jueves, septiembre 04, 2025

Sextiembre 2025_01

 PROVOCACIÓN


Si es sincera consigo misma; a veces no es que odie su trabajo, sólo que le parece rematadamente ridículo, piensa mientras entra al set fotográfico que simula un salón de clases... En serio, se dice; ¿quién en su sano juicio creería que ella, a sus treinta y pocos, es una estudiante con uniforme?

            Pero aquí está con todo y las calcetas blancas hasta casi las rodillas.

            Y aún así, sonríe, ni siquiera es lo más ridículo que ha hecho; todavía recuerda aquella campaña de... De... De... ¿De qué era? ¿Un perfume? ¿Pastillas para el aliento? El concepto era "frescura”, de eso está casi segura: 16 mujeres en sus últimos veintes, vestidas con microbikinis, fingiendo una pelea de almohadas en medio de un bosque nevado.

            El resfriado le duró casi una semana.

            Y aquí está, años después, en uniforme escolar en un salón de clases simulado, adornado con carteles “escritos” en algo que no es coreano, ni japonés, ni ningún otro idioma conocido, pero que simula “escritura asiática” (sobrantes, seguramente, de alguna campaña “de estética k-pop” o “manga”).

            Ojalá fuera cosa de “libertad creativa” o “licencia artística”, sigue pensando mientras ubica su marca en el set, justo al lado de un gato que se estira como si fuera dueño del escenario (¿será parte del concepto de la campaña? ¿O simplemente se coló y nadie ha podido sacarlo? Se pregunta).

            No, continúa pensando para sí; nada de esto tiene que ver con “creatividad artística” o “visión estética”, cada aspecto de cada campaña ha sido decidido por paneles de “personas expertas” en escritorios, que miran en sus computadoras incontables gráficas de “hábitos de consumo”, “tendencias de búsquedas en redes”, demografías de destino y un etcétera de tecnicismos tan largo como un brazo.

            Y últimamente, además, frunce el ceño mientras se coloca en su marca (el gato la mira indiferente y no se mueve ni un centímetro), las agencias han dejado de consultar a las “personas expertas” y se limitan a “analizar los datos con inteligencia artificial”... Así llega ella aquí; en un salón de clases simulado con un brasier que le queda pequeño (y eso que sus senos nunca han sido particularmente grandes).

            Estuvo a punto de rechazar la campaña... Hasta que vio quien haría la fotografía, sonríe.

            La fotógrafa entra, como es su costumbre, ya con la cámara preparada y empieza a gritar órdenes a su equipo técnico; bajar la intensidad de aquella luz, redirigir aquel reflector, activar el ventilador a mínima velocidad... Ella sonríe y se recarga en el “escritorio magisterial” (le parece conocido, ya lo habían utilizado antes en la campaña de “ahorro para el retiro”, cuando la hicieron correr con una pijama de “dragón de peluche” en una “oficina”), dejando que su falda suba hasta casi descubrir el nacimiento de sus muslos.

            La fotógrafa empieza a disparar su cámara desde distintos ángulo, entre toma y toma se detiene para comprobar el resultado y ordenar algún ajuste. Ella la mira sugerente mientras va desabrochándose la camisa.

            Después de un flashazo la fotógrafa se detiene, mira las últimas tomas con desconcierto; nada de esto estaba en el “guion conceptual” que le hicieron llegar desde la agencia. Alza la mirada y, por primera vez en la tarde, ve a ella directamente; su mirada y su sonrisa.

            Llama a su asistente; le dice algo en voz baja. La asistente se acerca a cada persona del equipo técnico, les dice algo en voz baja y empiezan a abandonar el set, pronto sólo quedan ella y la fotógrafa.

            Se miran, se sonríen, se acercan...

 

Mario Stalin Rodríguez

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