Parábola
Oaxaqueña
Según el reduccionismo más simplista el
mundo puede dividirse en perros y gatos. Ello, obviamente, no es el del todo
correcto; en el mundo hay mucho más que sólo perros y gatos... Pero cierto es
que hay perros y gatos y que unos y otros son distintos.
No
quiere decir que sean mutuamente excluyentes y que quienes no son perros ni
gatos sólo puedan elegir entre los primeros o los segundos. Tampoco significa
que sus diferencias sean irreconciliables y unos y otros no puedan convivir e incluso
hasta llevarse bien.
Es
sólo que en el mundo hay perros y gatos y que unos y otros son distintos.
Tal vez esto no le guste a quien guste de
los perros, pero se debe entender que no hay aquí ningún juicio de valor, sólo
hechos históricos; los perros, en primer y última instancia, son simplemente
lobos derrotados.
Hambrientos,
humillados, se acercaron a los hombres primitivos y aceptaron cambiar su
independencia y libertad por las tristes sobras que los humanos le ofrecían...
Algunos lobos empezaron a cazar para los
hombres y aceptaron que estos se quedaran con la mejor carne de las presas, con
las pieles de las presas y que a ellos les arrojaran algunos huesos.
Algunos
lobos aceptaron defender al hombre de otros hombres, de otros lobos, a cambio
de un lugar caliente y algunos huesos... Así, algunos lobos dejaron de ser
lobos y nacieron los perros.
Nada
de esto es triste, es sólo historia. Lo triste es que buena parte de los perros
están felices de que así haya sido...
Los gatos, por su parte... Los gatos aprendieron
a vivir con los humanos; a convivir con éstos sin sumisión… Es decir; a seguir
siendo gatos, pero en un nuevo ambiente.
Los
gatos aprendieron que en donde los humanos vivían pululaban las plagas;
roedores, insectos, pequeños reptiles y aves... También aprendieron que los
humanos agradecían que alguien se deshiciera de esas plagas.
Es
decir; los gatos podían seguir cazando y disfrutando de lo cazado y teniendo el
agradecimiento de los humanos por ello... Los gatos podían vivir en el mismo
lugar que los hombres, sin renunciar a ser gatos.
Pero
los gatos no aprendieron una lección que era importante; la memoria de los
hombres es pequeña... Los humanos pronto olvidaron que vivir con los gatos era
mutuamente provechoso y empezaron a verlos sólo como animales que se negaban a
ser sumisos.
Y así llegamos a la pequeña ciudad.
No
importa el nombre, no importa en qué parte del mundo está situada; es sólo una
pequeña ciudad en la que viven y tratan de convivir hombres, perros y, por
supuesto, los gatos que se deshacen de las plagas que los hombres alimentan no
siempre sin querer.
Los
perros de la ciudad no son grandes perros, son más tirando a pequeños y, como
sucede en los grupos de perros que sólo se huelen los traseros entre ellos
mismos, con el tiempo se han vuelto verdaderamente estúpidos. Son perros
patéticos que menean la cola alegremente cuando los humanos les arrojan sobras
de comida, que giran y ladran sólo cuando los líderes de la ciudad se los
ordenan.
Los
líderes de la ciudad, sobra decirlo, están muy felices con sus perros.
Los gatos de la ciudad, por otro lado,
siguen cumpliendo con su parte del trato; hacen su labor y son felices cuando
consiguen resultados.
Pero
los líderes de la ciudad no están contentos con los gatos, porque los gatos no
menean la cola alegres cuando les arrojan las sobras, tanto más; a veces les
parecen insuficientes y exigen más en recompensa por la labor que siguen
cumpliendo.
Tampoco
ruedan a la voz de los líderes de la ciudad, tanto más; a veces, cuando los
líderes de la ciudad les ordenan rodar y humillarse, los gatos simplemente dan
la vuelta y se alejan a seguir cumpliendo con su labor...
No,
los líderes de la ciudad no están contentos con los gatos.
Por eso los líderes de la ciudad
emprendieron una campaña contra los gatos.
Los
gatos son demasiados, dicen los líderes de la ciudad, sin importar si su número
es proporcional a la labor que cumplen. Los gatos son flojos, siguen; porque no
ruedan ni se humillan cuando se les ordena.
Los
gatos son un peligro para la ciudad, dicen los líderes y su labor podría ser
cumplida por cualquiera, concluyen, de preferencia por perros que meneen la
cola contentos y se rueden y se humillen cuando se les ordena.
Y
los líderes de la ciudad creyeron que su campaña funcionaba.
Y soltaron a los perros.
Sí,
los perros son lobos derrotados y ya no podrían volver a ser lobos; llevan la
sumisión demasiado adentro y están demasiado orgullosos de ella... No, los
perros ya no pueden ser lobos, pero algunos perros recuerdan que fueron lobos.
Cuando
le sueltan la correa y les dan un objetivo, los perros se arrojan contra la
débil presa bajo las órdenes de los líderes de la ciudad y, por un momento,
recuerdan que fueron lobos.
Así
son las cosas... Los perros se arrojan contra los gatos y destrozan a algunos…
Pero los gatos son numerosos y saben moverse, esconderse entre las sombras.
Pero
algunas personas tienen memoria y conocen a los gatos, por eso les ayudan, los
protegen, los arropan; se interponen entre los perros y sus presas.
Pero
los perros no saben nada de esto; sólo saben que los líderes de la ciudad les
ordenaron acabar con los gatos y se arrojan sobre ellos y destrozan a los que
sus dietes alcanzan.
Y
esta podría ser toda la historia...
Pero no.
Porque
los gatos son numerosos y saben moverse... Y, además, tienen garras y una
paciencia que se agota.
Porque
hay personas que tienen memoria y conocen a los gatos y a los perros, pero
sobre todo a los líderes de la ciudad.
Porque
gatos y personas saben que los perros son sólo perros, patéticos lobos
derrotados; detrás de ellos están los líderes de la ciudad...
Sí,
los líderes de la ciudad tienen perros y esa podría ser toda la historia...
Pero gatos y personas tienen garras, piedras, palos; memoria y una paciencia
que empieza a agotarse.
Mario
Stalin Rodríguez
Etiquetas: Apuntes sobre periodismo, El patético usurpador, tratado sobre la necedad