jueves, septiembre 14, 2023

SEXTIEMBRE 2023 - B

 Pues es Septiembre y, como más de una persona sabrá, eso significa que se celebra el Sextiembre, así que tirando de los dados de google toca


AQUÍ TE PILLO, AQUÍ TE...


Se abre la puerta del elevador y frente a él, en una esquina, está ella. Se sonríen; “hola, vecina”, dice él. “Hola, vecino” contesta ella. Entra.

            El botón de la planta baja ya está iluminado, así que sólo presiona el que cierra la puerta. Mira distraído el indicador de avance y, cuando han pasado dos o tres pisos, siente las manos de ella en su espalda...

 

¿Cuándo empezó esto?

            Por supuesto que se habían visto en el ascensor o en los alrededores del edificio, aunque no sabían demasiado la una del otro o el uno de la otra; ella sabía que él tenía dos perras tal vez un poco demasiado grandes para vivir en un departamento, a las cuales sacaba a pasear con regularidad dos o tres veces al día. Él sabía que ella tenía tres gatos por aquella vez que se encontraron el consultorio veterinario cercano, cuando llevó a sus mascotas a revisión y él acudió de urgencia porque una de sus perras se comió un calcetín.

            Ella sabía, por las veces que se cruzaban en el elevador, que él vivía en el piso siete, él que ella vivía más arriba, probablemente entre el 12 y el 16, aunque seguramente no en los departamentos de lujo por arriba del 20.

            Fuera de eso toda su interacción era una cortés inclinación de cabeza cuando sus caminos se cruzaban y un discreto “hola, vecino” – “hola, vecina” después de su encuentro en el veterinario.

 

Así era, hasta el día en que el elevador se detuvo entre el piso cinco y el cuatro.

            A él se le había acabado el café, así que debió salir en una hora que no acostumbraba. En el caso de ella a su gata Cawlan (“Gris” en somalí) le tocaba una revisión de rutina y el veterinario sólo tenía cita libre para esa hora.

            Cuando la puerta del elevador se abrió él la vio recargada en una esquina; llevaba una camiseta blanca a tirantes que dejaba ver su abdomen, en el cual una pequeña línea de vello descendía hasta perderse bajo unos diminutos shorts de mezclilla. A su píes, enfundados en unos tenis rojos tal vez demasiado grandes para su talla, la gata maullaba indignada desde su transportador.

            “Un atuendo demasiado juvenil para su edad”, pensó él y se recriminó a sí mismo casi inmediatamente después; eran días de demasiado calor y ella tenía todo el derecho del mundo a vestirse como le diera gana

            “Hola, vecino”, saludó ella cuando él entraba. “Hola, vecina”, contestó. La puerta se cerró y él se puso a ver el indicador de los pisos sobre la puerta... De pronto, entre los pisos cinco y cuatro, el elevador se detuvo.

            Él presionó el botón de alarma y esperó que le contestaran a través de la bocina; sólo recibió silencio... “Seguramente se darán cuenta pronto de la falla” comentó mirándola con una sonrisa. “Ojalá” contestó ella.

            Siguió un silencio incómodo.

            Él tocaba el botón de alarma buscando una respuesta que no obtenía y ella miraba al techo, hasta que los maullidos de la gata se hicieron insoportables... “¿Te importa si la saco?” Preguntó ella, “nunca le ha gustado el transportador”.

            “Sin problema”, respondió él mientras volteaba. La vio inclinada para abrir la puerta de la gata; sus senos sin sostén asomaban a través de la apertura de la blusa de tirantes... Ella sintió su mirada y, mientras animaba a la gata a salir del trasportador, volteó hacia arriba mientras sonreía.

            Él desvió la mirada hacia el techo, sonrojándose; “perdón”, dijo tímido. Sintió la mano de ella sobre su abdomen. “No importa”, dijo ella y le besó en la mejilla.

            Él bajó la mirada y se encontró con los ojos de ella; empezó a tartamudear algo y ella le besó en los labios... Se abrazaron y muy pronto sus lenguas se encontraron.

            La gata, ahora silenciosa, olisqueaba en los rincones del elevador.

 

Entre el abrazo y los besos, una mano de él bajó hasta los glúteos de ella. La de ella llegó a la entrepierna de él y sintió su erección, empezó a acariciarlo por sobre el pantalón.

            Cuando ella desabrochó el botón del pantalón, él se apartó un poco; “no tengo condones”, dijo. “No importa”, contestó ella; “algo improvisaremos”. Terminó de liberar el miembro de él y empezó a masturbarlo.

            Él la besaba y una mano buscó por debajo de los minúsculos shorts hasta que encontró el sexo de ella; empezó a juguetear con los dedos por entre los vellos.

            Entre besos llegaron casi al mismo tiempo al climax; él eyaculó en la mano de ella, manchando también sus muslos y el piso del elevador. Ella mojó los dedos de él, su propia ropa interior y hasta los diminutos shorts.

            La gata soltó un ligero maullido, mirándolos desde una esquina.

 

Sentades contra una de las paredes, un tanto exhaustes y satisfeches, platicaban. Él sobre su empleo en el departamento de arte de una empresa de videojuegos, lo que le permitía trabajar desde casa y atender a sus dos perras. Ella sobre sus actividades como diseñadora gráfica free lance.

            Ni ella ni él se preguntaron sus nombres, pero sí los de sus mascotas.

            De pronto una voz sonó desde la bocina bajo los botones del elevador; se disculpaba por la tardanza en la atención, pero que no se preocuparan, el personal de la empresa ya acudía para liberarles.

            Se miraron con un poco de preocupación y algo de diversión; sin importar que ya hubieran recompuesto sus ropas, el olor del sexo inundaba el pequeño elevador... La gata los salvó defecando en un rincón y el penetrante aroma disfrazó cualquier otro olor, justo en el momento en que las puertas se abrieron.

 

Desde entonces ni ella ni él se olvidan de traer un condón en el bolsillo, cartera o bolsa.

            Se han encontrado en el elevador otras veces. No recuerdan si fue ella o él quien descubrió el cómo detenerlo sin activar la alarma... Nunca hay una cita concertada, a veces pasan días o semanas sin encontrarse; incluso llegaron a estar un mes y medio sin verse.

            No siempre van sin compañía en el elevador, entonces sólo hay un “hola, vecino” y un “hola, vecina” de regreso... En otras, incluso estando sin nadie más, sólo detienen el elevador para platicar... Hasta hoy ni ella ni él se han preguntado sus nombres.

 

Mario Stalin Rodríguez


Etiquetas: , , , ,