miércoles, agosto 27, 2008

CONTRASUERTE

Mario Stalin Rodríguez


La suerte tarda; la ruleta ha dado más de un millón de revoluciones esta noche y Tomás no ve multiplicarse su dinero, tanto más; ha perdido, poco a poco, el patrimonio familiar.

Piensa Tomás, tal vez, en la cara de su mujer cuando con los bolsillos vacíos llegue. En los reproches ya cotidianos, mil veces escuchados, sobre la irresponsabilidad y el vicio del juego.

Pero no es un vicio, se dice Tomás; no disfruta él estando aquí, no le es indispensable pasar las noches frente a este disco traicionero. No es un vicio, se repite Tomás; a lo mucho una esperanza.

La pelota cae, de nuevo, en un número ajeno. De nuevo escucha Tomás el grito de alegría de alguien más, en esta ocasión una mujer entrada en canas. De nuevo siente Tomás ese dolor en los bolsillos (¿cómo pueden doler tanto unos pedazos de tela vacíos?).

Tras revisar su presupuesto sale Tomás del cuartucho de vecindad, ha vuelto a dejar la mayor parte de su sueldo en el casino clandestino. Piensa Tomás en su hija, en los ojos que con cariño lo ven, en los 10 años que no alcanzan para entender lo pobre diablo que es Tomás.

Siente Tomás en su mochila el bulto metálico de la caja de acuarelas; tanto le gusta a su hija manchar el papel con esos colores alegres, esto le arranca una sonrisa.

De pronto siente Tomás el cañón de la pistola en su espalda, escucha Tomás la voz aguardentosa que le ordena entregar su mochila; pobre Tomás, se resiste sólo por una caja de acuarelas. Así muere Tomás, pero la muerte tarda.


P.D. Que premia

Así es, hay gente que aún participa en el famoso concurso aquel (dando click, hasta el final del post)... Bueno, ella muiy bien no sabía que estaba participando, pero igual acertó... Así que damas y caballeros (supongo que alguien así habrá entre quienes entran y leen estas líneas)... Bueno; y todos los demás, con ustedes:
que pondrá o no su premio en su blog... Si quiere.
Mientras tanto, obviamente, ya se ha sumado a la lista de enlaces de este blog.

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jueves, agosto 21, 2008

PARA AZUCENA

Mario Stalin Rodríguez

Dulce Niña,
Tierna Bruja:

Mis manos, mis pobres manos, mis viejas manos; tan manchadas de sangre, tan oliendo a muerte. Hace tanto que no veo mis manos; su imagen me asusta, casi tanto como el peso del metal que con ellas sostengo.
Te miro. Estás entre las sábanas, tu boca me sonríe, tu pecho no convulsiona ya, tus párpados se han cerrado. Azucena, tu imagen me cautiva.
De vez en cuando recuerdo Azucena: recuerdo el andar por la plaza; te recuerdo deteniendo a un perfecto extraño, preguntándole si extrañaba el concepto de libertad. Así, Azucena, de vez en cuando te recuerdo.
Pero la memoria es también amiga traicionera; porque de vez en cuando te recuerdo, Azucena, tan extraña como el otro, tan ajena como el paisaje. Es por ello que te disparo Azucena, no por otra cosa.
Te he matado tantas veces Azucena. Tienes muchos rostros, tantos cuerpos; unos fríos y despectivos, otros se me ofrecen cándidos y sensuales. Tantas mujeres eres Azucena, a muchas tu he conocido y en ninguna eres completa.
A veces te encuentro en la calle, otras en un bar, las más en el cine; tanto te gusta el cine Azucena. No cuesta demasiado reconocerte y saber el nombre tras el cual te ocultas; te delata la riza; esa que derrumba las murallas de Jericó, tan tuya; que no importa que rostro traigas Azucena, te delatas.
La historia se teje de manera distinta cada vez, pero siempre acaba en este cuarto Azucena, como la primera. Cuando jugamos desnudos entre las sabanas y descubro, asustado, que no eres completa, que de nuevo escapas y me eres ajena.
Sólo entonces tomo la pistola de debajo de la almohada Azucena y te mato. Entonces me siento a contemplarte, por que mis manos, mis viejas manos, mis pobres manos, me pesan.

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miércoles, agosto 13, 2008

COMPLEMENTOS

Mario Stalin Rodríguez

Así empieza...
Tenía una sonrisa tan amplia y blanca como la del gato de Cheshire, tan limpia e inocente como la de Alicia y tan vieja y profunda como la de la esfinge. Parecía, a la vez, joven y viejo, lleno de tradiciones y abierto a las novedades”… Parecía y, sin embargo, estaba tan lleno de miedo.
Sonreía para protegerse, para erigir una barrera contra el mundo; contra los otros.

Tenía miedo de disentir, de no encajar, de ser tachado de extraño por sus iguales. Por eso sonreía sin parar; sonreía cuando los de arriba lo llamaban pequeño y le encargaban más labores que cualquier otro. Sonreía cuando sus iguales se burlaban de él y le enjaretaban los errores de todos. Sonreía cuando los de abajo hablaban de él a sus espaldas y cumplía mal con lo que les encargaba.
“Es muy servicial”, decía su superior en las reuniones de consejo. “Es muy tierno” decían sus compañeras de trabajo cuando se marchaban dejándolo solo para terminar el trabajo del día. “Es un idiota”, decía su asistente cuando hablaba de él con su pareja... “Es una sombra”, decía ella cuando lo miraba a lo lejos.

Así sigue...
Ella también sonreía y su sonrisa era un poco chueca. La mayor parte de las veces sólo esbozaba una mueca alegre con las comisuras hacia arriba, un gesto un poco confundido cuando no entendía bien lo que ocurría y una sonrisa amplia y un poco chueca cuando hablaba con él, en las raras veces que lograba descubrirlo bajo la máscara de su sonrisa.
A veces parecía llena de miedo y lo estaba... Por esos sonreía, para derrotar su miedo y derribar las barreras que el mundo erigía frente a ella.

Tenía una belleza sencilla y un tanto extraña, no la mujer que los hombres voltean a ver en la calle y la oficina, sino el brillo que se adivina en los ojos cuando los contemplas fijamente y cuando sonreía, con esa sonrisa franca, abierta y un poco chueca, mostrando los dientes que no eran de un blanco perfecto; iluminaba el mundo.
“Es un peligro”, decían sus superiores en las reuniones de consejo, “se la pasa a aconsejando sus compañeros contra nosotros”, completaban. “Es muy extraña”, decían sus compañeros cuando ella reía, al parecer, sin causa aparente. “Es demasiado”, decía su antigua pareja cuando le preguntaban sobre ella... “Es la mañana”, decía él cuando nadie lo escuchaba.

Así continúa... Tenían ya tiempo de trabajar juntos; ella era la única con quien él no se disfrazaba y él era el único que la escuchaba realmente. Pero ambos tenían miedos que derrotar y se alejaban.
Fue ella quien tomó la iniciativa, una tarde de lluvia lo esperó un poco lejos de la oficina. Él, sobra decirlo, se sorprendió cuando la vio parada bajo la lluvia, agitando la mano y llamándolo a gritos. Fueron a tomar un café para platicar mientras esperaban que el clima se tranquilizara... Y siguieron hablando, al menos ella; porque él estaba perdido contemplando su sonrisa.
A la mañana siguiente él dejo de sonreír para esconderse...

Así empieza...

P.D. Que se cura en salud...
Para Nanny, obviamente, y que quede claro que fue su idea...

P.D. que agrega...

Con Ustedes, señores,
Ayshane, de Tras el Velo Oscuro... Una agradable sorpresa...

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miércoles, agosto 06, 2008

POSESOS

Mario Stalin Rodríguez.

I
Ella estaba ahí, con su cara pálida de juventud arrebatada, como la de una muerta. Sus rubios caireles caían con gracia sobre el grácil rostro, como de porcelana blanca.
Ella estaba ahí, ocupándolo todo, yo no podía desviar mi mirada, debía observar como ella se devoraba mi alma, trago a trago.
No se movía, su rostro no mostraba expresión alguna, solo un boqueo, como el de un pez, y sus ojos de infinita belleza que llegaban a lo más profundo de mi ser.

II
Aún recuerdo la escena, el periférico estaba congestionado y pude ver a las dos personas que iban en el carril de al lado, únicamente miraban para el frente, y me pareció que se reían, pero de sus ojos, lo vi claramente, brotaban lagrimas de desesperación.
No podía ver bien que miraban, por cuestión de perspectiva supongo, pero era algo que los angustiaba de sobre manera, algo que les costaría el alma, por así decirlo.

III
Nos miraba sin maldad, fríamente, mi compañera no podía apartar su mirada, para mi también era imposible, pero solo la miraba a ella, a mi acompañante.
Sus ojos, bellos ojos, lo ocupaban todo, ocupaban los coches y el semáforo, ocupaban el parabrisas y los faros delanteros, todo menos ella, era como si fuera indiferente a su propia presencia, como si se ignorara a si misma, solamente tenia interés en quien me acompañaba.

IV
En la noche, ya sola, la niña platicaba.
-No me divertí mucho hoy, hasta que veníamos de regreso...
En la obscuridad del cuarto los ojos vacíos adivinaban una presencia.
-Es tan lindo encontrarse con personas afines, aunque creo que ellos no lo entendieron así...
La sonrisa inocente se dibujaba en la cara blanca, mientras una mano que no existe acariciaba los caireles rubios.
-Ojalá los pudiera ver en persona, no a través del cristal, para poderles explicar, para que me entiendan. Y es que a veces me siento tan sola...
Apago una luz que no estaba encendida y se recostó, sus labios sintieron el beso del aire y el amor de su protector ausente.

Para Alejandro Cruz y Teresa Azucena.

Octava Uva...

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