miércoles, febrero 27, 2008

VERSIONES III

Gris es el color de la ciudad, como grises son sus nubes diarias y grises los fantasmas que deambulan por estas calles. No las ridículas sábanas que flotan a dos centímetros justos del piso, no las patéticas invenciones que presentan las pantallas de todos los tamaños. No, sólo los fantasmas; los verdaderos.
Basta la más distraída de las miradas para saber que a esta ciudad la poblan los fantasmas; están en sus callejones y avenidas, en las paredes de los viejos edificios y asoman por las ventanas de las más modernas construcciones, deambulan por el subterráneo y en las azoteas de los rascacielos enanos. Es ésta una ciudad de fantasmas, tanto que sus habitantes han llegado a ignorarlos y olvidarlos, pero ahí están; siempre presentes.
No todos los fantasmas son iguales; en esta ciudad conviven los asesinados del Poder, los muertos por la injusticia, las víctimas anónimas de la miseria, quienes murieron construyendo otro mañana, los fantasmas particulares de cada quien, los de la ausencia y los vivos.
Son estos últimos los fantasmas que causan miedo, las presencias furtivas que acechan en las sombras de cada esquina, con rostro impreciso. Son estos últimos los que aparecen retratados en los noticieros nocturnos, los fantasmas que asaltan la tranquilidad para robar la última ilusión de normalidad.
No todos los fantasmas son iguales, ni aún todos los vivos. Otros no aparecen exagerados en las pantallas de televisión ni se mencionan en la prensa, son los fantasmas del Poder; las sombras que pululan en las prisiones clandestinas, los inexistentes que desaparecen a quienes se les oponen. El rostro oculto del Poder en México.

Miriam Gómez vive atosigada por los últimos. Creyó, ingenua, que su muerte los alejaría de sus días. Desde entonces puede imaginarlos en cada esquina, esperándola; acechando para terminar el trabajo.
Desde su muerte vive sus días temerosa. Por eso cambia constantemente de ubicación, por ello muda su aspecto. Todo esfuerzo es inútil; los fantasmas la siguen ahora, como cuando estaba viva.

Fue ejemplo a seguir; luchadora incansable por los derechos de los desprotegidos, se enfrentó no pocas veces al rostro de Poder y al Poder sin rostro. Caminó con los marginados en la búsqueda de un mejor mañana. Fue en ese camino que la mataron.
Las circunstancias de su muerte no están aún del todo claras; su cuerpo fue hallado en la oficina cerrada por dentro, no había señales que indicarán cerraduras forzadas y la última persona que fue vista salir del lugar, lo hizo mucho tiempo antes de la hora estimada de muerte.
Sin embargo; la oficina presentaba claras huellas de enfrentamiento y los vecinos afirman haber escuchado una discusión fuerte entre Miriam y otra persona, discusión que terminó con el ruido de dos disparos.
Fue precisamente el estruendo lo que llevó a los testigos a llamar a la policía. Cuando los elementos de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal llegaron, se precisó de un cerrajero para entrar al inmueble; ahí la encontraron.
Su cuerpo, tendido sobre un sillón, presentaba dos orificios de bala; uno en el cráneo con trayectoria descendiente de izquierda a derecha y otro en el muslo derecho. Sujetaba el arma con la mano izquierda bajo un cojín de la sala.

Todo ocurrió hace casi dos años, desde entonces Miriam escapa de sus asesinos.

P.D. que pide un favor
La verdad es que eso de activar el modificador de palabras o la moderación de comentarios me da demasiada flojera, sin embargo la abundancia de mensajes spam en el ultimo post me orillaría a eso... De momento no lo haré, así que si que por favor evítenme la molestia y no comenten para decir que vea "here"... igual no lo voy a hacer.

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jueves, febrero 21, 2008

DEFINICIONES

Mario Stalin Rodríguez

La distancia en singular
se mide en metros
y no importa.
Las distancias, en plural,
se miden de otra forma
y son las que cuentan.

La distancia de los océanos
marca presencias.
De madrugada,
amistades y compañía;
letras cálidas.

Las distancias, las otras,
marcan ausencias.
De madrugada,
silencio y soledad;
sábanas frías.

La distancia de los continentes
tiene un color cálido.
Las distancias, las otras,
tienen colores
de esperanzas ausentes.

Las distancias son verdes
como en “viejos los cerros
y reverdecen”.
Las distancias son rojas
como la esperanza en rojo,
como en “habito a la izquierda,
sobre el rojo”.

Distancia y Distancias
no son lo mismo...
Y ambas nos definen.

P.D. que dedica y premia
Este post un poco fuera de lo habitual en este blog (fuera de lo habitual, pero sólo un poco... Y sólo en la forma, no en el fondo) está obviamente dedicado a MaríaPan de
porque en la distancia supimos encontrarnos y estar cerca de la manera que cuenta.

Y aprovecho también para contribuir con mis más bien magras posibilidades a elevar la de por sí larga lista de premios de Nanny, otorgandole el premio REPISA REFORZADA a su blog
además de por las razones obvias, porque creo que éste en particular le sería útil.

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miércoles, febrero 13, 2008

VERSIONES II


En la primer madrugada de este relato, Héctor abrió los ojos a la oscuridad con el ansia del cigarrillo en la boca. No había estado dormido, era sólo ese estado de duermevela en el que los insomnes caen cuando tratan, inútilmente, de obligarse a descansar.
Como casi siempre, al cerrar los ojos las veía y escuchaba sus risas. Las sabía ajenas, distantes. Es la ausencia, se dijo, la soledad que se niega a morir. Sólo nostalgia, se repitió.
Rascó su cabeza y buscó a tientas la cajetilla de ovalados sin filtro; se calzó y dio un beso en la frente de quien a su lado dormía ya por quinto mes. Le dedicó una tierna sonrisa y volvió a besar su frente, cuando el sueño de ella se turbó un poco, Héctor trató de tranquilizarla en voz baja.
-Descansa Diana, sólo voy a salir un rato.

Cubierto con una bata salió a la azotea a contemplar el espectáculo de la ciudad de noche, firmamento inferior en donde las estrellas son más numerosas en el piso que en el cielo. Revisó la cajetilla que descuidadamente había echado al bolsillo del pants que hacía las veces de pijama.
-Sólo dos cigarros -pensó para sí-, será una larga noche.
Sentado en el borde del muro reconsideró, como hacía cada noche en los últimos meses, su relación con Diana y la comparó con las ausencias que le pesan. En las noches como ésta le da por pensar en ellas. No es extraño, en realidad, siempre hay alguna parte de sí mismo que está pensando en ellas.
Pero en las noches como ésta le da por pensar en ellas de manera voluntaria.
Apagó el cigarro y se rascó la barba, resignándose a otra madrugada frente a la pantalla. No trabajando, porque las noches como ésta no son para el trabajo; son madrugadas para celebrar memorias, para festejar a quien duerme en el cuarto bajo sus pies.

Héctor cuenta con cuatro computadoras, a saber: la que utiliza para escribir, una vieja 3.86 que sólo puede correr Word Perfect para MS.DOS; una más moderna, que emplea para mandar sus trabajos y darles los últimos toques; una portátil, la más reciente adquisición, que utiliza Diana para hacer sus trabajos y que llegó a la cómoda del dormitorio hace cinco meses y la última, que únicamente enciende en las madrugadas en las que el insomnio es poderoso. Ante la última se sentó Héctor esta noche.
Algunas veces juega en ella carreras en mundos ficticios, otras veces construye civilizaciones virtuales que deben guerrear contra imperios inexistentes. Otras más aprende y reaprende cómo manipular sus imágenes (las propias o las que, con un lente, roba de la realidad). Finalmente, también jugando se construye un amanecer sin grises nubes.
La mayoría de las noches emplea el tiempo en leer las disertaciones personales de amigos que se encuentran a la distancia; de algunos de ellos sólo conoce las letras y, en esta justa medida, es que los aprecia. También pasa madrugadas escribiendo para sí mismo y para un público que no conoce. No los párrafos que le dan de comer, no los que publica cada semana, sino letras personales que hablan de sus ausencias, de soledades y, sobre todo, de actuales esperanzas.
Revisó la hora en la pantalla del celular que tenía conectado a la corriente en el estudio (para que, si sonaba, no molestara el sueño de Diana), puso en marcha el reproductor de música de la computadora y se dispuso a escribir.
Entonces, sonó el teléfono.

No reconoce el número en la pantalla del celular, no le extraña; muchos, incluso perfectos extraños, tienen el número, finalmente, uno de los tantos gajes del oficio periodístico. Lo extraño es la hora; a las cuatro de la madrugada, se dice, sólo los enamorados o los conspiradores se hablan por teléfono.
- No cuelgue –le ordena una voz ronca, enferma, desconocida-; lo que tengo que decirle le interesa. Pero no puede ser así, no por teléfono... Por aquí muchos nos escuchan...
Al otro lado de la línea se escucha el ruido característico de un reproductor de cassetes poniéndose en marcha, una ligera estática le llega y una voces, primero confusas, voltean la realidad:
-¿Cómo anda tu pasado? –pregunta una mujer... En su memoria casi puede verla incorporándose para despedirse.
-Cambiando, tu lo sabes –responde un hombre... En su memoria puede verlo abrazándola-; algunas veces aquí, otras allá. Tu lo sabes, el pasado no es estático, cambia conforme nosotros cambiamos y nos ayuda a caminar. Cuando congelamos el recuerdo, tu lo sabes; solo sirve para atarnos.
-Te extrañaré –dice la mujer-. Más incluso de lo que yo misma podría esperar... Pero no me hagas mucho caso; todo se explica, espero, en los libros que alguna vez me prestaste.
Tiene que sujetarse al asiento para no caer; recuerda esa conversación, esa y muchas otras entre los mismos actores, uno de ellos, él mismo.
-Si reconoce las voces –vuelve la voz del principio-, sabe que hablo en serio. Muy pronto lo buscaré y entonces podremos entendernos... Discúlpeme.
La comunicación se corta. Por supuesto que reconoce las voces, una de ellas, queda escrito, es la suya y la otra... La voz de mujer es María, la primer ausencia.

María, el nombre asalta su memoria y Héctor siente el dolor de la ausencia; María. Lleva su segundo y último cigarro de la noche a la boca y, sin encenderlo, se permite recordar.
María, hace tanto, siendo tan jóvenes. Su cabello negro, quebrado, cayendo sobre su espalda desnuda. Su andar ligero, cuando se levantaba de la cama y caminaba sin ropa; como flotando. Sus ojos negros de mirada infinita, los que absorbían el mundo.
Cuando se conocieron se supieron amigos, pero no duró mucho; porque pronto Héctor descubrió en ella la mañana. Pronto empezó a buscarla sin justificación y ella correspondió. Así, la mutua amistad se transformó pronto en mutua ternura.
-Estás solo -le dijo una noche de fiesta-, estoy sola; no es ningún secreto. Dos soledades que se juntan no hacen una gran soledad; hacen una compañía.
Desde entonces este vergonzante profesor se dedicó a descubrir la forma de vivir junto a ella, de compartir sus mañanas con otra persona, sus días todos; sus sueños todos.

María, hace tanto tiempo, siendo tan jóvenes. Despertar a su lado era fácil; caminar a su lado y hablar con ella de la banalidad y lo vano; compartir con su aroma las noches; extraer de su risa la vida. Recordarla es para el periodista, sobre todo, recordar su risa.
María riéndose de chistes bobos y bromas estúpidas, de los fáciles juegos de palabras que para ella inventaba. María riéndose cuando una fuga de gas hizo estallar el calentador de agua del departamento que compartieron; con la cara enrojecida, las pestañas y cejas ausentes, riéndose.
María, recordarla es para Héctor, sobre todo, recordar su risa; la que derrumbó las murallas de su Jericó. Su risa, la que de pronto se hizo fría y se marchó.

Tal vez fue sólo la rutina o la manera en que los mutuos sueños se congelan y otros horizontes empiezan a adivinarse a lo lejos; horizontes extraños, no para compartirse con el otro.
Tal vez fueron razones más prácticas, los pequeños errores que con la convivencia se magnifican; la suma de las incompatibilidades minúsculas. Tal vez fue una combinación u otras historias.
Hubo gritos, silencios e indeferencias que duraban días, semanas; hasta que una tarde Héctor regresó al departamento y no encontró en él más que ausencia. Se llamó a sí mismo culpable y, en distinto tiempo, la culpó de todo. Buscó su calor en otros labios y de todos se separó al no encontrarlo.
No tuvo tiempo de acostumbrarse a su ausencia; una mañana María regresó a su vida.

Hace tanto tiempo, siendo tan jóvenes. María regresó buscando la amistad de quien mejor la conocía y él no supo negarla. Conforme las semanas pasaron, de nuevo, esta relación se transformó en mutua ternura y, de nuevo, ambos descubrieron en el otro su diferentes, es decir; su complemento.
Regresaron las mañanas a su lado, los paseos vespertinos, las pláticas nocturnas, su aroma en las sábanas. Volvió su risa una vez más, sólo para apagarse nuevamente.
Héctor no estuvo presente ese día, sin embargo; puede recordarlo a detalle. María sobrecargada tras las compras del mes, desesperándose por la tardanza del elevador. María subiendo por las escaleras, resbalando en un escalón; cayendo, golpeándose. María inconsciente en un descanso entre pisos.
No despertó más. Tres días después. en el cuarto de un hospital privado, Héctor debió decirle adiós. Este fue el principio de la primera ausencia.

Cuando Diana lo besó en la mañana, contemplaba absorto el monitor que repetía incansable la secuencia del salvapantallas; sus dedos aún sostenían el cigarrillo que nunca llegó a encender.
Movió la cabeza, tratando de despejar los recuerdos, de relegarlos al lugar que les había asignado ya tiempo atrás.
-No importa -se dijo-, seguramente era una mala broma de algún pesado.... Seguramente me quedé dormido frente a la pantalla. Estaba más cansado de lo que creía, sólo es eso.
Trataba de mentirse; no se había quedado dormido, lo sabía bien.

P.D. Que promete
Tengo agunos asuntospendientes con ella y con ella... Pero justamente a ellas (y a otr@s) les prometí publicar un capítulo de la novela cada 15 días, así que nuestros asuntos, tendrán que esperar... Espero sepan disculpar mi tardanza con paciencia.

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miércoles, febrero 06, 2008

EL LA MIRA

Mario Stalin Rodríguez

I
Él la mira, él duda un poco.

II
Caminar por las calles de la Ciudad, de vez en cuando mirar de reojo a quienes caminan en dirección contraria. Esa es una costumbre vieja en él.
Llegar hasta la columna chueca, virar un poco hacia la izquierda, mirar a la derecha, cruzar las calles a toda prisa intentando no ser atropellado por un automovilista imprudente, esos son reflejos en él.

III
Él la mira, él suda un poco.

IV
A lo lejos ella, Ella. Siempre un poco como desfasada del tiempo, siempre un poco como nebulosa. Camina hacia ella con pies como de plomo, con animo como de niño en camino a la escuela (si me perdonan el símil).
A lo lejos ella; vira un poco hacia la izquierda y ella que ya no está.

V
Él la mira, él de cura muy poco.

VI
Mirarla siempre, con ojos como de lascivia, pero no precisamente de eso. Mirarla siempre, con ojos como de deseo, pero no precisamente sólo eso.
Buscarla cuando ya no está, volver a encontrarla y no atreverse a hablarle, a decirle siquiera aun hola o algo un poco más atrevido que el saludo.

VII
Él la mira, él la desea un mucho.

VIII
Llegar hasta ella y saludarla con el saludo de siempre; fingir como siempre, después de todo sólo son amigos, solo son amigos, sobre todo solo, Solo.
Fueron más, fueron complemento e historia. Fueron más, fueron camino y cotidianidad. Fueron más y hoy son sólo distancias; silencios.
Despedirse cuando se van, desearla de nuevo con más fuerzas que antes, como el agua contenida que sale a presión cuando es liberada (si me perdonan el símil).

IX
Él la mira irse y se suicida un poco más esta vez.

Segunda Uva... Regresa Nadia Nehls Martínez

P.D. que contesta
Problemas de kilometraje y de suministro eléctrico me impidieron contestar a los comentarios anteriores en su oportunidad (el fin de semana, como pretendo que se haga costumbre). Así que contesto por acá en el entendido de que si llegan hasta el final del texto y leen la postdata (en letra pequeña y roja) es que verdaderamente les intereza lo que está aquí publicado.
En fin, a lo que veníamos... Dado algunos comentarios supongo que sí, que tienen razón, publicar una novela a razón de un capitulo por mes es francamente tardado, así que pretendo espaciar menos y publicar un capitulo cada segundo y último post de mes... Vamos, más o menos dos capítulos por mes (sí, sí, lo sé; no es mucho, pero es el doble de lo que originalmente se pretendia); tampoco se pueden quejar demasiado... Así que Versiones continuará, la próxima semana...
Por su atención, gracias.

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