miércoles, julio 31, 2013

ASALTO MENTAL (02 de 02)

III Los Planes.
La primera reunión, en casa de Raúl, no fue fácil; de inmediato el pintor y el taxista sintieron mutua antipatía. El primero no podía respetar demasiado a alguien que tenía tan poco control sobre su vida y el segundo no podía comprender a quien, teniendo todas las oportunidades, había decidido vivir sin educación y tan lejos de la letra impresa.
     Aquella noche no arrojó grandes avances, a penas se limitaron a perfilar el plan de manera general y se comprometieron a buscar, cada uno por su lado, el banco que cumpliera las condiciones mínimas para la acción.

El asunto, mujer, es también un ensayo de libertad -escribe José en su cuaderno-. Es realizar una acción que me libere de tu presencia; algo tan irracional que impida a mi mente pensar en ti. Es inútil; aún estos planes, al negarte, te reafirman.

La primera reunión, en casa de Raúl, no fue fácil, pero cambió sus vidas. Gilberto conducía por las colonias de clase alta fijándose siempre en las sucursales bancarias y en los edificios que las rodeaban; preguntándole al pasaje por el tránsito de esas calles, incluso, brindándole especial atención ( y hasta precios bajos) a los empleados bancarios que hasta esos lares trasportaba.
     Raúl ojeaba con determinación todos los planos de la ciudad que caían en sus manos, incluso cambió sus gustos; dejó de lado las historietas de superhéroes para leer, con avidez, novelas policíacas.
     José empezó a hablar con otras personas y a prestar atención a lo que decían. No ya sólo limitarse a oír sin escuchar, siempre pensando en los ojos de Elena. Incluso trató de evitar a la Maga, intentando que su risa no distrajera con la belleza sus pensamientos.

Gilberto lleva todas las noches de paseo a su novia; le regala flores sin motivo; le obsequia bailes y cenas; incluso ha empezado a escribirle un poema.

La Guía Roji, acompañada con un listado de sucursales y sus direcciones, brindaba ayuda, pero no la suficiente. Cuando se volvieron a ver, seis meses después, descubrieron que los meros datos físicos estaban incompletos; aún necesitaban saber qué día habría la suficiente gente para cumplir con el plan.
     La segunda reunión fue más fácil; los datos precisos les permitieron elegir tres opciones. Cada uno, por su lado, se encargaría de vigilar una de ellas, para saber cuál tenía mayor clientela y en qué días se juntaba en ella más gente.

Ensaya un nuevo estilo de pintura. Con trazos gruesos Raúl intenta retratar la desesperación, la locura y, sobre todo, la belleza. Sin darse cuenta, sin conocerla y sin proponérselo, en sus trazos empieza también a retratarla.

Al terminar la tercera noche ya sabían qué banco robarían, incluso conocían la fecha, pero los planes habían cambiado. Aquella noche se dieron cuenta de que los tres solos, por muy decididos que estuvieran, no podrían con el paquete. Así fue que Aurora y Beatriz se integraron al equipo.
     Aurora, esposa de Raúl, pedagoga desempleada; heredera no de una fortuna, pero sí de la cantidad de dinero suficiente como para vivir sin demasiadas preocupaciones.
     La Biblia es, en realidad, su única lectura seria. Sólo de vez en cuando la acompaña con artículos banales de revistas frívolas. Tal vez esté un poco loca, pero mirando los dos años de su hija decidió heredarle un mundo donde eso no importara.
     Beatriz, 20 años, estudiante de Comunicación, empleada en un videoclub. Sabe que Gilberto, su novio, es una persona normalmente centrada; amigo del ser práctico para todo y en todo. Lo mira discutir sobre un evidente fracaso y se alegra por el cambio.
     Sabe leer la vida, la escuela y la propia experiencia le enseñaron. Mirando a Natalia, hija de sus anfitriones, decidió compartir la locura de quien ama, sólo para saber si podrían compartir el futuro.

Me has arrebatado todo -insiste José en su cuaderno-; los pretextos para la vida, los argumentos para la rutina. Ocupas todo mi paisaje. Pero no puedes quitarme mis incoherencias y es por ello, mujer, que en sus paredes me refugio.

IV. Los Hechos.
La noche anterior José soñó con Troya.

En la fila están, en abrumadora mayoría, los empleados de una oficina gubernamental cercana; es día de quincena y aprovechan la hora de comer para cambiar sus cheques. En la fila están también José, muy cerca ya de las cajas y, casi hacia el final, Raúl, con el plástico bulto de una pistola de chinampinas en el bolsillo del saco.
     Cuando llega su turno, José pone el portafolio sobre el mostrador; extrae de él un papel del tamaño de un cheque y se lo entrega a la cajera.
Sucede a veces, no se ofenda, pero sucede a veces que a los pequeños les da por agredir a los gigantes -se lee en el papel, escrito con una vieja oliveti mecánica-. Sucede a veces, no se ofenda, no es con usted; esto es un asalto y, por supuesto, traemos armas. Ponga todos los billetes de la caja en el portafolio y active la alarma. Puede quedarse algún billete, no se preocupe, por eso no hay problema; lo que verdaderamente sería imperdonable es que se olvide de activar la alarma.

Esa misma tarde, muy lejos, la Maga pregunta a los mutuos conocidos por José, de quien no ha sabido en días. No es que importe demasiado, es sólo que se había acostumbrado a su amistad y su plática y ahora le parece extraño no tenerles. No es que importe demasiado, también se ha acostumbrado a sus inexplicables ausencias.

La mirada extrañada y asustada que la cajera dirige a José es la señal. Raúl saca la pistola de chinampinas de su bolsillo y finge un disparo hacia el techo. Lo que sigue es confusión; gritos y atropellos; las personas voltean hacia el hombre que se yergue con una pistola en las manos y miran desesperadas alrededor, buscando un escape.
     Raúl detona otra chinampina, el ruido suena tan a un disparo que nadie de los presentes se da cuenta del pequeño tamaño del arma y del que, pese a dos detonaciones ya, el techo no presenta ninguna fisura.
Todos al suelo -grita el pintor-; esto es una declaración de amor.

En ese mismo instante, muy lejos en la ciudad, un carterista se enamora secretamente de su víctima, cuando en la cartera del hombre descubre una flor.

Las detonaciones dan la señal. Gilberto, estacionado cerca del banco, envía dos veces el mensaje que ya tenía escrito en el celular y sale del taxi con una lata de pintura en aerosol en las manos.
     Mientras la cajera llena de billetes el portafolio y Raúl grita para que los clientes se tiendan en el piso; el taxista pinta los cristales de la sucursal.
Abriremos las grandes alamedas -escribe en letras grandes y rojas- y haremos caminar al hombre libre.

A la misma hora, en otra parte del país, una niña llega a una decisión. Toma el cuchillo y se acerca al bulto que es su padre, tirado alcohólico en el sillón, mientras su golpeada madre llora encerrada en su cuarto.

Los mensajes fueron la señal. Al mismo tiempo, separadas por varias calles, Aurora y Beatriz arrojan carritos de supermercado, llenos de pañales, hacia el tráfico de dos grandes avenidas y echan a correr rumbo la estación del tren subterráneo. En el cruce de las dos arterias urbanas, metros adelante, está el banco.
     El caos vial que se provoca impedirá que otros vehículos estorben la huida y dificultará enormemente que las patrullas lleguen a tiempo.
El rey está desnudo”; se lee en cada uno de los pañales que abundan regados en el pavimento.

En ese momento, en otra parte del continente, el joven mira a la chica por enésima vez; es solo un rostro más entre los cientos ahí reunidos. La mira de nuevo y se decide, toma las pinzas y corta la reja de alambre que separa la fábrica parada de sus obreros.

Salen riendo del banco y entran cantando al auto compacto. Gilberto arranca y acelera por la calle inusualmente vacía. Raúl extrae exactamente seis mil seiscientos sesenta pesos del portafolio y se lo entrega a José.
     El escritor introduce una carta en el portafolio y lo cierra. Se detienen rápidamente en otra sucursal del mismo banco y José entra en ella. Saltándose la fila llega hasta las cajas y entrega el portafolio al joven que atiende la más cercana.
Esto no les pertenece -dice mientras sale corriendo-, pero igual se los dejamos.

Al mismo tiempo, al otro lado del mundo, una mujer ajusta el cinturón de explosivos a su abdomen. Mira de nuevo la foto de su hijo asesinado por los ocupantes y recuerda el llanto de su hija. Seca sus lágrimas y se dirige hacia el cuartel de los invasores.

Un taxi pirata sin placas, idéntico a los miles que circulan por la ciudad, se pierde por la avenida. Adentro un grupo imposible, tres caminos que en otras circunstancias jamás se encontrarían.
     Ríen y cantan, distribuyen el dinero en cinco partes iguales. Gilberto pisa el acelerador, muy lejos empiezan a sonar, inútilmente, las sirenas.


Esa noche José soñó que la besaba.

Mario Stalin Rodríguez

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1 Comments:

Blogger my heart is blooding cause i love said...

LEERTE SIEMPRE ES Y SERÁ UN PLACER...

2:32 p.m.  

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