaron para besar los lunares de su pecho, sus pezones erguidos. Seguí bajando por su abdomen, hasta su ombligo. Se rió y con sus manos, con más sugerencia que fuerza, me llevó de nuevo hasta su cara.

Abrazados, volvimos a sentarnos, sus muslos rodeaban mi cintura. Mis manos los recorrían desde la rodilla hasta debajo de su falda, tocando su ropa íntima y bajo ella, jugando con los dedos entre un bello escaso, casi inexistente.
Besándola, desabroché la falda y la deslicé por sus muslos. Volví a abrazarla, besé su boca y cuello, probé de nuevo sus pechos. Mis manos empezaron a bajar su ropa íntima.
Se alejó de mi un instante. Me miró tímida y contempló su desnudez. Insegura, sonrojada, continuó bajando su ropa íntima poco a poco. Me abrazó asustada, ocultando su cara en mi pecho. Avergonzado, bajé la mirada.

-No –dije-. No así, no aquí... No conmigo.

XII
En el transporte colectivo que nos dejaría por su casa, mi Lolita dormía agotada sobre mi hombro, yo me contentaba con acariciar su cabello e intentaba retener la imagen de mi Alicia y yo en aquel prado oculto del bosque.
Extraje mi libreta de dibujo y mi lápiz de mi mochila, intenté plasmar la escena que regresaba constantemente a mi cabeza, pero sólo lograba dibujar barajas en las manos de Lolita.

Cansado de mis fracasos inicié una carta, mi Lolita aún dormía y el camino se tornaba eterno, empezaba a anochecer.
Terminé la carta y la puse en su mochila, dulcemente para no despertarla. Llegamos a nuestro destino, desperté a mi Alicia y la acompañé hasta la esquina de su calle.
-Quisiera decirle mi nombre señor Gato de Chessire -dijo Lolita-, pero temo cometer una tontería que rompiera lo que he vivido y las imágenes que he fabricado.
-Mi querida niña -le contesté- te suplico no digas nada, ni ahora ni nunca, no deseo saber tu nombre pues para mi sólo eres Alicia, mi pequeña Lolita.
Le di un beso en la frente y la observé alejarse por la acera y entrar en una casa que lucia un hermoso jardín a la luz de las farolas.
Me quedé durante mucho tiempo mirando la calle desierta, vi la luz de lo que supuse su cuarto encenderse y la vi abrir la ventana para que entrara aire, observé como descuidadamente se quitaba su ropa y entraba al baño. Un gato paso por mis pies y un sombrero maltrecho rodó por la calle a causa del viento que soplaba. La vi salir del baño y ponerse una pijama de color amarillo con flores rojas, la vi leer durante mucho tiempo y después apagar la luz.
Me quedé aún mirando su ventana a oscuras, como esperando que bajara por ella y escapara conmigo. Me fui cuando la noche era ya madrugada.

XIII
Evidentemente Lolita no se llamaba Lolita, pero el nombre que Navokov dio a su obra era el que mejor la describía. Evidentemente este cuento no termina con Alicia despertando de su maravillosa pesadilla o regresando de espaldas a través del espejo de su cuarto.
No volví a buscarla, pero sus imágenes me persiguen todavía en mis sueños y vigilias. Aún me sorprendo plasmando sus rasgos en mi cuaderno de dibujo o recordándome parado frente a su casa en la noche fría; me imagino espiando por su ventana sus actividades nocturnas. No la veo ya con su pijama amarilla, sino con un camisón blanco que la cubre hasta las rodillas.
Me la imagino aquella noche, cuando estuve con ella por ultima vez, revisando su mochila y encontrando mi carta de despedida. No puedo ubicar su cara, que en otros recuerdos veo con tanta claridad, sin embargo recuerdo todas las palabras que puse en el papel de dibujo, me la imagino leyendo y puedo ver lo que en el papel hay escrito...

XIV
"Mi querida Niña Alicia:
A partir de ahora, lo comprendo, me quedo solo sin ti, sólo porque no estarás más ya aquí, no como ahora que te veo dormir, no como cuando probé tus labios, no como cuando te encontré en aquel parque.
Entonces era yo completo, no lo seré más ya. Entonces tu imagen bastaba para espantar mi soledad, ahora no, tu imagen sólo la hará más insoportable, más oscura, más invencible.
La reina de corazones no ha ganado y, sin embargo; yo pierdo todo con el adiós que nos diremos en un rato, te veré alejarte y me quedare solo o sólo, que no es lo mismo.
Me desvanezco sí, con una sonrisa en los labios y jugando con las palabras de la única forma en que sé hacerlo. Pero no para ti, tanto más, para ti permanezco.
Me desvanezco sí, pero soy yo quien no me encontrará ya más. Ya no soy sino estoy contigo y en ti, pero eso no sucederá, así que me desvanezco para mi.
Muero pues, pero no de la manera que quiero, sino de una mucho más cruel, muero para mi y no para el mundo, muero por dentro.
Ahora mi cáscara vacía caminará por las calles que siempre le serán extrañas, sólo porque ya no está en ti y nunca lo estuvo. La gente la mirará y se reirá para si; 'Miren al bufón, al hombre hueco’.
Mis palabras callarán lo que debería gritarse y mis ojos no llorarán mi muerte. Mi cáscara andará siempre ahora que ya no seré, pero es mi cáscara, solamente mi cáscara, nada más."

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miércoles, junio 06, 2007

04/04

INFANCIA ROBADA

Las estrechas relaciones entre el poder y los grupos que controlan la explotación sexual infantil en México han sido abordadas ampliamente en tiempos recientes, mucho más desde la difusión de las conversaciones sostenidas por el gobernador de Puebla, Mario Marín y el empresario textil Kamel Nacif, sobre el caso de la periodista Lidia Cacho.
El peligro, como se apuntó en anteriores entregas, es suponer que exhibir un único caso basta para detener un fenómeno de tal magnitud. Las relaciones entre el gober precioso y el rey de la mezclilla no son las únicas, ni la red delictiva identificada con Jean Succar Kuri detenta el monopolio de esta práctica.
De acuerdo a la Fiscal Especial para la Atención de Delitos Relacionados con Actos de Violencia Hacia las Mujeres, Alicia Elena Pérez Duarte, en México funciona una red de redes de organizaciones dedicadas a la trata de personas, particularmente de menores de edad. Es decir; no es una organización única, sino una variedad de grupos aparentemente sin coordinación central, que abarcan todos los complejos aspectos de este submundo.
Estos grupos, muchas veces enfrentados entre sí, extienden su influencia a personalidades de la política, del mundo empresarial, de la iglesia y de muchos otros sectores en un etcétera tan largo como un brazo. A ellos súmense los contactos entre estas organizaciones y otras, como el narcotráfico, el tráfico de órganos y las redes dedicadas a promover la adopción ilegal de menores mexicanos por extranjeros.

Poder e infancia
Los pederastas, señala Laura Martínez, directora de la Asociación para el Desarrollo Integral de Personas Violadas AC (ADIVAC), son personas que necesitan demostrar su poder sobre individuos indefensos. En esta lógica, no es difícil que quienes ostentan cargos de gran poder se sientan seducidos por la fácil victimización de los menores.
De acuerdo a una breve investigación hemerográfica, múltiples son los nombres de figuras públicas que, en diversos grados, han sido relacionados con este fenómeno. Si bien, todos ellos se han apresurado a desmentir, explicar o tergiversar las versiones que los involucran, también es cierto que, públicamente, no se conocen datos que los exculpen completamente.
Martha Sahagún de Fox y su Fundación Vamos México han sido señalados como destinatarios de cuantiosas donaciones hechas por los empresarios Kamel Nacif y Succar Kuri, ambos señalados como integrantes de una de las más poderosas organizaciones de pornografía infantil en México. De acuerdo a declaraciones de Lidia Cacho, la propia primera dama habría retrasado la extradición al país del hotelero.
Miguel Ángel Yunes, anterior secretario ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, fue señalado por el menos tres niñas como íntimo amigo de los empresarios de origen libanés y asiduo participante de las fiestas de intercambio organizadas por el hotelero en sus establecimientos de Cancún.
Los exgobernadores de Quintana Roo, Joaquín Hendrikz Díaz y Miguel Borge Martín, además del primo del último, a la postre procurador de justicia del estado, Bello Melchor Rodríguez y Carrillo, han sido señalados como amigos cercanos del hotelero y, particularmente. del empresario textil Kamel Nacif.
Otro gobernador involucrado en la extensa telaraña es Pablo Salazar Mendiguchía, de Chiapas, grabado cuando ofrecía su ayuda al rey de la mezclilla en el proceso legal contra Lidia Cacho; intercediendo ante “los de la Jornada” para que le concedieran el derecho a réplica y solicitando a José Luis Soberanes, Presidente de la CNDH, que investigara el caso.
El propio Ombusman nacional ha relacionado a su homólogo poblano, José Manuel Cándido Flores, al subrayar su extraña insistencia en que el caso de la periodista se quedara en el ámbito de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Puebla. La procuradora de justicia del mismo estado, Blanca laura Villena; la agente del ministerio público Rosa Aura Espejel; la juez asignada al caso de Cacho, Rosa Cecilia Pérez González y la directora del Instituto Estatal de la Mujer, América Soto López, son otras personalidades poblanas que han encontrado su papel en este drama.
El exsenador Emilio Gamboa Patrón y el excomisionado del Fonatur Alejandro Góngora Vera también han sido implicados en distintos momentos de la investigación. Además de figuras del mundo empresarial como Frans Gus Davos y Hanna Naked Bayeh, quien hasta hace poco manejaba los talleres textiles de los penales poblanos.

La punta del iceberg
Las relaciones entre las figuras públicas y las mafias de pornografía y explotación sexual infantil son, si acaso, botones de muestra de un submundo que llega mucho más lejos y mucho más profundo en nuestra sociedad.
La propia iglesia católica, presunta guardiana de la moral, ha sido señalada no pocas veces y no sin pruebas como refugio de pederastas. Empezando por el tristemente celebre caso de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo e íntimo amigo del fallecido Juan Pablo segundo, señalado repetidamente como abusador de menores en los seminarios a cargo de su orden.
Puede mencionarse también la situación de arquidiócesis de Boston, que ha debido desembolsar cuantiosas sumas de dinero para acallar los escándalos judiciales provocados por, al menos, 36 curas acusados penalmente de violar a niños y niñas en sus parroquias.
La lista sigue y se extiende cada día. El Arzobispo Primado de México, Norberto Ribera (aquel, que cuando se trata de la libre elección de la mujer sobre su cuerpo y vida, no pierde tiempo en llamar a una cruzada “en defensa de la vida”), se encuentra bajo proceso por “conspiración para la pedarastía” en Los Ángeles (California), por el encubrimiento y protección que ha brindado al cura Nicolas Núñez, agresor de, cuando menos, 90 niños en México y Estados Unidos.
La ignominia no se agota en los salones del poder o en los claustros eclesiásticos. En las escuelas de educación primaria y secundaria, en los campos deportivos, en las redes de tráfico de migrantes indocumentados e, incluso, entre los muros de los hogares, el silencio condena a las víctimas.

La investigación para este trabajo fue realizada entre los meses de enero y marzo de 2006 e implicó contactar a grupos que participan de este fenómeno y a víctimas del mismo. Las entrevista a las niñas se realizaron bajo supervisión de su manager y no se permitió tomar fotografías ni guardar grabaciones de las misma. Los nombres fueron cambiados por petición expresa de las fuentes.
Una versión de las entregas de este reportaje fue publicada en la página 7 del extinto Diario La Razón de México D.F., entre el 9 y 12 de marzo de 2006.

P.D. que enlaza
En la barra de la derecha, dos nuevas adquisiciones (bueno, no tan nuevas... pero así, al menos, se explica porque no las había enlazado antes)...
Porque, efectivamente, Santiego tiene razón: el mundo no sólo es raro...
Y, por otro lado...
Nada más porque es bonito que haya un grupo que se alegra de que uno esté vivo...

P.D. que se cura en salud
Lo que viene la próxima semana es ÚNICAMENTE un ejercicio estético...

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