Aquí iría una segunda reinterpretación mía sobre una tira de El Listo... Pero, al final, me pareció una mejor idea que fuera su trazo lo que diera la bienvenida a los párrafos que, finalmente, hablan de él.
“De vez en cuando
volvemos a la calle, a las plazas y a lo que haga falta, porque seguimos
queriendo justicia. Seguimos queriendo los derechos y libertades que nos están
quitando (…). No pedimos imposibles. Y no somos violentos. Sólo queremos que
pare el saqueo y seguimos buscando formas para lograrlo”.
Xavier Águeda
“Seguimos
creyendo en la necesidad de la justicia social y del pensamiento utópico, a
pesar de todo o precisamente por eso”
Carlos Monsiváis.
Nunca me ha quedado muy en claro si dibujando y
escribiendo podremos cambiar el mundo... Creo, en última instancia, que
retratando la realidad y mostrándola en trazos y párrafos nos hacemos
conscientes de qué está mal en el mundo y podemos, así, tomar acciones para
cambiarlo.
Será
que, como sugerían desde Oscar Wilde hasta Vargas Llosa, desde las letras y las
líneas no podemos transformar la realidad, pero sí mostrar otra realidad
posible; abrir ventanas a amaneceres distintos, a horizontes mejores y empezar
a caminar hacia ellos.
Será,
también, que estos horizontes tienen la cualidad de la utopía de Galeano; ser
inalcanzables y hacernos caminar.
Y
será, por extraño que suene, que toda esta disertación literato-sociológica
tiene algo que ver con el título de esta líneas y con ese familiar extraño que
es el autor del primer epígrafe.
Queda escrito; nunca me ha quedado claro si dibujando y
escribiendo podemos cambiar el mundo... Pero sé que dibujando, escribiendo y
leyéndonos, vamos encontrándonos; reconociendo en el otro los fragmentos que
nos hacen similares y distintos e, incluso a la distancia y sin habernos jamás
visto las caras, cómplices y compañeros.
Será,
entonces, que dibujando, escribiendo y leyéndonos nos vamos encontrando y
cambiándonos. No al mundo, no a la sociedad; a nosotros, uno por uno, poco a
poco...
Y
será que, si Mao tenía razón y hasta el viaje de mil kilómetros empieza con el
primer paso; es así, encontrándonos y cambiándonos uno a uno y poco a poco,
como empezamos a cambiar el mundo.
Será,
no se dude, que todo esto tiene algo que ver con
donar libros a la biblioteca
de una acampada en una plaza pública y con un trago que algún día alguien me invitará, si no pago yo primero.
Y será que todo lo anterior es una forma un tanto extraña
de empezar a hablar de un libro que no trata de manifestaciones ni de cómo
cambiar el mundo, aunque sí habla un poco de banderas y sobre la preferencia de
quemarlas a enarbolarlas... Y mucho sobre encuentros, objetivos y reinventarse
a uno mismo.
No
se trata, como pudiera pensarse, de una recopilación de sus
tiraserótico-festivas, sino
de una especie de memorias sobre sus experiencias en la red de redes, de cómo
llegó a ella, de sus objetivos originales, de cómo estos no se han cumplido aún
y de cómo esto no importa tanto.
Trata,
sobre todo, de la forma en que él y la red fueron cambiando. De los encuentros
y desencuentros que hubo a lo largo de este camino... Y de cómo estos han ido
cambiándolo y reafirmándolo (que, no se extrañen, no son necesariamente
términos contradictorios).
Como
toda autobiografía que merezca la pena, habla de los hechos en gerundio, porque
afortunadamente la historia de Águeda y el Listo en la red aún no acaba... Será
que es lo que tienen los necios en su acepción de obcecados; que siguen
caminando para encontrarse.
Decía al inicio de todo esto; no me queda claro si
dibujando y escribiendo podemos cambiar el mundo... Pero será, tal vez y con
perdón de la autocita, que algún día el anónimo hijo de un anónimo comisario
toma entre sus manos un libro de Xavier Águeda y ve en él otro mundo; uno donde
reír no es delito y los libros no acaban bajo las botas de los policías.
Y
será, por supuesto, que así se empieza a cambiar el mundo...
Mario Stalin Rodríguez
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