HISTORIA FRONTERIZA
La historia de Silvia Arce ha sido contada miles de veces, de mil maneras distintas, con mil distintos nombres; una historia más entre las miles de historias de las mujeres de Ciudad Juárez. Una historia de esfuerzo y tragedia, pero, sobre todo, de injusticia.
Herida que aún duele en el pecho de Evangelina Arce, su madre, sobre cuyo testimonio se reconstruye la historia que no debería repetirse, que no debería ser contada con otro nombre; nunca más... Ni una muerta más en Juárez.
A sus 29 años, Silvia trabajaba en una de las tantas maquiladoras de la ciudad fronteriza. Pero 300 pesos a la semana no alcanzaban para pagara la retan y la ropa y comida de ella y sus tres hijos. Obligada por la necesidad, Silvia buscó nuevas fuentes de ingresos, vendiendo cosméticos, ropa, zapatos, joyería y toppers a las bailarinas de los distintos centros nocturnos de la ciudad.
No era gran cosa, pero dejaba más que la maquila. Al menos, as{i era hasta que se topó con las puertas cerradas de El Pachanga, de Humberto Stern, quien le impidió vender su mercancía las muchachas del lugar. En compensación, le dio permiso de vender burritos a las afueras del local.
Si hablamos nos mata
Vivía con Octavio, el padre de sus hijos, quien sistemáticamente la agredía. Hasta que un día Silvia se presentó en casa de su madre para pedirle refugio. “Siento que algo me va a pasar”, le dijo; “ ya no me siento a gusto, me voy a venir para acá”, recuerda Evangelina.
Ocho días después, el guardia de seguridad de El Pachanga la llevó a la casa materna inconsciente, con marcas de golpes por todo el cuerpo. El propio Stern ordenó que se la llevaran después de que Octavio la agredió. Mismo que se presentó esa misma noche en el domicilio de Evangelina, gritando que le regresaran a su mujer, porque la iba a matar.
Apremiada por dificultades económicas y por la lejanía del domicilio materno de la escuela de sus hijos y de sus centros de trabajo, Silvia regresó a casa de sus suegros y al lado de Octavio. Desapareció 22 días después.
Aquella noche habló con su hija mayor, le dijo que nada más cobraba lo que le debían y regresaría por ella y sus hermanos para marcharse, por fin, de casa de sus suegros y abandonar a Octavio; la joven fue la última persona en verla con bien.
Fue la propia niña quien habló con sus abuela cuatro días después para informarle de la desaparición de Silvia. De inmediato se dirigió a El Pachanga para hablar con las bailarinas y conocidas de Silvia, tratando de obtener alguna información. “No sabemos nada”, le decían nerviosas; “si hablamos nos mata”.
Humberto Stern, el propietario, despareció el mismo día que Silvia y no se le localizó hasta una semana después, explicó que se encontraba en medio de “complicadas negociaciones” para vender el bar. El nuevo dueño del bar, decían las bailarinas, “es un señor que venía a recoger al patrón en coche”.
Quince días después la policía encontró a Verónica Martínez, bailarina de El Pachanga, vagando en la zona desértica que rodea la ciudad. Había estado secuestrada junto a Silvia y otras mujeres también reportadas como desaparecidas.
Amenazada de muerte, la exbailarina señaló al comandante García Paz, dela Procuraduría General de la República , como su captor. “Yo escapé, pero tengo miedo de que a las otras le vaya a pasar algo”, le dijo a Evangelina en aquel entonces.
Sin líneas de investigación
Verónica señaló no sólo a los culpables, sino incluso el lugar en el que la mantuvieron cautiva junto a las otras mujeres.La Procuraduría de Justicia de Chihuahua actuó rápidamente... Archivando el caso. “Si hubierean hecho algo”, se lamenta Evangelina, “cualquier cosa; Silvia seguiría viva”.
Solo la presión constante de grupos como Justicia para Nuestras Hijas, Nuestras Hijas de Regreso a Casa e, incluso, organismos oficiales comola Comisión Nacional de Derechos Humanos y la Comisi {on Esapecial de la C {amara de Diputados, logró que la procuraduría estatal abriera de nuevo el caso que consideraba “sin líneas de investigación a seguir”.
De los personajes directamente señalados como presuntos responsables de la desaparición de Silvia Arce. El excomandante de la PGR , García Paz fue detenido y procesado en Veracruz por secuestro y robo. La justicia chihuahuense, pese a la existencia de pruebas y testimonios que lo relacionaban con la desaparición de varias personas, no solicitó su traslado al estado fronterizo para enfrentar los cargos en su contra. Actualmene está en libertad y se desconoce su paradero.
Octavio, padre de los tres hijos de Silvia, ha sido una presencia intermitente y peligrosa en la vida de Evangelina y sus nietos. Poco después de la desaparición de Silvia, fue detenido por el propio García Paz (a quien, según el testimonio de Evangelina, conocía de tiempo atrás) y trasladado a cárceles de Sierra Blanca y El Paso (Texas). Una vez puesto en lbertad se dirigió a casa de su exsuegra para reclamar a sus hijos.
“¿Recuerda que hace años, cuando la quería matar, no me lo permitió para que los niños no quedaran huérfanos?”, Le dijo en aquella ocasi{on; “Pues ahora ya est{an huérfanos”. Durante su reclusión la propia Evangelina le preguntó si vio a Silvia: “Ya ni me la menciones”, le contestó; “ella ya está difunta”.
Poco después (y luego de una nueva estancia en cárceles de Estados Unidos), Octavio secuestró a sus propios hijos. Fue necesaria la intervención de agentes judiciales para recuperarlos, pero no se logró su detención. desde entonces su paradero es desconocido.
A Silvia Arce le sobreviven su madre y tres hijos, la mayor de ellos, ahora de 20 años, vive en casa de su esposo en Ciudad Juárez. Los dos varones, de 16 y 12 años, se encuentran al cuidado de su abuela.
Oficialmente, Silvia continua desaparecida, ya que su cuerpo no ha sido encontrado. Evangelina no tiene ya esperanzas, ha aprendido a aceptar la falta de su hija; “ahora sólo queda ve que no le pase a otras”.
Herida que aún duele en el pecho de Evangelina Arce, su madre, sobre cuyo testimonio se reconstruye la historia que no debería repetirse, que no debería ser contada con otro nombre; nunca más... Ni una muerta más en Juárez.
No era gran cosa, pero dejaba más que la maquila. Al menos, as{i era hasta que se topó con las puertas cerradas de El Pachanga, de Humberto Stern, quien le impidió vender su mercancía las muchachas del lugar. En compensación, le dio permiso de vender burritos a las afueras del local.
Vivía con Octavio, el padre de sus hijos, quien sistemáticamente la agredía. Hasta que un día Silvia se presentó en casa de su madre para pedirle refugio. “Siento que algo me va a pasar”, le dijo; “ ya no me siento a gusto, me voy a venir para acá”, recuerda Evangelina.
Ocho días después, el guardia de seguridad de El Pachanga la llevó a la casa materna inconsciente, con marcas de golpes por todo el cuerpo. El propio Stern ordenó que se la llevaran después de que Octavio la agredió. Mismo que se presentó esa misma noche en el domicilio de Evangelina, gritando que le regresaran a su mujer, porque la iba a matar.
Aquella noche habló con su hija mayor, le dijo que nada más cobraba lo que le debían y regresaría por ella y sus hermanos para marcharse, por fin, de casa de sus suegros y abandonar a Octavio; la joven fue la última persona en verla con bien.
Fue la propia niña quien habló con sus abuela cuatro días después para informarle de la desaparición de Silvia. De inmediato se dirigió a El Pachanga para hablar con las bailarinas y conocidas de Silvia, tratando de obtener alguna información. “No sabemos nada”, le decían nerviosas; “si hablamos nos mata”.
Humberto Stern, el propietario, despareció el mismo día que Silvia y no se le localizó hasta una semana después, explicó que se encontraba en medio de “complicadas negociaciones” para vender el bar. El nuevo dueño del bar, decían las bailarinas, “es un señor que venía a recoger al patrón en coche”.
Quince días después la policía encontró a Verónica Martínez, bailarina de El Pachanga, vagando en la zona desértica que rodea la ciudad. Había estado secuestrada junto a Silvia y otras mujeres también reportadas como desaparecidas.
Amenazada de muerte, la exbailarina señaló al comandante García Paz, de
Verónica señaló no sólo a los culpables, sino incluso el lugar en el que la mantuvieron cautiva junto a las otras mujeres.
Solo la presión constante de grupos como Justicia para Nuestras Hijas, Nuestras Hijas de Regreso a Casa e, incluso, organismos oficiales como
Octavio, padre de los tres hijos de Silvia, ha sido una presencia intermitente y peligrosa en la vida de Evangelina y sus nietos. Poco después de la desaparición de Silvia, fue detenido por el propio García Paz (a quien, según el testimonio de Evangelina, conocía de tiempo atrás) y trasladado a cárceles de Sierra Blanca y El Paso (Texas). Una vez puesto en lbertad se dirigió a casa de su exsuegra para reclamar a sus hijos.
“¿Recuerda que hace años, cuando la quería matar, no me lo permitió para que los niños no quedaran huérfanos?”, Le dijo en aquella ocasi{on; “Pues ahora ya est{an huérfanos”. Durante su reclusión la propia Evangelina le preguntó si vio a Silvia: “Ya ni me la menciones”, le contestó; “ella ya está difunta”.
Poco después (y luego de una nueva estancia en cárceles de Estados Unidos), Octavio secuestró a sus propios hijos. Fue necesaria la intervención de agentes judiciales para recuperarlos, pero no se logró su detención. desde entonces su paradero es desconocido.
Oficialmente, Silvia continua desaparecida, ya que su cuerpo no ha sido encontrado. Evangelina no tiene ya esperanzas, ha aprendido a aceptar la falta de su hija; “ahora sólo queda ve que no le pase a otras”.
Desde 1993 cerca de 500 mujeres han sido asesinadas en circunstancias, cuando menos, extrañas en Ciudad Juárez, Chihuahua... Más de 600 continúan consideradas como desaparecidas...
NI UNA MUERTA MÁS EN JUÁREZ
Más información enEtiquetas: El Nombre de la Ignominia, Notas
7 Comments:
No logro comprender cómo después de tanto tiempo, después de tanta muerte o desaparición no se haya avanzado nada y todo siga igual. No lo entiendo.
Besos
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Creo que no lo he mencionado antes... Pero cualquier comentario spam será suprimido (si no inmediatamente, sí cuando me de cuenta de ello)
Señor, tampoco entiendo porque existen lugares asi... por lo que puedo notar es usted una celebridad en esto de los blogs... apenas comienzo.. un saludo señor y una pregunta ¿que es un utopo?
me agrada eso de invetar utopias, de alguna manera el nombre de mi blog tiene ulgo que ver, "anhelo por el ideal", a veces solo ahi suceden las cosas como queremos...
Salvo algunos errores de dedo, creo que el texto está bien elaborado: a partir de testimonios reconstruye una de las (por desgracia) tantas historias de las que se viven en Ciudad Juárez.
Sin ser experto en el tema (como no lo soy en ninguno), puedo decir que me parece que lo que se vive en esa urbe es resultado de muchos factores, desde el machismo y la misoginia que subsisten en el país, así como el esquema económico-laboral de las maquiladoras, hasta lo más indignante: la inacción, por las razones que sean, de las supuestas autoridades responsables, locales o federales.
Mientras esta situación continúe, pienso que, además de esperar que ya no le pase a otras mujeres, una de las cosas que podemos hacer es seguir contando sus historias.
Por cierto, gracias por incluir la liga.
Saludos.
Ya lo había leido, solo que entonces no puse comentario.
Es impresionante, me afecta mucho.
Besillos, Mario
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