
del tránsito, el transporte público y la aglomeración...
lo que raramente sucede
Mario Stalin Rodríguez
Febrero 14, ciudad de México... Noche.
No recuerdo quien dijo aquello de “nunca se está tan solo, como en medio de la multitud”. Quien haya sido tenía razón, aunque probablemente no pensaba en el transporte público de la ciudad de México cuando lo planteó.
En éste la soledad es sobrecogedora y cálida, una soledad agradable a veces, apretada la mayor parte del tiempo.
Tal vez es la fecha o la hora, pero en este trasporte viajamos sólo nosotros, los solitarios de todo tipo. Lo podemos ver desde la fila de espera, en la noche, en el frío; nadie se mira a los ojos, no hablamos entre nosotros.
Está ausente la pareja a la que siempre veo en este mismos lugar a esta misma hora, los que se hablan a gritos como anunciando al mundo que están juntos y felices. Tampoco se encuentra el matrimonio que cree en arreglar sus diferencias en el trasporte público, tal vez para que los niños en casa no sepan que sus padres también son humanos y tiene, como todos, problemas.
No, estamos nosotros, los solitarios de todo tipo. Los demás tal vez cedieron a la efemérides comercial y se encuentran en restaurantes, hoteles o casas celebrando la compañía, mientras los solitarios ponemos cara de no-nos-importa y cumplimos con la rutina; a la misma hora de siempre regresamos de nuestros trabajos cansados.
Nos aislamos de los otros por los audífonos, la lectura o simplemente mirando al frente; actuando exageradamente nuestras desesperación por el transporte que no llega.
Finalmente, cual si fuera el pasaje a la tierra prometida, nos hacinamos en un autobús demasiado pequeño para todos. Curiosamente logró tomar asiento al lado de la ventanilla, justo junto a la puerta trasera. Abro mi libro y la veo subir.
Le es difícil sostenerse del pasamanos mientras sujeta el teléfono celular entre el hombro y el oído, con el otro brazo batalla con su bebe. Cruza el pasillo con paso vacilante, es la única persona en pie; a su alrededor hombres y mujeres fingen mirar a otro lado o dormir convenientemente.
Suspiro, cierro la novela que leo y me levanto. No cruzamos palabras, no hay necesidad; es un acuerdo tácito. Acaso sonríe cuando pasa a mi lado y el niño, demasiado grande para ser de brazos (pienso ahora), trata de sujetar mi libro.
Con la lectura balanceada en una mano, sujetándome con la otra, en precario equilibrio empieza el viaje.
El transporte se va llenando conforme pasa el tiempo, eventualmente la lectura se complica, pero años de práctica no pasan en vano y con la música a todo volumen en los audífonos, avanzo no sin trabajos por los párrafos.
Lo primero que supe de ti fue tu risa, estruendosa y molesta; hablabas a gritos con una amiga. No supe cuando abordaste, sólo que de pronto tu risa se sobrepuso a la música.
No te vi en ese entonces, sólo arrugue el entrecejo, maldije a la humanidad en general y a la juventud en particular (porque tu risa sonaba joven) y acerqué más el libro a mis ojos. Poco después alguien llegó a su destino, abriéndose paso a la puerta de salida por medio del consabido truco de empujar a cuanto ser se interpusiera en su camino.
Entonces tu pierna se colocó en medio de las mías, tu espalda empujo mi libro y tu cadera tocó mi entrepierna. Era un calor agradable, una calidez húmeda. Aún reías platicando con tu amiga, como indiferente al tacto accidental, tu cabello redondo olía a tabaco y cerveza... Y te reías, sin retirarte ni reacomodarte, te reías.
El ir y venir de la gente y la propia inercia de un trasporte en movimiento, prolongaron y estrecharon el contacto. Muy pronto fingir que leía me resultó imposible, tu te encontrabas prácticamente de espaldas frente a mi.
Sólo podía oler tu cabello y atisbar tu perfil cuando volteabas a seguir platicando con tu amiga.
Aún reías. Tal vez fue mi imaginación o mis propios reflejos inconscientes, pero a cada carcajada tu cadera se movía y se repegaba contra mi entrepierna. A veces echabas la cabeza hacías atrás y yo tenía que ladear la mía para evitar un golpe.
Tal vez fue mi imaginación, queda escrito, pero fue en uno de esos movimiento en que recargaste tu cabeza en mi hombro y te entretuviste un poco más de la cuenta. Me miraste con esos ojos tuyos, cafés, cansados, inyectados de sangre. Me sonreíste y volviste a platicar con tu amiga.
Eras joven, no demasiado, tal vez unos pocos años arriba de la veintena. Vestías un pantalón de mezclilla excesivamente entallado, tanto que parecía pintado sobre tus piernas y cadera, una blusa negra a tirantes escotada y una chamarra de imitación de cuero intencionalmente plástica (la moda tiene razones que la razón no entiende).
Tenías un lunar en medio de tus senos y otro al lado de la boca, casi cubierto por el maquillaje deslucido. Tal vez habías ido a una fiesta que celebrara la amistad; más seguramente, por la plática que sostenías con tu amiga, a una sita doble que probablemente resultó un bochorno, porque te reías de un él y de los hombres todos.
Tu voz era aguda y tu risa, lo he dicho ya, estridente y molesta. Tal vez fue mi imaginación o mis propios reflejos inconscientes, pero a cada carcajada tu cadera se movía y se repegaba aún más contra mi entrepierna. A veces echabas la cabeza hacías atrás y yo tenía que ladear la mía para evitar un golpe.
Entonces se acabaron los accidentes. Por el ir y venir de la gente y la inercia propia de un transporte en movimiento, las personas se interpusieron entre tu y tu amiga. Eran pocas, tal vez no llegaban a la decena, pero eran una barrera que te impedía verla y le impedía vernos.
Entonces tu mano tocó mi cadera y empezaste a bailar al ritmo de una música que yo no escuchaba. Tu otra mano me quitó los audífonos como invitándome a seguir tu danza. Tu cabeza volvió a apoyarse en mi hombro, me sonreíste y me besaste rápidamente antes de volver a mostrarme la nuca... Tu cadera seguía moviéndose.
Te abracé por la cintura, desabroché los dos botones de tu chamarra y subí mano hasta tu pecho. A través del escote, bajo tu sujetador, toqué tus senos. Mi otra mano bajó, desabotoné tu pantalón y, torpemente, baje el cierre. Metí la mano bajo el encaje hasta que encontré bello y un calor húmedo, agradable.
Frente a nosotros, sentadas, dos mujeres de edad se sonrojaron; una de ellas parecía querer decir algo, la otra le detuvo. Escuché un chits breve y ambas miraron la calle por la ventanilla.
A nuestro lado escuché algunas risas femeninas disimuladas; los demás nos ignoraban o fingían ignorarnos.
Nos besamos, yo jugaba con tu calor húmedo y tus senos, tu movías tu cadera. A veces reías, pero no con esa carcajada estridente, sino una risa leve; contenida... A veces gemías. Nos besamos, tu cabello olía a cerveza y tabaco, tu boca sabía a alcohol y pastillas de menta...
¿Cuánto duró nuestro encuentro? Poco, minutos acaso. De pronto diste un gemido prolongado, todo tu cuerpo se estremeció y lanzaste tu cabeza hacía atrás, hacía mi hombro, sonriendo con la boca abierta; lanzándome tu aliento de alcohol y pastillas de menta.
Abriste los ojos y me sonreíste. Quise decir algo, quisiste decir algo, pero la voz de tu amiga llegó a través de las personas; era momento de bajar. Te acomodaste el sujetador y la camisa, abotonaste tu pantalón a prisa y, sin voltear de nuevo, te alejaste.
A través de la ventanilla te vi platicar a cuchicheos con tu amiga, la vi voltearse y lanzar un risilla. El trasporte arrancó de nuevo, mientras nos alejaba te vi sonreír y lanzar dos besos.
No recuerdo quien dijo aquello de “nunca se está tan solo, como en medio de la multitud”. Quien haya sido tenía razón, aunque probablemente no pensaba en el transporte público de la ciudad de México cuando lo planteó... Porque en éste, a veces, las soledades encuentran en un calor húmedo y agradable; efímero.
En otro Orden de ideas:
Sonríe
No Nos Vamos a Dejar
P.D. que se titula:
PREMIO SE ESCRIBE CON DOBLE N
De la inumerable respuesta (bueno, está bien, exagero... son cinco) al concurso convocado por este blog, dos han acertado, ellas son:Quienes ya tienen en sus manos la novela Versiones, además de un bonito dibujo y texto hechos por quien esto escribe en exclusiva para sus blogs... Que colgaran o no, dependiendo de si les gustó.Cómo? Cómo qué cual concurso? Pues éste:PRIMER GRAN CONCURSO DE ANIVERSARIO NECIO HUTOPO 2008
Como algunos se habrán dado cuenta, un nombre da pretexto a no pocos de los textos y dibujos aquí publicados... No, no es el mío; es otro. Uno que se esconde para ser encontrado, uno que reeescribe la ortografia de la esperanza y la ausencia... La idea es ésta: Quien me haga llegar por correo (stalin76@gmail.com) este nombre, recibirá a vuelta de correo el archivo de la novela Versiones, para que pueda saber de qué va el asunto antes que casi nadie... Y, como eso para algunos puede resultar redundante; me comprometó a hacer un escrito y/o dibujo en exclusiva para el blog de quienes acierten (en el caso, por supuesto, de que tengan un blog).
Por supuesto, quedan excluidos de esta convocatoria quienes por cualquier razón ya conocen el nombre (e incluso, la persona) de quien se habla...
Y, mira tu qué cosa, como entiendo que se atravesó un periodo vacacional y todo, el concurso queda abierto hasta la próxima semana.
Etiquetas: Cosas que suceden