viernes, agosto 29, 2025

ABRIENDO UN PARENTESIS

Tocaría finalizar con lo que finalizar se debe, pero mucho me temo que eso tendrá que esperar porque, bueno, la vida no me ha dado para preparar el texto ni la ilustración y, además, se acerca ya Septiembre y eso sólo puede significar una cosa y no es el Grito de Independencia, sino el...

#SEXTIEMBRE2025

Que, afortunadamente, no necesitaré lanzar ninguna convocatoria ni componer ninguna lista porque, buen, ya alguien se ha tomado la molestia de hacerlo, así que sólo queda hacer el anuncio:

Para las actualizaciones de Septiembre (salvo una extraordinaria el 20, por razones calendáricas que ya se explicarán y se han explicado en años pasados) tiraré del aleatorio para decidir qué tema de la lista enlazada arriba se subirá en cada una.

Y hale, ya está... En Octubre retomamos para concluir lo que concluir se debe.

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jueves, agosto 21, 2025

Historias Caminantes 05

 LOS PASOS ACTUALES I

 (Sobre la representación de una música maya con su instrumento, en una ocarina de estilo Tikal -Guatemala- encontrada en la isla de Jaina, México)

México es un país de caminantes, de hijes de caminantes, de nietes de caminantes. Estas tierras han sido el destino, refugio, paso y origen de les caminantes y sus huellas han quedado marcadas en su día a día, en sus calles y paisajes... Porque ahí donde les caminantes pasan y llegan, marcan con sus huellas el día a día, las calles y los paisajes.

 

Desde el siglo XIX y, en particular, tras la independencia de la metrópoli española, a México fueron llegando de uno en uno, en oleadas, de pocos en pocos o en grandes grupos les caminantes.

            No sólo quienes pretendían continuar con el saqueo imperialista de los recursos que la independencia habría interrumpido, ya fuera a través de intervenciones militares, imponiendo a un pseudomonarca europeo o por medio de empresas depredadoras que se apropiaban de territorios y recursos, semiesclavizando a les habitantes o expulsándoles.

            Llegaron, también, quienes eran perseguides y discriminades en otras tierras, buscando aquí refugio... Y llegaron, también, les solidaries.

            Y las huellas de todes modificaron y enriquecieron estos suelos.

 

Tras la independencia de la metrópoli europea a tierras mexicanas llegó una no tan pequeña oleada de gente de todas las naciones árabes, principalmente de la región del monte Líbano, en su mayoría de confesión católica que huían de los conflictos que, con pretexto religiosos, se desataban para disputarse los recursos de la región.

            Esta migración se ve acrecentada con la política entreguista del porfiriato, que fomenta la llegada de capitales libaneses para financiar la industrialización a manos privadas con la que se pretendía impulsar el desarrollo de México, incluso a costa de las vidas y territorios de las comunidades marginales de mexicanes, principalmente indígenas, pero también de las cada vez más numerosas clases populares mestizas.

            El punto mayor de la migración árabe a México se da durante el primer cuarto del siglo XX, incluso en los convulsos tiempos de la revolución, debido al recrudecimiento de los conflictos sociales que, eventualmente, llevaron a la desaparición del imperio Otomano.

            Los casos más conocidos y documentados son, obviamente, los de los empresarios católicos libaneses que se instalaron, principalmente, en la ciudad de México y los estados de Veracruz, Puebla, Jalisco y Nuevo León. Pero con ellos (y el masculino se emplea aquí muy intencionalmente) llegaron también sus allegades, subordinades y sirvientes... Y las familias de todes elles.

            Personas de confesiones religiosas diversas, principalmente católica o cristiana, sí, pero también musulmana y judía. Una masa humana popular de miles que, más allá de los salones del poder financiero, se integraron en las comunidades receptoras y cuya huella es tan profunda que se aprecia, incluso, en los tacos que comemos.

 

Durante la invasión que culminaría con la entrega de más de la mitad del territorio mexicano al gobierno estadounidense, un puñado de soldados (en su mayoría migrantes o descendientes de migrantes irlandeses, comunidad católica fuertemente discriminada en el protestante Estados Unidos, pero también soldados de ascendencia alemana, española y hasta rusa) desertaron del ejército invasor para unirse a la defensa de México.

            Agrupados en torno de la figura de Jhon Riley, cayeron durante el sitio de Churubusco. Víctimas de la superioridad militar estadounidense, sí, pero también de las pésimas decisiones estratégicas de Antonio López de Santa Anna, que parecía empeñado en perder la guerra.

            La mayoría fueron procesados y fusilados como traidores por el ejército invasor. Los pocos sobrevivientes fueron marcados con fuego con la D de “desertores” y, al término del conflicto, regresaron a sus tierras ancestrales en Europa o se perdieron entre el gentío, abandonando sus apellidos y adoptando identidades y familias mexicanas.

            Ninguno de los cientos de soldados que formaron el batallón de San Patricio llegó a cobrar la recompensa monetaria y en tierras que el régimen de Santa Anna prometiera a los desertores del ejército invasor.

 

Durante los conflictos entre esclavistas y abolicionistas que culminaran con la Guerra Civil estadounidense, una pequeña, aunque significativa, parte de las personas afrodescendientes evadidas (a través del llamado “ferrocarril subterráneo”) de las haciendas sureñas de Estados Unidos, principalmente de la región de Louisiana y de los territorios que anteriormente pertenecieran a México, llegaron a territorio mexicano, instalándose en su mayoría en el estado de Chihuahua con la venia del régimen juarista.

            Cuando los gobiernos de los estados esclavistas reclamaban al gobierno mexicano la entrega de les “maveriks” (en alusión al ganado que huía de los establos) evadides, el gobierno de Juárez e incluso el ilegítimo “segundo imperio” de Maximiliano (que en realidad nunca tuvo control territorial en los estados del Norte), les respondieron que en México no había esclaves huídes, sólo personas negras mexicanas.

 

Presente desde los tiempos coloniales, la comunidad asiático descendiente de México se ve aumentada por la ley de exclusión China de Estados Unidos de finales del siglo XIX, que expulsara de su territorio a les descendientes de les migrantes asiátiques y redirigiera hacia puertos mexicanos a la constante ola migratoria que llegara a sus costas pacíficas.

            Instalándose principalmente en los estados del Norte, está comunidad enfrentó la discriminación importada junto a los capitales estadounidenses que controlaran el tendido de las vías ferroviarias en aquella región durante el porfiriato, a quienes les resultó redituable “responsabilizar” a les migrantes asiátiques de las condiciones de precariedad a las que sometían a sus trabajadores y comunidades locales.

            Este falsificado sentimiento de agravio fue acumulándose hasta que, en 1911 y aprovechándose del convulso ambiente provocado por el conflicto revolucionario, se desatara la llamada masacre de Torreón, cuando cientos o tal vez miles de personas asiáticas o asiadescendientes fueron asesinadas por turbas, no sólo en la ciudad chihuahuense que fuera el epicentro del conflicto, sino a lo largo de todos los estados del Norte.

            Les sobrevivientes se encaminaron hacia el Sur, abandonando su identidad y ocultándose detrás de documentos falsificados y apellidos “mexicanos” inventados, instalándose principalmente en la ciudad de México y los estados de Oaxaca y la península de Yucatán.

            Es hasta muy recientemente que les nietes y bisnietes de aquellas personas han empezado a estudiar las historias de sus antepasades para reivindicar sus identidades asiamexicanas, pero su huella ha sido visible siempre en los panes que comemos y hasta el mezcal que bebemos.

 

Durante todo el siglo XIX, pero particularmente a raíz de los conflictos que culminaran en el estallido de la Primera y Segunda Guerra Mundial, a las costas de Veracruz llegaron miles de rroms, ludars y calés; gitanes que buscaron en tierras mexicanas refugió de la histórica persecución y discriminación que sufrían y aún sufren en los territorios de Europa y Asia y que se vieron exponenciadas por los regímenes fascistas de Alemania y España (cientos de miles de romas fueron entregades por Franco a Hitler para su exterminio, más de un millón de personas de estas comunidades perecieron en los campos de exterminio).

            De tradición nómada las caravanas gitanas se internaron en México, algunos grupos se establecieron de manera sedentaria en los estados del Norte y la ciudad de México, dedicándose principalmente a ramos comerciales. Muchas familias continuaron su largo caminar en tierras mexicanas a través de espectáculos circenses que, con sus cambios y variaciones, aún se mueven de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad.

 

La expansión fascista expulsó de Europa a personas judías, musulmanas, cristianas, sexo o género diversas y un largo etcétera. Muchas de ellas llegaron a territorio mexicano.

            Por iniciativa del presidente Cárdenas cientos o tal vez miles de republicanes, socialistas, comunistas y anarquistas españoles, perseguides por el régimen fascista de Francisco Franco, encontraron refugio y futuro en México.

            El fascismo tiene muchas caras y en las décadas de los 50, 60 y 70 en América Latina tomó el rostro de regímenes militares que asesinaron o desaparecieron a generaciones enteras en Argentina, Chile, Guatemala, el Salvador y, en general, todo Centro y Sudamérica.

            Muchas de las personas que debieron partir al exilio impuesto o autoimpuesto encontraron en México refugio y futuro, nutriendo con sus experiencias el pensamiento y organización de muchas izquierdas nacionales.

 

México ha sido y es refugio de caminantes, en tiempos tan recientes como las pocas décadas de llevamos del presente siglo, a estas tierras han llegado les expulsades de Haiti, Centro y Sudamérica, ya sea para establecerse o sólo de paso en su caminar hacia el cada vez más ficticio “sueño americano”.

            México es una nación de caminantes, de hijes de caminantes, de nietes de caminantes; receptora, refugio, paso y origen de caminantes. Sus huellas marcan el día a día, calles y paisajes de esta y de tierras lejanas...

 

Mario Stalin Rodríguez

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jueves, agosto 07, 2025

Historias Caminantes 04

 MIGRACIÓN E IMPERIOS

(Sobre la representación de la pintura corporal de las mujeres purépechas en la cerámica de Chupicuaro)

 Los imperios necesitan a les caminantes, no sólo porque la propia naturaleza de los imperios les impulsa a expandirse para apropiarse de recursos, expulsando con ello a las poblaciones de aquellos lugares que depreda, sino porque para sostener su expansión necesitan a las poblaciones expulsadas al reubicarlas, por la fuerza física o presión económica, en los lugares a los que llegan o, incluso, en la propia metrópoli imperial.

            Cerca de 12 millones de personas fueron extraídas de África y esclavizadas en las colonias americanas y metrópolis imperiales de Francia, Inglaterra, España y Portugal, la mayoría llegaron al Caribe, Sudamérica y la Norteamérica inglesa. Poco menos de tres millones acabaron en las colonias españolas de lo que hoy es México y Centroamérica.

            Obviamente las cifras no pueden precisarse. Rápidamente las metrópolis imperiales crearon regulaciones hipócritas que “prohibían” el tráfico de personas esclavizadas y su presencia en las ciudades europeas, pero no así su venta y posesión en las colonias, intensificando su tráfico ilegal y deshumanizando aún más las condiciones en que eran transportadas y vendidas.

            Pero les caminantes llevan consigo no sólo su precariedad y fuerza de trabajo, cargan también con sus historias, magias y culturas. La herencia africana en lo que hoy es México está presente no sólo en el 3 o 5% de nuestra información genética proveniente de personas que llegaron esclavizadas durante la colonia, está también en los colores que vestimos, la comida que comemos, la música que cantamos y muchos otros aspectos de nuestras cotidianidades.

            Somos caminantes, hijes de caminantes; nietes de caminantes.

 

Y junto a les conquistadores y sus esclaves, llegaron también sus víctimas de otras tierras.

            Tras la conquista española de Manila y la guerra comercial que, aprovechándose de los conflictos entre las naciones de la región, las potencias europeas llevaron a Asia (que se extendió hasta mucho después del fin de los regímenes coloniales y ya muy entrada la era moderna), se estableció la llamada Ruta de la Seda entre las colonias americanas de España y su enclave asiático.

            Ello movilizó el flujo de mercancías entre ambos continentes y, obviamente, la llegada de caminantes.

            La ciudad de México tiene el registro de la primera comunidad asentada en territorio americano, con el surgimiento del no reconocido “barrio chino” en los alrededores del mercado del Parian, en donde se ofertaban los productos traídos por la Nao de China.

            Obviamente no toda esta comunidad provenía de China, aunque así se registrara en los papeles de la administración colonial. Eran personas provenientes de Manila, Oceanía, indochina, las islas del Pacífico Sur, China, el archipiélago japonés e incluso las regiones más orientales de Rusia.

            Aunque los papeles coloniales sólo registran la entrada de poco más de una decena de miles de migrantes asiátiques legales que entraron a través del puerto de Acapulco, la cifra real es mucho mayor; cientos de veces mayor. El Galeón de Manila descargaba ilegalmente mercancía, migrantes que preferían no pasar por la aduana colonial y personas esclavizadas, muchas de ellas mujeres que terminarían en los burdeles de la ciudad de México y la zona minera del bajío.

            La influencia asiática puede verse incluso en cosas consideradas “netamente mexicanas” como los bordados de los trajes “tradicionales” de varios pueblos indígenas, el papel con el que se decoran las fiestas populares y hasta la forma en que se destila el mezcal.

            Somos caminantes, hijes de caminantes; nietes de caminantes.

 

La época colonial de la Nueva España está marcada por les caminantes, no sólo por aquelles que llegaron junto a la potencia colonial, movides por la potencia colonial. La propia dinámica imperialista obligó a muchas comunidades originarias a desplazarse de sus tierras originarias para satisfacer las exigencias del imperio.

            Si bien la hipócrita legislación de Castilla “prohibía” la esclavitud de les naturales de América, el sistema de encomiendas transformaba a los colonizadores (y aquí el masculino se emplea con completa intención) en los dueños de las vidas y destinos de las comunidades indígenas, despojándolas de sus tierras ancestrales y de los recursos de éstas, desplazándoles hacia las minas del bajío, las haciendas azucareras de las costas del golfo, las enequeleras de Yucatán, los plantíos de la costa chica del Pacífico y etcétera.

            Y ahí a donde eran desplazades, llevaban sus culturas, historias y magias, potenciando el intercambio y mestizaje cultural que ya era dinámico en la época prehispánica.

            Somos caminantes, hijes de caminantes; nietes de caminantes... Y seguimos siéndolo ya en el México independiente y la época moderna.

 

Mario Stalin Rodríguez

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