Migraciones asiáticas
(vestido de la Dinastía Ming en China, sobre un mapa colonial del puerto de Acapulco)
Las migraciones asiáticas hacia el territorio
de lo que hoy es México empezaron muy temprano, no sólo es que fray de
Zumárraga (primer arzobispo de la Nueva España) enlistara, a su llegada a estas
tierras en 1528, a esclavos “negros chinos” (probablemente provenientes de la
actual Calicut, India) entre sus “pertenencias”; en tiempos tan tempranos como
1535, tan sólo 14 años después de la caída de Tenochtitlán y cuando la
administración colonial ni siquiera había empezado a organizarse, los
peluqueros del ejército de Castilla instalados en la ciudad de México enviaban
una carta a la autoridad colonial para “quejarse” de que “100 personas de
origen chino” les “robaban el trabajo” al cobrar mucho más barato a “blancos y
naturales (indígenas)” por los cortes de cabello.
Ya
en 1565, tras la conquista española de las islas Filipinas y con el
establecimiento de la Ruta de la Seda (conocida como la Nao de China o el
Galeón de Manila), esta migración se acrecienta, si bien nunca llega a ser tan
masiva como la proveniente de Europa o África, en buena medida por las
restricciones establecidas por las autoridades coloniales que veían como “un
peligro” el que “la gente de Filipinas” se instalara en la Nueva España, existen
registros de capitanes españoles que introdujeron clandestinamente a un número
indeterminado de “esclavos chinos” para trabajar en las minas de la región del Bajío.
Esto
motivó que en 1590 se estableciera en Acapulco la Caja de Real Hacienda, para
regular adecuadamente la entrada de mercancías, personas y “esclavos chinos”, imponiendo
límites bastante estrictos sobre los últimos conceptos “por causa de ofensas
muy grandes a dios”; lo que se refería no sólo a la multitud de confesiones religiosas
de quienes provenían de Asia, sino principalmente a que muchas de las mujeres
asiáticas introducidas como esclavas tendrían como destino ser explotadas
sexualmente en la ciudad de México y las minas del Bajío.
Los
archivos coloniales indican que entre 5,000 y 10,000 “personas de China” habrían
obtenido permiso legal para residir en la Nueva España habiendo ingresado a través
del puerto de Acapulco, durante todo el tiempo en que la ruta del Galeón de
Manila estuvo activa (hasta 1815, cuando la inestabilidad política provocada
por la guerra de independencia obligó a su cierre).
Número
que obviamente es un sub-registro pues sólo considera a las personas libres que
por motivos de matrimonio o negocios realizaban los trámites legales para
residir en las colonias americanas, pero no a quienes llegados como tripulantes
de la Nao abandonaban clandestinamente el puerto de Acapulco para instalarse en
otras regiones de la colonia ni, como queda escrito, a quienes llegaban en
condición de esclavitud y eran desembarcades y vendides ilegalmente antes de la
llegada del navío al puerto.
También
es importante recalcar que, aunque genéricamente los documentos coloniales se
refieren como “chinas” a todas las personas provenientes de Asia o “indios
chinos” a quienes provenían de India, Indochina y las Filipinas, esta gente podía
provenir de prácticamente toda Asia, incluyendo al archipiélago japonés, algunas
islas del Pacífico Sur e incluso las regiones más orientales de Rusia.
En
general les migrantes de Asia se instalaban en el puerto de Acapulco, la región
minera del Bajío y la ciudad de México, fundando en ésta lo que sería el primer
Barrio Chino del continente americano, si bien nunca fue reconocido como tal
por la autoridades de la ciudad, en los alrededores del mercado del Parían.
Aunque también se registran grupos importantes de migrantes asiátiques en
lugares como Puebla o Tlaxcala, principalmente relacionades a los talleres de alfarería
donde surgiría la cerámica de talabera en un intento de imitar la porcelana
china.
Cabe
destacar que la discriminación racial y religiosa hacia las personas asiáticas
era común durante la época colonial, lo que provocó que muchas de estas
personas, principalmente esclaves evadides, aprovecharan algunas similitudes
morfológicas, como los “ojos rasgados” o el color de piel, con algunas
poblaciones indígenas para ocultar su origen y hacerse pasar por “naturales de
América”.
Como
se ha establecido, la migración asiática hacia el territorio de lo que hoy es
México se interrumpió de tajo con el cierre de la Ruta de la Seda y, aunque
ésta intentó restablecerse en varias ocasiones ya en el México independiente,
nunca se logró restablecer un flujo de mercancías y personas similar al de la época
colonial.
Es
hasta finales del siglo XIX en que hay una segunda gran oleada de migración de
personas chinas o chinodescendientes, muchas de las cuales no provenían
directamente desde Asia, sino de los Estados Unidos a causa de la Ley de
Exclusión China promulgada por el gobierno de este país en 1882, que expulsaba
de su territorio a la población de origen chino e impedía la llegada de más
migrantes, desviándoles hacia territorio mexicano.
Esta
migración se instaló principalmente en los estados del Norte, alrededor de las
líneas férreas impulsadas por el porfiriato, ya fuera como empleades o
proveedores de servicios como el de alimentos o de lavandería y hasta bancarios,
transformándose pronto en parte importante de la economía de la región.
Sin
embargo el racismo contra la población asiática que los empresarios
estadounidenses concesionarios de los ferrocarriles traían consigo, se instaló pronto
y profundamente entre la población de estas regiones, hasta que a inicios del
siglo XX, aprovechando la inestabilidad política provocada por el proceso
revolucionario, se desencadenaron diversos eventos violentos en contra de estos
grupos, como la masacre de Torreón en 1911, en la que más de la mitad de la
población china o chinodescendiente de la ciudad fue asesinada por la misma turba
que saqueó sus negocios.
Ello
provocó que los núcleos de esta población en los estados del Norte se
disgregaran, para instalarse en la ciudad de México y varios estados del Sur
del país, muchas veces ocultando su origen y hasta cambiando su identidad (el
apellido Chen, por ejemplo, muy común en ciertas regiones de China, era
cambiado por “Cinco”), dedicándose principalmente al comercio y la industria
restaurantera, aunque, obviamente, no ofrecían ni productos ni platillos
chinos.
Es
hasta la década de los 30, una vez pasada la inestabilidad revolucionaria, que
se empieza a reconocer la identidad de esta población en parte debido a la
popularidad de los “cafés de chinos” en la ciudad de México, hasta que
finalmente se reconoce de manera oficial el Barrio Chino de la ciudad en la
década de 1950.
Toda
esta historia y el papel que las poblaciones chinodescendientes y chinomexicanas
jugaron durante la colonia y el nacimiento y transformación de México, fueron
vergonzosamente borrados en los libros y la academia, como si el no hablar de
ello eliminara la violencia racista y la discriminación sufridas por estas
comunidades.
Es
hasta finales del siglo XX que el interés de algunas personas chinomexicanas
instaladas en las academias por descubrir sus orígenes, empieza a desenterrar
estas historias para contarlas... Y es importante contarlas, sobre todo ahora
cuando una nueva ola de migración asiática, impulsada principalmente por el
auge económico de China y otros países de la región, ha provocado el
resurgimiento de discursos xenofóbicos impulsados por medios de mierda como El
Universal (“Acaparan chinos locales en el centro”; 02/09/2024), Proceso (“Catean
inmuebles en la CDMX: detienen a 11 chinos” 11/05/2024), Animal Político (“Cómo
China utiliza a México como puerta trasera”; 01/05/2024), Aristegui Noticias (“Clausuran
megaplaza de productos chinos”; 11/07/2024), Reforma (“Pierden 100 mmdp por
invasión china”; 17/06/2024) y varios otros, a los que nos les importa propagar
discursos de odio mientras les aseguren algunos clicks...
Mario
Stalin Rodríguez
Dedicado a Cristina Alvarado Engfui, orgullosa
chinomexicana, que ha prestado conocimiento, tiempo y paciencia para arrojar
luz sobre toda esta historia.
Etiquetas: Académico, tratado sobre la necedad