(de
la historia como dicotomía)
"Resumen de Historia Nacional:
¡TODOS AL SUELO!
¡ESTÁN DISPARANDO!"
Perich
Desde la Perichferia
Ver la
historia nacional como el resumen del enfrentamiento entre dos fuerzas
antagónicas (llámense españoles e independentistas, liberales y conservadores,
monárquicos y juaristas, científicos y revolucionarios, callistas y cristeros,
etcétera) es práctica común, pero, esencialmente, un ejercicio de reduccionismo
ingenuo.
El panorama real, en cualquier
momentos histórico, es de una complejidad mucho mayor y el resultado no será el
dominio de una fuerza hegemónica por sobra la otra, sino la síntesis necesaria
de múltiples visiones del presente.
Aquí conviene detenernos, se habla
de proyectos de presente, no de futuro, no de nación. En el fondo de todo
proceso histórico, nos dice Adolfo Gilly, subyace no tanto la visión de cómo
deberían ser las cosas, sino (sobre todo) la convicción de que las cosas no
pueden seguir estando como son (El águila y el sol; La
Jornada 20-11-2010).
Aceptemos, sin embargo, para fines
de este análisis, la existencia de dos visiones (con diversos gradiantes y
fronteras no del todo claras): La de quienes prefieren que las cosas sigan como
tal, a quienes llamaremos, a falta de un mejor término, conservadores; y la de quienes pretenden ampliar las libertades del
individuo, a quienes llamaremos liberales
(aunque, dependiendo del periodo histórico y del personaje, se difiera
significativamente de qué libertades y para cuáles individuos).
En esta lógica, tres periodos marcan
los clímax de este enfrentamiento; Independencia, Reforma y Revolución. Si
bien, en cada uno de ellos los actores tomarán formas, práctica y hasta fondos
distintos y, conviene aclararlo, sus motivaciones suelen ser incluso
contradictorias.
La
revolución de independencia de 1810, si bien con raíces y apoyo popular, es de
principio y resultado, la rebelión de la naciente burguesía criolla a fin de
conservar los privilegios que las reformas Borbónicas y napoleónicas (sobre
todo, la constitución de Cadiz) les arrebataba.
Si al final los vencedores se ven
obligados a conceder prebendas de una libertad acotada a otros actores, como
los indígenas y mestizos, es resultado inevitable del proceso histórico en sí;
no pretensión ni motivo principal del alzamiento original.
Durante la
itinerante presidencia Juarista, con sus leyes de Reforma y su enfrentamiento
al otro México gobernado por Maximiliano, es marcada por la visión de quien,
influido en buena medida por experiencias en otros países, pretende un Estado
moderno, eficaz y rico; y la de quienes gustan de que las cosas estén como
están.
Finalmente, el retorno de los
Habsburgo a la corona mexicana, está enmarcado por el afán continuista de
quienes sus privilegios ven amenazados. Finalmente, al término del periodo juarista,
una nueva clase se hace del poder y nuevos rostros tienen los privilegiados.
Finalmente, en el fondo, la desigualdad y la explotación continúan.
La
revolución de 1910 será, con mucho, uno de los procesos más complejos de la
historia nacional. No sólo el enfrentamiento entre las dos visiones vistas
hasta el momento, sino el surgimiento como actor protagónico de quien, hasta
entonces, había sido sólo pretexto o carne de cañón; el pueblo, las hordas
populares (cuyos botones paradigmáticos serán los ejércitos encabezados por
Emiliano Zapata en el Sur y Francisco Villa en el Norte).
Porfirio Díaz llegó a la Presidencia de la República enarbolando el
"sufragio efectivo, no reelección" contra las pretensiones
monárquicas de Sebastián Lerdo de Tejada. Llegó al poder con ideas de
modernidad y con el ofrecimiento de continuar la obra de Juárez.
El régimen de Díaz es el gobierno de la
contradicción. Muchas de sus leyes seguían el espíritu de las Reforma juarista,
incluso su Ley de Baldíos puede ser entendida, en cierto sentido, como la
continuación de la desamortización de bienes eclesiásticos. Sin embargo, la alta jerarquía
católica mexicana le apoyaba. Tal vez porque también le apoyaban los señores
del dinero y la iglesia católica ha estado siempre ahí donde está el dinero.
Son
precisamente los dueños del dinero, mexicanos o extranjeros, principalmente
norteamericanos, principalmente franceses, quienes más se beneficiaron del
gobierno de Díaz. Las compañías ferroviarias francesas eran técnicamente dueñas
de las vías y de los territorios por donde pasaban; dueñas eran también de la
vida de sus obreros.
Las
compañías mineras norteamericanas eran señores feudales en las minas, a ellas
pertenecían los hombres que en sus túneles trabajaban y a ellas pertenecía el
producto del suelo y el subsuelo mexicanos.
Dueños
de México y los mexicanos eran también los mexicanos, italianos y alemanes
propietarios de haciendas en el Norte, centro y, sobre todo, Sur del país.
Reyezuelos de latifundios, usufructuando el territorio que la Ley de Baldíos arrebató a la
iglesia y, sobre todo, a los pobladores originales de esta tierra.
Son
estos últimos, los indígenas, las víctimas de esta historia. Explotados y
esclavizados, vistos como niños que necesitan de la mano dura del padre para
aprender. Sus pequeñas rebeliones son sofocadas, sangrientamente, ante la
mirada impasible y, no pocas veces, la colaboración del régimen.
El régimen de Díaz, con sus múltiples
contradicciones y las acciones de quienes a la sombra del Poder medraban sembraron
su propio fin.
El
descontento popular que finalmente estalló tras las elecciones de 1910 y
cuyo accionar encabezó Madero (mismo que después trataría de acallar, mismo que
después se tornaría en su contra), no puede entenderse sin los pequeños opositores,
los que en distintos territorios trataron de lograr un cambio.
¿Cómo
entender el descontento popular sin la radicalidad de los Hermanos Flores
Magón? ¿Cómo entender la rebelión sin la indignación de los de abajo? ¿Cómo
entender la furia sin la sangre derramada?
La
revolución que en Mayo de 1911 derrocó a Díaz no puede explicarse como un
proceso lineal; tras la caída del dictador el caos perdurará por no poco
tiempo, incluso irá mucho más allá de 1917 (año en que oficialmente termina la
etapa armada).
Al final,
los vencedores serán, nuevamente, una nueva clase de privilegiados. Si bien las
leyes que plasman en la
Constitución de 1917 pueden ser consideradas liberales, lo son en función de
garantizar privilegios a la nueva clase en el poder y prevenir el regreso de
los viejos amos.
En esta lógica, la nación que sobre estos cimientos se construye no
queda exenta de grandes contradicciones que, al paso del tiempo, se profundizan.
De ahí el maximato de Calles, de ahí la necesidad histórica de la expropiación
petrolera, las insurrecciones de los ferrocarrileros, de los médicos del Seguro
Social, de los estudiantes en 1968…
El pasado se renueva; lo de antes, lo siempre
sabido, lo permanentemente igual, cambia. Cada quien con sus tijeras corta y
confecciona la historia.
Desde
el la versión oficial, tan plagada de inexactitudes, héroes y villanos; los
personajes de la historia nos contemplan. Todos ellos figuras de cartón piedra,
acartonados y monolíticos; tan inmutables, tan inhumanos.
Estas
apretadas líneas son un ejercicio de memoria, pero no de la memoria de la
versión oficial, pero no la memoria que olvida la sangre. Estas apretadas
líneas son un ejercicio de memoria necesaria.
De
la memoria que justifica el presente, de la memoria que nos explica el futuro.
En estas líneas hay héroes y villanos, pero ninguno de ellos lo es
completamente. En estas líneas no se encontrará la justificación de la
dictadura, pero sí su explicación.
Estas
líneas no son el repaso esquemático del pasado; pretenden ser malogrado intento
de explicación del presente, de justificación del futuro.
Son
estas líneas, se ha dicho ya, no el tratado histórico pormenorizado en nombres
y fechas, sino un ejercicio de memoria. El intento, tal vez fallido, tal vez
demasiado apretado, de entender el pasado, para, con su imagen; construir un
mañana distinto.
Un
mañana donde el Poder no prescinda de nosotros, donde el Poder se construya
desde el no poder, donde el Poder no importe, porque quien mande, mandará
obedeciendo.
Por
eso estas líneas no son concluyentes, porque a penas son un prólogo; la
introducción al Mundo Mejor, que es Posible.
Mario Stalin Rodríguez
Este texto es una edición/actualización de uno elaborado en Noviembre de 2010. Lo retomo a raíz de la tendencia actual, por parte de los historiadores al servicio del poder (léase, Krauze y su séquito de clones), de reinventar y reivindicar la oscura figura de Porfirio Díaz... Y sí, el dibujo que le ilustra es todavía más viejo, con perdón del reciclaje, pero las responsabilidades sindicales apenas me dejan tiempo de hacer casi nada más.
Etiquetas: Académico, Opinión, tratado sobre la necedad