Siempre Mujeres (Apéndice V)
LÁGRIMAS DE SERPIENTE
La
Cihuacoatl es un excelente ejemplo de ello, como advocación de Tonatzin fue la encargada
de moler los huesos de las personas de los cuatro primeros soles que
Quetzalcoatl rescatara del inframundo, mezclándolos con la sangre del dios para
formar el barro con el que dio forma a las mujeres y hombres del quinto sol.
Al
mismo tiempo, como advocación de la Yaocihuatl (Mujer Guerrera) era la deidad a
quien se encomendaban las huestes guerreras antes de entrar en batalla y, como
advocación de Quilaztli, una especie de oráculo que anunciara desgracias para
quienes iban a entrar en batalla.
Es
sobre esta última potestad que ya en tiempos coloniales se le incluyó como
parte de los “presagios funestos”, relatos orales que circulaban entre las poblaciones
indígenas sobre supuestas visiones que avisaban de la llegada de los
conquistadores europeos y las desgracias que traerían consigo, como una forma
de reivindicación de un pasado glorioso en contraste con las condiciones de
sumisión y vasallaje en las que incluso la élite indígena vivía, exponenciada
infinitamente entre la población en general.
Según
este relato en los tiempos anteriores al arribo de la armada de Cortés a las
costas veracruzanas, en las calles y canales de Tenochtitlán se vio a la
Cihuacoatl en la forma de una mujer de larga cabellera negra, rostro pálido y
ropajes blancos, que lloraba por el destino de su descendencia, en alusión a
sus atributos de la madre creadora y de oráculo funesta.
Obviamente
estos relatos, surgidos ya cuando el régimen colonial se encontraba
consolidado, al reivindicar la identidad indígena y sus deidades, convenían
poco a las autoridades coloniales que les veían como un obstáculo para el
proceso de evangelización y un peligro que podría exacerbar la resistencia
indígena que, en realidad, persistió a lo largo de todo el periodo colonial.
Así,
desde las curias y parroquias, el aparataje eclesiástico utilizó a indígenas
evangelizades, mestices y criolles para difundir distintas versiones del mito
de la mujer que lloraba en las calles de la capital novohispana.
En
la más difundida de estas versiones se le despojaba por completo de todas sus
potestades y atribuciones divinas, para transformarla en una mujer indígena de
clase baja, amante de un peninsular acaudalado, con quien habría procreado a
varias infancias (el número varía en cada versión). Cuando la esposa legítima
del hombre arriba a la Nueva España desde la península ibérica, éste pone un
fin abrupto al concubinato, amenazando a su antigua amante de que si su esposa
llegara a enterarse, él mismo se encargaría de entregarla a las autoridades
judiciales acusándola de comercio carnal.
Asustada
ante la posibilidad de terminar ante un tribunal del Santo Oficio, la mujer
llevó a su descendencia hasta un río en el que les ahogó, volviéndose loca
después de ello y recibiendo el castigo divino de vagar por las calles de la
CDMX, en busca de hombres a quienes condenar mientras llora por el destino de
sus hijes.
Al
igual que sucedió con otras historias que reivindicaban la identidad y la
resistencia indígenas, como la de Eréndira entre les purépechas o la de Ixtab-Xtabay
entre les mayas, se tomó a una figura femenina y se le transformó en un
“espíritu funesto” no de reivindicación, sino de castigo.
Es
hasta tiempos muy recientes que la figura de la Llorona-Cihuacoatl empieza a
ser reivindicada y a contarse completa, incluyendo sus orígenes divinos.
Mario
Stalin Rodríguez
Etiquetas: Académico, tratado sobre la necedad
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