LA SANTA

I
La santa observa desde su nicho el ajetreo de los preparativos, los mayordomos traen y llevan arreglos florares. más tarde la vestirán con su túnica de gala, la bordada en oro, y la moverán de su nicho al lugar desde donde puede ver la plaza de la iglesia y los fuegos artificiales. Todos los años la misma rutina.
La santa se aburre, postrada en su nicho, sólo algunos paseos ocasionales; siempre a visitar otros santos igualmente aburridos y templos igual de monótonos que el suyo. La gente está demasiada hundida en su fe para escuchar a la santa; pareciera que todo el mundo se ha vuelto ciego y sordo, ya nadie oye sus suplicas ni ve sus labios moverse.
Sólo la atosigan con constantes quejas y peticiones; "Que mi marido me abandona", "Ahora sí dejo la bebida, madrecita", "Un solo favor patroncita"... "Patrocita tu abuela y madre la que te parió, que yo no tengo hijos idiotas" grita la santa, pero ya nadie la oye, ni el párroco que a veces viene a oficiar un misa insípida, ni los mayordomos que traen y llevan arreglos florares, "pero quién chingados les dijo que me gustan las flores, con lo alérgica que soy".
La santa entorna los ojos y los ve. “Sí, es a ustedes, muchachos no demasiado viejos, no demasiado guapos, pero sí caras nuevas; nunca los había visto por aquí ¿Por qué no entran y la saluda? Será timidez”.
II
Los ojos voltean de nuevo a las puertas del templo, desde ahí se ve su amada, ya no las muchachas que los atosigan en sueños (pues no hay una que en su sano juicio a ustedes se acerque), sino ella, de belleza eterna y reverenciada. Si tan solo se atrevieran a entrar.
Pero no, demasiada gente deambula por el atrio de la capilla, ¿Por qué no se van y los dejan solos con ella? ¿Por qué no se ocupan de sus asuntos? Sólo ustedes pueden atender las necesidades de su amada y obligarla, por fin, a elegir de entre ustedes al dueño de sus abrazos.
Pero no, la gente sigue poniendo esas horribles flores en su lugar (¿acaso no escuchan sus sonoros estornudos?). No pueden hacer otra cosa que seguir dando vueltas, esperando a que la iglesia quede vacía para hablar, por vez primera, con su amada.
III
Violar la cerradura por la noche es fácil, nada que antes no hayan hecho. Adentro los espera su amada, con sus labios carmín y sus ojos verdes.
La santa los ve entrar; "Vaya pero pareciera que me tenían miedo". Su paso vacilante la desespera así que decide tomar un poco la iniciativa y acercarse.
Pero sus pies no están acostumbrados a caminar, demasiado tiempo ha estado en su altar y sus paso son torpes. Tira arreglos florales y sirios y las altas paredes del recinto magnifican los ruidos hasta volverlos caóticos.
Los pobladores, alertados por el estruendo, entran para encontrarlos, asustados, tendidos en el piso y a la santa en un lugar que no les corresponde. Pronto todo se vuelve confuso, los arrebatan de su lado y los llevan afuera; la santa no comprende todo lo que sucede, grita para que los dejen en paz... Nadie la escucha.
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