REFORMAS
Tenía yo pensado un texto para publicar hoy, uno que iba sobre la imitación, las distancias y el por qué alguien podría elegir al imitador por sobre el imitado... tenía yo un texto preparado para hoy... pero la realidad, ya se sabe, se impone...En fin, el patético reflejo deformante tendrá que esperar ocasiones más propicias y abordemos, entonces, la realidad... mmm... El que avisa no es traidor; siéntense, que va para largo.
Cobertura mediática.
La reforma financiera presentada en los
días pasados por Enrique Peña Nieto nos trasporta a escenarios que conviene
detenerse a analizar mínimamente.
Al
margen de gravámenes absurdamente santaanneros, que parecieran puestos ahí
únicamente para distraer, como el IVA a la compra-venta de mascotas o al
alimentos de éstas, además del más ridículo de todos; a los chicles y gomas de
mascar.
Lo
primero que llama la atención del paquete de medidas tributarias es la
exclusión en primera instancia del impuesto a alimentos y medicinas. En primera
instancia, queda escrito, porque nada garantiza que, a través de los oscuros
acuerdos del Pacto por México, no será agregado posteriormente por los
legisladores de cualquier partido.
Este
es un punto importante, parecemos olvidar que se presentó, únicamente, una
propuesta de reforma hacendaria y que ésta aún puede ser modificada
sustancialmente en cualquiera de las cámaras legislativas.
Bien podría ser que el anuncio del pasado
Domingo 8 fuera, solamente, una maniobra de distracción, encaminada
principalmente a restar legitimidad tanto al movimiento magisterial contra la
reforma educativa, como al naciente en contra de la reforma energética.
Esta
hipótesis no es descabellada, basta con un breve repaso a la cobertura que los
medios oficialistas dieron al anuncio de la iniciativa presidencial; durante la
cual no se cansaron de repetir lo equivocados que estaban los profesores de la
CNTE y Andrés Manuel López Obrador, al señalar que se gravaría alimentos y
medicamentos.
En
esta idea, el paquete de medidas presentado por Enrique Peña Nieto contiene una
serie elementos ideados para causar la incomodidad de los sectores
empresariales y de clase media, como el gravamen a colegiaturas o la elevación
progresiva del Impuesto Sobre la Renta.
No
se requiere demasiada imaginación para suponer que, al momento de la discusión
de las reformas, los legisladores decidirán eliminar estas medidas, bajo el
argumento de “ser sensibles a los reclamos de la sociedad”, “no estrangular aún
más a la clase media” o alguno similar (voces que, por cierto, ya han empezado
a expresar las bancadas de los tres principales partidos).
Ahora
bien, dado que el presupuesto federal, presentado al mismo tiempo que la
reforma fiscal, parte de una recaudación estimada sobre dichos impuestos, se
buscaría obtener los recursos que la eliminación del IVA a colegiaturas y de la
progresión del ISR restaría, mediante la adopción de otras medidas, como la
creación de una impuesto extraordinario al consumo general de, digamos, un 5%,
con el cual se cargarían no sólo los chicles o las bebidas azucaradas, sino
todo; alimentos y medicinas incluidos.
Esta
estrategia permitiría, entonces, obtener parte de los objetivos iníciales
(eliminar la tasa cero para alimentos y medicamentos, permitiendo con ello, en
un futuro, aumentar los impuesto sobre éstos) y salvaguardar la ya muy
deteriorada imagen de Peña Nieto, pues serían los legisladores y no él, los
creadores de éste nuevo régimen fiscal (que se haría, recordémoslo, para
responder a los reclamos de la sociedad).
El
proceso, por supuesto, puede ser mucho menos grosero que el aquí descrito, pero
el resultado final sería el mismo.
Puede suponerse que el escenario anterior
es irreal, en tanto implica reconocer en el gobierno federal y sus estrategas,
una capacidad mental no demostrada hasta el momento.
La
alternativa es, entonces, que la propuesta fiscal fue presentada para ser
aprobada tal cual, lo que nos arroja a un escenario no demasiado halagüeño.
Lo
primero a discutir sería cuál es la definición de “lujo” sobre la que se basa
la reforma fiscal. Suponer, por ejemplo, que la tenencia de mascotas y su
alimentación es una demostración de éste, es, cuando menos, ignorar las
dinámicas culturales de buena parte de la población de escasos recursos o
medios en el país; al margen del escaso mercado para “animales de raza” (a cuya
compra-venta se grava con IVA), lo cierto es que la mayor parte de la población
tiene mascotas por el proceso del regalo de las camadas de animales domésticos
(lo que viene en buena medida, por la falta de una cultura de la esterilización
de los animales de compañía).
Tanto
más, es en las colonias populares de los centros urbanos y en el ámbito rural
en donde mayor concentración de perros y gatos domésticos puede encontrarse.
Es, justamente, sobre la población de estos lugares (y no en quienes poseen “animales
de raza” comprados) que se recargaría el mayor peso de este gravamen.
Lejos
de aumentar la recaudación impositiva, esta reforma sólo provocaría una
disminución en el mercado de alimentos para animales domésticos y la proliferación
de animales abandonados en los ambientes citados.
Otro
tanto ocurre con, por ejemplo, el IVA a las colegiaturas. No se trata solamente
de aumentar la carga impositiva sobre la capa poblacional que puede permitirse estudiar
en centros de paga, no en un país que ha abandonado sistemáticamente su sistema
de educación pública en todos los niveles, obligando a la cada vez más escasa y
empobrecida clase media a buscar alternativas particulares antes la saturación e
insuficiencia de las escuelas oficiales.
De
nuevo, más que aumentar la recaudación fiscal, ésta medida parece más
encaminada a propiciar una migración masiva hacia el sistema público de
educación básica (ya de por sí saturado) y la creación de un ejército de
desempleados juveniles sin preparación universitaria, ante la reducida
matrícula de las universidades públicas y la imposibilidad de pagar las
colegiaturas (más IVA) de las privadas.
Incluso
los impuestos que podrían resultar plausibles, como el IVA a las bebidas
azucaradas, se antojan mucho más demagógicos que otra cosa. En el ejemplo
citado, se utiliza la alta incidencia de obesidad (sobre todo infantil) como
argumento a su favor. Pero, sin la creación de una campaña real de salud
pública que eduque a la población sobre los efectos del consumo de estos
líquidos, más que reducir su consumo (lo que, presuntamente, se busca), sólo
provocará que quienes los ingieren, paguen más.
Sobre
el impuesto a los espectáculos públicos (salvo teatro y circo), incluso
aceptando, como fue presentada, que esto se limitara únicamente a los
conciertos; gravar con IVA a una manifestación cultural ya es un problema. El
asunto es que no se limita únicamente a los conciertos, tal cual fue
presentada, el texto de la iniciativa incluye TODOS los espectáculos públicos
que no sean teatro y circo, es decir; eventos deportivos, cine, conciertos y un
etcétera tan grande como un brazo.
Otra
vez, el efecto previsible no es el aumento de la recaudación fiscal, sino el
abandono del público de estos eventos ante su encarecimiento.
Obviamente,
éste es sólo un repaso muy superficial de algunas de las medidas contenidas en
la iniciativa presentada por el ejecutivo. Pero conforme se profundiza en su
análisis, los efectos negativos no hacen sino aumentar y los supuestos efectos
positivos se presentan en su dimensión real, que es más bien nula.
Incluso en el mejor de los supuestos y
ateniéndonos al discurso oficial, el paquete de reformas busca aumentar la
recaudación fiscal en un total de 24 mil millones de pesos, lo cual contrasta
con, por ejemplo, los 30 mil millones que el fisco perdonó a Televisa este año,
por no hablar de los ingresos petroleros a los que la administración de Peña
Nieto está más que dispuesto a renunciar a través de su reforma energética.
Incluso
en este escenario, la reforma fiscal no está pensada para aumentar la recaudación
fiscal... Tanto más, pareciera pensada para ser insuficiente, a fin de poder
argumentar, en el próximo ejercicio fiscal, la necesidad de más y mayores transformaciones
impositivas y la una mayor constricción del gasto público en educación, salud y
etcétera.
Mario
Stalin Rodríguez
Etiquetas: Apuntes sobre periodismo, El patético usurpador, Opinión, tratado sobre la necedad
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