DESEO II
Mario Stalin Rodríguez
La princesa y el dragón yacen en el suelo de la alcoba real... Sus cuerpos retorcidos, rotos. Los hombres del pueblo se miran unos a otros sin comprenderse, tratando de explicar a los otros y a sí mismos su presencia en ese cuarto. Algunos, los menos, aún sostienen las antorchas, palas, trinches y palos con los que asaltaron el castillo.
Afuera los guardianes del reino, desarmados y atados, lloran la pérdida. Sólo el sacerdote permanece a las puertas de la fortaleza; “Herejía” grita a quien por ahí pasa. “Herejía” le repite a cada uno de los que salen del castillo... Sólo unos pocos, muy pocos, responden tímidamente; “herejía”.
En el cuarto ya vacío, entre las piernas rotas de la princesa unas escamas empiezan a palpitar. El dragón se incorpora y sacude su diminuto cuerpo viperino. Recorre con el olfato el cuerpo frío, prueba la sangre que mancha la alfombra extranjera... Las leyendas mienten, porque los dragones pueden llorar.
Las lágrimas caen sobre los ojos eternamente ciegos y un grito se escucha... Pronto se confunde con los truenos del cielo.
Empezó a llover...
Al principio fueron sólo pétalos que caían del cielo. Rojos como la sangre. El espectáculo parecía digno de verse, los niños jugaban entre ellos, las jóvenes los juntaban en canastas y baldes, las parejas paseaban abrazadas por la calle bajo la lluvia floral... Eso fue al principio.
Ella fue la primera en notarlo. Miraba por la ventana en dirección al castillo; “¿No lo escuchan?”, preguntaba, “llora por su amada y estos pétalos son sus lágrimas”. Quienes la escuchaban sonreían complacientes, pacientes; “es un premio”, le contestaban, “lo dijo el sacerdote, es dios que nos premia”... En el fondo, ellos tampoco lo creían.
“No lo escuchan”, afirmaba, “llora por su amada y estos pétalos son sus lágrimas... Pronto vendrá su castigo”. Pobre ella, tan hermosa y perdida en visiones de dragones melancólicos y princesas ausentes. Pobre ella que miraba por la ventana mientras la lluvia de pétalos continuaba. “Herejía” dijo el sacerdote cuando fue a verla.
Ella miraba por la venta y se lamentaba; “llora por su amada... Y pronto vendrá su venganza”.
Empezaron a caer rosas del cielo...
Las flores eran hermosas, sus pétalos eran del color de la sangre y sus espinas hirientes. Cuando alguien era cortado por ellas podía mirar los pecados de todos los demás. Los niños veían el verdadero rostro de sus padres, las parejas el del otro.
“Herejía”, gritaba el sacerdote desde la calle en medio de la lluvia floral. “Herejía” gritaba, pero al voltear a mirarlo los hombres y mujeres, los niños y ancianos del pueblo sólo miraban sus pecados... Y no eran pocos.
“Herejía” gritaba el sacerdote y al mirarlo la gente observaba la sacristía y escuchaba el grito de los niños. “Herejía” gritaba y al mirarlo se observaba el secreto deseo por la princesa, los celos, la envidia que le carcomía... “Herejía” gritaba el sacerdote y a cada grito una nueva espina cortaba su piel, un nuevo pecado era mostrado.
“Herejía” gritaba el sacerdote y pronto se quedó solo, ensangrentado, gritando en medio de la calle vacía... Las flores siguieron lloviendo.
Temerosa de los pecados propios y ajenos, la gente se encerró en sus casas...
Ella tomó rumbo al castillo... No temía a los pecados, siempre fue capaz de ver en los otros las faltas y de comprenderlas en el todo. No temía a los pecados, si acaso uno cometió fue el desear sin ser deseada. No temía a los pecados porque sabía que el deseo no lo era.
Llegó hasta la alcoba y él, el dragón, aún lloraba sobre el cuerpo de la princesa. a miró y ella sonrió. Se acercó hasta él y lo tomo entre sus brazos... El dragón se resistió a abandonar el cuerpo de su amada, pero ella susurro algo a su oído... “Es un asunto de festejo”, le dijo; “tu puedes elegir cómo festejar su vida y sus recuerdos... Si matando y muriendo o recordando... Es un asunto de festejo y qué mejor manera de recordarla que festejando su vida en vez de llorar su muerte”.
Por primera vez en meses, las nubes permitieron ver las estrellas...
Al amanecer el sacerdote aún gritaba... Andrajoso, llagado gritaba con voz ronca “herejía”. Las familias miraban el sol a través de las ventanas y los niños, impacientes, salían a saludarlo como a un amigo largo tiempo ausente. Todas las ventanas se abrieron, menos una, cerrada por primera vez en meses.
Dentro, en la penumbra, el dragón yace al lado de ella... Exhaustos entre los pétalos de rosa.
Afuera los guardianes del reino, desarmados y atados, lloran la pérdida. Sólo el sacerdote permanece a las puertas de la fortaleza; “Herejía” grita a quien por ahí pasa. “Herejía” le repite a cada uno de los que salen del castillo... Sólo unos pocos, muy pocos, responden tímidamente; “herejía”.
En el cuarto ya vacío, entre las piernas rotas de la princesa unas escamas empiezan a palpitar. El dragón se incorpora y sacude su diminuto cuerpo viperino. Recorre con el olfato el cuerpo frío, prueba la sangre que mancha la alfombra extranjera... Las leyendas mienten, porque los dragones pueden llorar.
Las lágrimas caen sobre los ojos eternamente ciegos y un grito se escucha... Pronto se confunde con los truenos del cielo.
Empezó a llover...
Ella fue la primera en notarlo. Miraba por la ventana en dirección al castillo; “¿No lo escuchan?”, preguntaba, “llora por su amada y estos pétalos son sus lágrimas”. Quienes la escuchaban sonreían complacientes, pacientes; “es un premio”, le contestaban, “lo dijo el sacerdote, es dios que nos premia”... En el fondo, ellos tampoco lo creían.
“No lo escuchan”, afirmaba, “llora por su amada y estos pétalos son sus lágrimas... Pronto vendrá su castigo”. Pobre ella, tan hermosa y perdida en visiones de dragones melancólicos y princesas ausentes. Pobre ella que miraba por la ventana mientras la lluvia de pétalos continuaba. “Herejía” dijo el sacerdote cuando fue a verla.
Ella miraba por la venta y se lamentaba; “llora por su amada... Y pronto vendrá su venganza”.
Empezaron a caer rosas del cielo...
“Herejía”, gritaba el sacerdote desde la calle en medio de la lluvia floral. “Herejía” gritaba, pero al voltear a mirarlo los hombres y mujeres, los niños y ancianos del pueblo sólo miraban sus pecados... Y no eran pocos.
“Herejía” gritaba el sacerdote y al mirarlo la gente observaba la sacristía y escuchaba el grito de los niños. “Herejía” gritaba y al mirarlo se observaba el secreto deseo por la princesa, los celos, la envidia que le carcomía... “Herejía” gritaba el sacerdote y a cada grito una nueva espina cortaba su piel, un nuevo pecado era mostrado.
“Herejía” gritaba el sacerdote y pronto se quedó solo, ensangrentado, gritando en medio de la calle vacía... Las flores siguieron lloviendo.
Temerosa de los pecados propios y ajenos, la gente se encerró en sus casas...
Llegó hasta la alcoba y él, el dragón, aún lloraba sobre el cuerpo de la princesa. a miró y ella sonrió. Se acercó hasta él y lo tomo entre sus brazos... El dragón se resistió a abandonar el cuerpo de su amada, pero ella susurro algo a su oído... “Es un asunto de festejo”, le dijo; “tu puedes elegir cómo festejar su vida y sus recuerdos... Si matando y muriendo o recordando... Es un asunto de festejo y qué mejor manera de recordarla que festejando su vida en vez de llorar su muerte”.
Por primera vez en meses, las nubes permitieron ver las estrellas...
Dentro, en la penumbra, el dragón yace al lado de ella... Exhaustos entre los pétalos de rosa.
P.D. Y bueno, lo prometido es deuda...
Etiquetas: tratado sobre la necedad
7 Comments:
¡Te has superado, macho! ¡Ya sabía yo que solo había que apretarte un poco!
Muy, muy, bueno. Lleno de imágenes bellísimas...
Gracias.
una paradita rapida para desearle una buena navidad/equinocio y un prospero 2.008.
este año ganaremos los buenos
experimento 626
Ya sabes que me gustó el principio y no me esperaba este cambio de tuerca. Me ha encantado lo original y la forma de terminar este relato. Eres un hacha como dicen en mi tierra.
besitos muchos
plas plas plas...¡¡¡Y ESE SOMBREROOOOOO!!!....¡herejía, herejía...!
Fantástico, tengo en mi cabeza en este instante todo el paisaje, las caras del drágon y la princesa y ¡mierda! (perdón) ya me he manchado de sangre...
un beso enorme y, por cierto, yo también te echo de menos en tus madrugadas,pero este finde le diré al puchungo que me deje un ratito para acompañarte..., lo hará con gusto...
chaito
Plas, plas, plas, plas y más plases (todos ellos en pie y hasta tirando alguna rosa o clavel o cualquier flor que haya a mano). No hay más comentarios.
Bravo :)
Besos
Magnífico! Y entre pétalos de rosa! Qué perfumado!
Te aviso de que va ser navidad, por si no te ha llegado y quiero, entre otras cosas DESEARTE LO MEJOR Y QUE PASES MUY FELICES FIESTAS!
Con todo mi cariño, un beso muy grande!
Necio: con tus letras me has llevado a un universo plàstico tridimensional inimaginable.
Con tu voz hecha pluma, tránsito un cuadro surrealista espectacular y lo vivencío al 100 por ciento. La rosa me toca y la espina me delata. Mis respetos con tu texto. Maravilloso!
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