VERSIONES IX

Fueron y son un grupo extraño e inesperado, unidos por una amistad que casi cualquiera juzgaría imposible entre personas tan diversas. Ella, niña de escuelas privadas y con una visión por demás reducida del mundo; él, siempre discordante, la voz necia, el desarreglado; Cinthya, con su vivencia en una unidad habitacional, hija de la educación pública; Elena, la de todas las oportunidades y todas las puertas abiertas, quien parecía sólo necesitar el desear algo para obtenerlo y Beatriz, la de la madurez prematura y los ojos puestos en el presente. A este grupo lo completa, por supuesto, una ausencia que estos párrafos ya han sugerido sin nombrarla.
Fueron y son un grupo inesperado; individuos cuyas circunstancias particulares llevaron, por caminos diversos, a converger entre cuatro paredes y a sólo unas sillas de distancia. Si se les preguntara, es probable que ninguno de ellos podría dar una explicación razonable sobre el por qué y el cómo llegaron a ser amigos. Es probable, de hecho, que eso no importe; porque amigos fueron y, con sus grados personales, siguen siéndolo.
Aún así, Yessica es feliz en este trabajo.
Mira la foto que está sobre su escritorio; las cinco, cuando jóvenes, miran sonrientes hacia la lente. Es curioso, en realidad existen pocas imágenes de todo el grupo, siempre alguien estaba ausente o, simplemente, era necesario que alguno, la mayoría de las veces Héctor, manejara la cámara.
Es curioso, últimamente no ha pensado mucho en este grupo. No es que les extrañe, a casi todas las ve constantemente, aunque no tan seguido como quisiera y casi nunca a más de una o dos a la vez. Héctor es, tal vez, la mayor ausencia, siempre metido en sus asuntos, siempre sin tiempo.
Es curioso, últimamente no ha pensado mucho en este grupo, pero hoy le ha dado por recordarlo, sobre todo en hacer memoria de cómo eran en los primeros años.
El teléfono la saca de sus pensamientos.
Acaricia la frente de su pareja y sale del dormitorio; en otro cuarto el niño siente el caminar de su madre por los pasillos y decide hacerle saber de su hambre, suciedad y hastío, es decir; suelta un berrido que se escucha hasta la calle, cinco pisos abajo.
Cargando al niño Cinthya prepara el biberón y le da de comer; arregla el desorden de la sala, provocado por un inesperado arranque de pasión marital la noche anterior; lava dos platos para el desayuno y encuentra los pañales.
Mira su mano izquierda y reconoce la sortija marital.
Si le hubieran preguntado cuando estudiaba, es posible que el suyo no figurara en la lista de nombres de quiénes se casarían después de la universidad. De estarlo, se inscribiría en el lugar justo debajo de Héctor, muy atrás de todas sus amigas.
Es curioso, años después, es ella la única que ha logrado una relación duradera.
Se disculpó como quien reconoce su culpa y prometió entregar su texto a primera hora de la tarde; sólo hacía falta cotejar algunos datos, mintió.
Cuando Héctor la invitó al experimento de una nueva revista de análisis, no se imaginó que haría de ello su forma de vida. Desde entonces ha publicado, de forma interrumpida, su visión del mundo todas las semanas, aunque, todo hay que reconocerlo, algunas opiniones expresadas ahí ya no puedan ser compartidas ni por ella misma.
Despertó a Gustavo, recordándole su horario de trabajo. Desayunaron juntos y acostó al niño. Se sentó frente a la computadora, decidida a terminar con el trabajo.
Entonces sonó el teléfono.
Entre los diplomas resalta un dibujo viejo, en él figuran las caricaturas de sus mejores amigos de juventud. Elena sonríe para sí, en aquellos años todo parecía mejor y más sencillo.
Siempre fue fácil para ella, la vida parecía más que dispuesta a abrirle todas las puertas; obtuvo becas y oportunidades a manos llenas. Incluso, al término de su carrera, hubo de elegir entre un jugoso salario en una consultoría y varias ofertas de becas para hacer la maestría.
Eligió la agencia, sobra decirlo, y pocas veces se ha arrepentido de su decisión, hoy es una de ellas.
Enciende un cigarrillo mientras, distraídamente, vuelve al dibujo que adorna su pared. Reconoce los trazos de Héctor y sonríe; cuando jóvenes podía criticar gustosamente la afición de Héctor por el tabaco, hace tres años comprendió por fin esa necesidad que hacía a su amigo alejarse de ellas de vez en vez, para poder fumar y no molestarlas.
Sobre todo, vuelve a sonreír Elena, para no molestar a quien parecía ejercer gobierno sobre los días de Héctor, sin estar nunca en realidad junto a él.
A Héctor lo ha visto algunas veces, casi siempre por iniciativa de él y casi siempre por asunto perfectamente banales. Ahora que lo piensa, no sabe casi nada del presente de su amigo, a lo mucho que escribe en alguna revista y da clases, aunque no pueda decir ni en qué revista ni de qué materia.
Pérdida en sus pensamiento Elena ha logrado olvidarse, aunque sea por un momento, de las decisiones que deberá verse obligada a tomar.
El teléfono la saca de sus pensamientos.
Nunca esperó esto; el trabajar para una agencia de modelaje, el sólo tomar fotografías intrascendentes para hacer lucir bien a personas irreales. Cada que mira la cámara ve cadenas.
Todo era tan distinto en la universidad, rodeada de sus amigas, de sus entrañables amigas y de Héctor. Entonces parecía que el mundo era muy otro, juntos podían planear un futuro distinto.
Pero la traicionaron, cada una hizo su vida por su cuenta y se alejaron de ella; dejándola con su cámara y sus proyectos inconclusos.
Ahora las ve poco. Incluso Héctor es más ausencia que amistad; enclaustrado en su mundo de relaciones conflictivas y letras, refugiado en las paredes de la escuela que ella no visita o metido hasta las narices en las marañas sociales de este país, su antiguo amigo parece una fotografía que la humedad ha borrado.
No es que no lo vea, de hecho; es él a quien más frecuenta, se ven al menos una o dos veces al mes y hablan de sus respectivas vidas. Siempre es él quien dice envidiarle y es sincero, ¿cómo no envidiar los constantes viajes y la total ausencia de preocupaciones económicas?
Maldice y da un trago al caballito de tequila que le acompaña siempre que revela su trabajo. Elige cinco fotografías de cada una de las chicas y piensa, de nuevo, en el absurdo de modelar trajes de noche en escenarios de playa diurnos.
Algún día, se dice, la cámara dejará de ser cadena y el mirar a través de ella volverá a tener sentido.
El teléfono la saca de sus pensamientos.
P.D. que dedica este capítulo...
No me leen, hace siglos que no las veo, pero este capítulo está dedicado, obviamente, al gremio... por lo que ellas saben.
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