INFECCIÓN
Al principio no se le dio la mayor
importancia; se consideraba que era producto de pautas culturales arraigadas en
ciertos grupos humanos. Incómodas y agresivas para ciertos integrantes de
estos, pero, finalmente, parte de sus costumbres y que, por lo tanto, debían
ser respetadas por más extraña que pareciera a los ojos de las sociedades
civilizadas.
Sin
embargo; pronto fue evidente que, mucho más que el comportamiento de ciertos
individuos en ciertas sociedades, se trataba de un fenómeno presente en todo el
mundo, cuyas proporciones podían ser calificadas fácilmente de “pandemia
bíblica”. Todos los países, en mayor o menor número, pero sin excepción, mostraban
casos de lo que en poco tiempo fue bautizada por los medios de comunicación
como “la Plaga del Fin del Mundo”.
El
nombre clínico fue acuñado en la península ibérica; “Narcolepsia Selectiva del
Transporte Público”; quienes la padecían, principalmente varones a partir de la
adolescencia, aunque la infección de mujeres de las mismas características no era
extraña, aparentemente en perfecto estado de salud y sin ningún padecimiento o
limitación física evidente, que por causas desconocidas, cuando hacían uso de
cualquier trasporte público masivo (como autobuses o el tren subterráneo) y se
hallaban sentados, experimentaban un repentino ataque de narcolepsia o ceguera
selectiva si el vehículo o vagón era abordado por mujeres de cualquier edad,
principalmente si estaban embarazadas o cargando a un infante o bolsas
voluminosas, personas de cualquier género de avanzada edad o usando muletas y
bastones.
Cuando
alguien como los enlistados se encontraba en las cercanías de algún infectado,
éste se dormía inmediatamente o, de alguna manera, lograba bloquear su visión selectivamente
y seguía platicando con su acompañante (quien, probablemente, también padeciera
la enfermedad) o leyendo o escuchando música o cualquier otra actividad que
estuviera realizando. Si la persona detonante o un tercero señalaba el
comportamiento al infectado, la reacción de éste podía variar desde la fingida
indiferencia, pasando por la “respuesta cínica deficiente” (lo que hacía
evidente que la enfermedad afectaba las capacidades mentales, disminuyendo el Coeficiente
Intelectual del enfermo a niveles propios de organismos unicelulares), hasta la
agresión física para defender el asiento ocupado.
Países
como Alemania o Estado Unidos atribuyeron la propagación de la enfermedad a la
inmigración proveniente de países latinoamericanos, árabes y africanos. Una de
las primeras medidas de contención establecidas fue, sorpresivamente, cerrar
sus fronteras y autorizar el uso de fuerza letal contra quien intentara
cruzarlas ilegalmente. Pero pronto fue evidente que, de hecho, era en la
población más recalcitrantemente xenófoba entre quienes con mayor incidencia se
presentaba la infección (una hipótesis es que el racismo y la xenofobia
exacerbados son un síntoma de la disminución del Coeficiente Intelectual
causada por la enfermedad).
Otras
medidas de contención más específicas también fracasaron. El establecer vagones
del subterráneo, áreas de los autobuses o vehículos exclusivos para mujeres,
niños, adultos mayores y discapacitados físicos, si bien logró contener a los
infectados varones en alguna medida, sólo logró aumentar exponencialmente la violencia
de las mujeres infectadas que hacían uso de estos y la degradación intelectual
de los varones que lograban colarse o incluso en los vehículos y áreas no
restringidas...
Cuando todas las medidas de contención
habían fracasado y el futuro de la humanidad se daba por perdido, la solución
(que no la cura) provino de un país de Latinoamérica.
A
iniciativa de la recién electa gobernante de una ciudad, se establecieron
brigadas de fotógrafos que viajaban, debidamente identificados, en todos los
trasportes públicos. Cuando alguien manifestaba los síntomas de la infección,
estos procedían inmediatamente a fotografiarle de manera que su cara fuera
claramente identificable. Todos los autobuses y vagones del subterráneo
contaban con monitores que, inmediatamente, mostraban los rostros de los
infectados al resto de los pasajeros.
En
un principio, la medida pareció aumentar el grado de violencia en la respuesta
de los infectados, pero ya que estos no eran directamente interpelados (para
evitar un posible contagio por contacto físico), sino mostrados en monitores
debidamente protegidos contra ataques, sus arranques duraban poco, hasta que
abandonaban el trasporte, muy probablemente, mucho antes de su destino.
Los
incidentes bajaron rápidamente en la ciudad, lo que provocó que medidas
similares fueran adoptadas a lo largo de todo el orbe; al grado en que,
actualmente, sólo se presentan incidentes aislados de vez en cuando.
Algunos
medios triunfalistas pretendieron declarar el fin de la pandemia, sin embrago;
la Organización Mundial de la Salud estableció que, si bien la exhibición
pública parecía controlar los síntomas externos de la enfermedad, no la curaba;
pues experimentos controlados en ambientes libres de cámaras y monitores, demostraban
que los infectados volvían fácilmente a su comportamiento anterior, por lo que
conviene no relajar la vigilancia.
Aún en la actualidad, existen algunos grupos
presuntamente de izquierda, que aseguran que la enfermedad nunca fue tal, sino
in invento de los gobiernos para establecer un sistema de vigilancia fascista
que impide a los ciudadanos sanos de cualquier género y edad, su derecho a usar
los asientos de los trasportes colectivos, aún en presencia de mujeres
embarazadas, cargando un infante o bolsas voluminosas, adultos mayores o
personas con discapacidades físicas.
Otros
grupos, más asociados a la derecha, afirman que todo esto fue una maniobra de
los lobbys “feminazis, terroristas de izquierda”, que pretenden coartar la libertad
de los varones, sumergiendo a la sociedad en un régimen stalinista, muy similar
al de la extinta Unión Soviética.
El
criterio médico aceptado, establece que ambas posiciones son producidas,
evidentemente, por la disminución de la inteligencia propia de quienes padecen
la enfermedad.
Mario
Stalin Rodríguez
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