VERSIONES II
En la primer madrugada de este relato, Héctor abrió los ojos a la oscuridad con el ansia del cigarrillo en la boca. No había estado dormido, era sólo ese estado de duermevela en el que los insomnes caen cuando tratan, inútilmente, de obligarse a descansar.
Como casi siempre, al cerrar los ojos las veía y escuchaba sus risas. Las sabía ajenas, distantes. Es la ausencia, se dijo, la soledad que se niega a morir. Sólo nostalgia, se repitió.
Rascó su cabeza y buscó a tientas la cajetilla de ovalados sin filtro; se calzó y dio un beso en la frente de quien a su lado dormía ya por quinto mes. Le dedicó una tierna sonrisa y volvió a besar su frente, cuando el sueño de ella se turbó un poco, Héctor trató de tranquilizarla en voz baja.
-Descansa Diana, sólo voy a salir un rato.
Cubierto con una bata salió a la azotea a contemplar el espectáculo de la ciudad de noche, firmamento inferior en donde las estrellas son más numerosas en el piso que en el cielo. Revisó la cajetilla que descuidadamente había echado al bolsillo del pants que hacía las veces de pijama.
-Sólo dos cigarros -pensó para sí-, será una larga noche.
Sentado en el borde del muro reconsideró, como hacía cada noche en los últimos meses, su relación con Diana y la comparó con las ausencias que le pesan. En las noches como ésta le da por pensar en ellas. No es extraño, en realidad, siempre hay alguna parte de sí mismo que está pensando en ellas.
Pero en las noches como ésta le da por pensar en ellas de manera voluntaria.
Apagó el cigarro y se rascó la barba, resignándose a otra madrugada frente a la pantalla. No trabajando, porque las noches como ésta no son para el trabajo; son madrugadas para celebrar memorias, para festejar a quien duerme en el cuarto bajo sus pies.
Héctor cuenta con cuatro computadoras, a saber: la que utiliza para escribir, una vieja 3.86 que sólo puede correr Word Perfect para MS.DOS; una más moderna, que emplea para mandar sus trabajos y darles los últimos toques; una portátil, la más reciente adquisición, que utiliza Diana para hacer sus trabajos y que llegó a la cómoda del dormitorio hace cinco meses y la última, que únicamente enciende en las madrugadas en las que el insomnio es poderoso. Ante la última se sentó Héctor esta noche.
Algunas veces juega en ella carreras en mundos ficticios, otras veces construye civilizaciones virtuales que deben guerrear contra imperios inexistentes. Otras más aprende y reaprende cómo manipular sus imágenes (las propias o las que, con un lente, roba de la realidad). Finalmente, también jugando se construye un amanecer sin grises nubes.
La mayoría de las noches emplea el tiempo en leer las disertaciones personales de amigos que se encuentran a la distancia; de algunos de ellos sólo conoce las letras y, en esta justa medida, es que los aprecia. También pasa madrugadas escribiendo para sí mismo y para un público que no conoce. No los párrafos que le dan de comer, no los que publica cada semana, sino letras personales que hablan de sus ausencias, de soledades y, sobre todo, de actuales esperanzas.
Revisó la hora en la pantalla del celular que tenía conectado a la corriente en el estudio (para que, si sonaba, no molestara el sueño de Diana), puso en marcha el reproductor de música de la computadora y se dispuso a escribir.
Entonces, sonó el teléfono.
No reconoce el número en la pantalla del celular, no le extraña; muchos, incluso perfectos extraños, tienen el número, finalmente, uno de los tantos gajes del oficio periodístico. Lo extraño es la hora; a las cuatro de la madrugada, se dice, sólo los enamorados o los conspiradores se hablan por teléfono.
- No cuelgue –le ordena una voz ronca, enferma, desconocida-; lo que tengo que decirle le interesa. Pero no puede ser así, no por teléfono... Por aquí muchos nos escuchan...
Al otro lado de la línea se escucha el ruido característico de un reproductor de cassetes poniéndose en marcha, una ligera estática le llega y una voces, primero confusas, voltean la realidad:
-¿Cómo anda tu pasado? –pregunta una mujer... En su memoria casi puede verla incorporándose para despedirse.
-Cambiando, tu lo sabes –responde un hombre... En su memoria puede verlo abrazándola-; algunas veces aquí, otras allá. Tu lo sabes, el pasado no es estático, cambia conforme nosotros cambiamos y nos ayuda a caminar. Cuando congelamos el recuerdo, tu lo sabes; solo sirve para atarnos.
-Te extrañaré –dice la mujer-. Más incluso de lo que yo misma podría esperar... Pero no me hagas mucho caso; todo se explica, espero, en los libros que alguna vez me prestaste.
Tiene que sujetarse al asiento para no caer; recuerda esa conversación, esa y muchas otras entre los mismos actores, uno de ellos, él mismo.
-Si reconoce las voces –vuelve la voz del principio-, sabe que hablo en serio. Muy pronto lo buscaré y entonces podremos entendernos... Discúlpeme.
La comunicación se corta. Por supuesto que reconoce las voces, una de ellas, queda escrito, es la suya y la otra... La voz de mujer es María, la primer ausencia.
María, el nombre asalta su memoria y Héctor siente el dolor de la ausencia; María. Lleva su segundo y último cigarro de la noche a la boca y, sin encenderlo, se permite recordar.
María, hace tanto, siendo tan jóvenes. Su cabello negro, quebrado, cayendo sobre su espalda desnuda. Su andar ligero, cuando se levantaba de la cama y caminaba sin ropa; como flotando. Sus ojos negros de mirada infinita, los que absorbían el mundo.
Cuando se conocieron se supieron amigos, pero no duró mucho; porque pronto Héctor descubrió en ella la mañana. Pronto empezó a buscarla sin justificación y ella correspondió. Así, la mutua amistad se transformó pronto en mutua ternura.
-Estás solo -le dijo una noche de fiesta-, estoy sola; no es ningún secreto. Dos soledades que se juntan no hacen una gran soledad; hacen una compañía.
Desde entonces este vergonzante profesor se dedicó a descubrir la forma de vivir junto a ella, de compartir sus mañanas con otra persona, sus días todos; sus sueños todos.
María, hace tanto tiempo, siendo tan jóvenes. Despertar a su lado era fácil; caminar a su lado y hablar con ella de la banalidad y lo vano; compartir con su aroma las noches; extraer de su risa la vida. Recordarla es para el periodista, sobre todo, recordar su risa.
María riéndose de chistes bobos y bromas estúpidas, de los fáciles juegos de palabras que para ella inventaba. María riéndose cuando una fuga de gas hizo estallar el calentador de agua del departamento que compartieron; con la cara enrojecida, las pestañas y cejas ausentes, riéndose.
María, recordarla es para Héctor, sobre todo, recordar su risa; la que derrumbó las murallas de su Jericó. Su risa, la que de pronto se hizo fría y se marchó.
Tal vez fue sólo la rutina o la manera en que los mutuos sueños se congelan y otros horizontes empiezan a adivinarse a lo lejos; horizontes extraños, no para compartirse con el otro.
Tal vez fueron razones más prácticas, los pequeños errores que con la convivencia se magnifican; la suma de las incompatibilidades minúsculas. Tal vez fue una combinación u otras historias.
Hubo gritos, silencios e indeferencias que duraban días, semanas; hasta que una tarde Héctor regresó al departamento y no encontró en él más que ausencia. Se llamó a sí mismo culpable y, en distinto tiempo, la culpó de todo. Buscó su calor en otros labios y de todos se separó al no encontrarlo.
No tuvo tiempo de acostumbrarse a su ausencia; una mañana María regresó a su vida.
Hace tanto tiempo, siendo tan jóvenes. María regresó buscando la amistad de quien mejor la conocía y él no supo negarla. Conforme las semanas pasaron, de nuevo, esta relación se transformó en mutua ternura y, de nuevo, ambos descubrieron en el otro su diferentes, es decir; su complemento.
Regresaron las mañanas a su lado, los paseos vespertinos, las pláticas nocturnas, su aroma en las sábanas. Volvió su risa una vez más, sólo para apagarse nuevamente.
Héctor no estuvo presente ese día, sin embargo; puede recordarlo a detalle. María sobrecargada tras las compras del mes, desesperándose por la tardanza del elevador. María subiendo por las escaleras, resbalando en un escalón; cayendo, golpeándose. María inconsciente en un descanso entre pisos.
No despertó más. Tres días después. en el cuarto de un hospital privado, Héctor debió decirle adiós. Este fue el principio de la primera ausencia.
Cuando Diana lo besó en la mañana, contemplaba absorto el monitor que repetía incansable la secuencia del salvapantallas; sus dedos aún sostenían el cigarrillo que nunca llegó a encender.
Movió la cabeza, tratando de despejar los recuerdos, de relegarlos al lugar que les había asignado ya tiempo atrás.
-No importa -se dijo-, seguramente era una mala broma de algún pesado.... Seguramente me quedé dormido frente a la pantalla. Estaba más cansado de lo que creía, sólo es eso.
Trataba de mentirse; no se había quedado dormido, lo sabía bien.
Como casi siempre, al cerrar los ojos las veía y escuchaba sus risas. Las sabía ajenas, distantes. Es la ausencia, se dijo, la soledad que se niega a morir. Sólo nostalgia, se repitió.
Rascó su cabeza y buscó a tientas la cajetilla de ovalados sin filtro; se calzó y dio un beso en la frente de quien a su lado dormía ya por quinto mes. Le dedicó una tierna sonrisa y volvió a besar su frente, cuando el sueño de ella se turbó un poco, Héctor trató de tranquilizarla en voz baja.
-Descansa Diana, sólo voy a salir un rato.
-Sólo dos cigarros -pensó para sí-, será una larga noche.
Sentado en el borde del muro reconsideró, como hacía cada noche en los últimos meses, su relación con Diana y la comparó con las ausencias que le pesan. En las noches como ésta le da por pensar en ellas. No es extraño, en realidad, siempre hay alguna parte de sí mismo que está pensando en ellas.
Pero en las noches como ésta le da por pensar en ellas de manera voluntaria.
Apagó el cigarro y se rascó la barba, resignándose a otra madrugada frente a la pantalla. No trabajando, porque las noches como ésta no son para el trabajo; son madrugadas para celebrar memorias, para festejar a quien duerme en el cuarto bajo sus pies.
Algunas veces juega en ella carreras en mundos ficticios, otras veces construye civilizaciones virtuales que deben guerrear contra imperios inexistentes. Otras más aprende y reaprende cómo manipular sus imágenes (las propias o las que, con un lente, roba de la realidad). Finalmente, también jugando se construye un amanecer sin grises nubes.
La mayoría de las noches emplea el tiempo en leer las disertaciones personales de amigos que se encuentran a la distancia; de algunos de ellos sólo conoce las letras y, en esta justa medida, es que los aprecia. También pasa madrugadas escribiendo para sí mismo y para un público que no conoce. No los párrafos que le dan de comer, no los que publica cada semana, sino letras personales que hablan de sus ausencias, de soledades y, sobre todo, de actuales esperanzas.
Revisó la hora en la pantalla del celular que tenía conectado a la corriente en el estudio (para que, si sonaba, no molestara el sueño de Diana), puso en marcha el reproductor de música de la computadora y se dispuso a escribir.
Entonces, sonó el teléfono.
- No cuelgue –le ordena una voz ronca, enferma, desconocida-; lo que tengo que decirle le interesa. Pero no puede ser así, no por teléfono... Por aquí muchos nos escuchan...
Al otro lado de la línea se escucha el ruido característico de un reproductor de cassetes poniéndose en marcha, una ligera estática le llega y una voces, primero confusas, voltean la realidad:
-¿Cómo anda tu pasado? –pregunta una mujer... En su memoria casi puede verla incorporándose para despedirse.
-Cambiando, tu lo sabes –responde un hombre... En su memoria puede verlo abrazándola-; algunas veces aquí, otras allá. Tu lo sabes, el pasado no es estático, cambia conforme nosotros cambiamos y nos ayuda a caminar. Cuando congelamos el recuerdo, tu lo sabes; solo sirve para atarnos.
-Te extrañaré –dice la mujer-. Más incluso de lo que yo misma podría esperar... Pero no me hagas mucho caso; todo se explica, espero, en los libros que alguna vez me prestaste.
Tiene que sujetarse al asiento para no caer; recuerda esa conversación, esa y muchas otras entre los mismos actores, uno de ellos, él mismo.
-Si reconoce las voces –vuelve la voz del principio-, sabe que hablo en serio. Muy pronto lo buscaré y entonces podremos entendernos... Discúlpeme.
La comunicación se corta. Por supuesto que reconoce las voces, una de ellas, queda escrito, es la suya y la otra... La voz de mujer es María, la primer ausencia.
María, hace tanto, siendo tan jóvenes. Su cabello negro, quebrado, cayendo sobre su espalda desnuda. Su andar ligero, cuando se levantaba de la cama y caminaba sin ropa; como flotando. Sus ojos negros de mirada infinita, los que absorbían el mundo.
Cuando se conocieron se supieron amigos, pero no duró mucho; porque pronto Héctor descubrió en ella la mañana. Pronto empezó a buscarla sin justificación y ella correspondió. Así, la mutua amistad se transformó pronto en mutua ternura.
-Estás solo -le dijo una noche de fiesta-, estoy sola; no es ningún secreto. Dos soledades que se juntan no hacen una gran soledad; hacen una compañía.
Desde entonces este vergonzante profesor se dedicó a descubrir la forma de vivir junto a ella, de compartir sus mañanas con otra persona, sus días todos; sus sueños todos.
María riéndose de chistes bobos y bromas estúpidas, de los fáciles juegos de palabras que para ella inventaba. María riéndose cuando una fuga de gas hizo estallar el calentador de agua del departamento que compartieron; con la cara enrojecida, las pestañas y cejas ausentes, riéndose.
María, recordarla es para Héctor, sobre todo, recordar su risa; la que derrumbó las murallas de su Jericó. Su risa, la que de pronto se hizo fría y se marchó.
Tal vez fueron razones más prácticas, los pequeños errores que con la convivencia se magnifican; la suma de las incompatibilidades minúsculas. Tal vez fue una combinación u otras historias.
Hubo gritos, silencios e indeferencias que duraban días, semanas; hasta que una tarde Héctor regresó al departamento y no encontró en él más que ausencia. Se llamó a sí mismo culpable y, en distinto tiempo, la culpó de todo. Buscó su calor en otros labios y de todos se separó al no encontrarlo.
No tuvo tiempo de acostumbrarse a su ausencia; una mañana María regresó a su vida.
Regresaron las mañanas a su lado, los paseos vespertinos, las pláticas nocturnas, su aroma en las sábanas. Volvió su risa una vez más, sólo para apagarse nuevamente.
Héctor no estuvo presente ese día, sin embargo; puede recordarlo a detalle. María sobrecargada tras las compras del mes, desesperándose por la tardanza del elevador. María subiendo por las escaleras, resbalando en un escalón; cayendo, golpeándose. María inconsciente en un descanso entre pisos.
No despertó más. Tres días después. en el cuarto de un hospital privado, Héctor debió decirle adiós. Este fue el principio de la primera ausencia.
Movió la cabeza, tratando de despejar los recuerdos, de relegarlos al lugar que les había asignado ya tiempo atrás.
-No importa -se dijo-, seguramente era una mala broma de algún pesado.... Seguramente me quedé dormido frente a la pantalla. Estaba más cansado de lo que creía, sólo es eso.
Trataba de mentirse; no se había quedado dormido, lo sabía bien.
P.D. Que promete
Tengo agunos asuntospendientes con ella y con ella... Pero justamente a ellas (y a otr@s) les prometí publicar un capítulo de la novela cada 15 días, así que nuestros asuntos, tendrán que esperar... Espero sepan disculpar mi tardanza con paciencia.Etiquetas: Versiones
10 Comments:
wowwwwwwwww!!! ¡¡cómo me gusta!! siii, el principio de las ausencia de Héctor tiene una pinta...interesantísima; y es que con ese nombre femenino de protagonista ¡cómo no iba a ser una buena obra!jejeje...(es bromita).
Cuando sea mayor voy a escribir de manera levemente parecida a la tuya ¿vale?pienso aprender muuuuuucho...
Besitos y por cierto, en estos días yo no celebro ni mis presencias ni mis ausencias: al fin y al cabo todo es mentira (como decía la película, y la canción, y mi Pibe...jajajaja); me gusta celebrar el día a día con un "carpe diem" a ser posible acompañado de una cerveza y una buena charla...jejeje
Besitos mexicanito!!
He estado leyendo este capítulo de tu novela y me duele. Me duele porque adivino en ella muchos detalles autobiográficos y porque sé lo que es padecer insomnio.
Sabes, los hipercinéticos, como decías, padecemos un montón de males asociados y uno en especial: nos empeñamos en hablar siempre de nosotros mismos y en dar vueltas constantemente a la misma idea.
Voy a seguir leyéndote y, espero equivocarme, pero me parece que voy a verme reflejado y voy a sufrir.
Un abrazo.
Excelente, muy buena.Me gustaria que introdujeras(para mi gusto) más pensamientos auténticos, de esos que nos decimos a nosotros mismos con palabras bárbaras que nunca usamos en público, no sé.
Me gustaria, como lector, saber un poco más del lugar, ella durmiendo, ruidos, olores, el tacto...
No tiene por qué ser erótico. De hecho muchas veces olores comunes, de casa, nos acercan a nuestra pareja. Nos dan una falsa sensacion de pertenencia y propiedad. Precisamente porque lo compartimos todo. Puedes meterlo luego, claro está.
Es sólo una sugerencia. No te enfades.Me gusta mucho. Tiene muy buena pinta.
A veces escribes cosas tan bonitas o tan penetrantes que no me atrevo a poner un comentario.
Pero eso no significa que no te lea.
Un saludo.
Y bueno damas y caballeros (dama y caballeros), este blog contesta los sábados en la noche o domingo en la madrugada (horario de la Ciudad de México), así que vamos a ello...
María. Y bueno, a mi también me gusta celebrar con una cerveza y una charla... Y tampoco es que necesite mucho pretexto para hacerlo.
Besos españolita
Kanif. Todo lo que escribo es de alguna manera autobiográfico... En realidad, todos lo que todos escribimos es, de alguna forma, autobiográfico... Sólo espero que no se vea demasiado reflejado en lo que sigue, porque creáme, la cosa se va a poner un pelín más complicada...
Burnout. Y bueno, yo en público utilizo cada palabra que haría sonrojar a un carretonero, vamos, en pensamiento privados suelo ser más educado (y eso sólo porque sé lo qué me puedo responder)... El asunto es que la novela ya está escrita y pienso publicarla tal cual fue reconocida, sin variación alguna... Pero eso sí, en algunos de los capítulos que vienen creo que su petición se verá cumplida... Si no es así, de cualquier manera atento a los pots que no son de novela, en ellos probablemente su petición sea mejor satisfecha...
De lo otro; creame, todo comentario es bienvenido.
Y ya está, hoy hubo poco trabajo
Como aún ando escapando del virus este que lleva de invitado en casa ya más de una semana (pasando del "husband" a mí y a la enana) casi que ni me atrevo a comentar no vaya a decir alguna bobería solemne. De modo que permítame un fuerte aplauso por este segundo capítulo y aquí me quedo, calladita, esperando lo próximo que quieras ofrecernos :)
Besos
Pfffffffffffff, me muero por leerte mas, esto es una pequeña tortura, como si empiezas un libro que te engancha desde la primera hoja y... al pasar la hoja 15... ESTÁ EN BLANCO!!!
Yo no soy quien para suplicar, pero... TE LO SUPLICO, CONTINUAAAA
¡Por fin puedo ponerme manos a la obra! Esto merece una lectura atenta y relajada.
"Dos soledades que se juntan no hacen una gran soledad; hacen una compañia" ¡Que frase más bonita! Niño, consigues atraparme. No voy a decir mucho más, sino que voy a esperar y a continuar leyendo (aunque sigo aplaudiendo, bajito para no interrummpir lo que sigue, pero aplaudiendo).
Sí que me gustaría saber cuales son las murallas de Jericó, de Hector, pero igual en los capítulos siguientes las descubro, por lo tanto espero, callo y hago mutis por el foro.
Besitos muchos.
Muy bonito y bien escrito. Esto promete. Seguiré con mucho gusto los capítulos que faltan.
Un beso grande
Pero no entiendo algo... Si sigue pensando en María, ¿por qué está con Diana?
Qué misterioso, me encantó :)
Estas hecho un delicioso.....
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