miércoles, julio 24, 2013

Asalto Mental (01 de 02)

Mario Stalin Rodríguez

Para ti, distante Maga, ausente Elena; pretexto para la esperanza.

"No podré renunciar jamás al sentimiento de que ahí, pegado a tu cara, entrelazado en tus dedos, hay como una deslumbrante explosión hacia la luz, irrupción de ti hacia lo otro y de lo otro en ti."
Julio Cortázar

I Los Personajes.
Nunca la necesidad tuvo tan poco que ver en un crimen; no hay aquí la magra economía, no hay aquí historias trágicas de familias sumidas en la miseria.
     Tampoco tiene papel aquí la codicia; no hay deseo de tener más, no hay la triste acumulación de la riqueza por la riqueza misma.
     Hay, eso sí, un grupo imposible, individuos que, en otras circunstancias, serían antagónicos; unidos por factores que sólo en la ciudad pueden darse.

Sobre todo está la ciudad; ese enorme monstruo que devora sueños y defeca nuestras esperanzas.

Gilberto vive en el crimen; la evidencia de su pecado circula en forma de auto compacto por las calles y avenidas de esta ciudad; su delito mueve a las personas de un lugar a otro acompañando con un PEEB cada determinada distancia.
     Intentó estudiar Ingeniería, pero el con condón no se siente nada lo llevó a un matrimonio roto hace años y a buscar la papa por las calles de la ciudad.
     Es, sobra decirlo, taxista ilegal. Su vida no tiene complicaciones: el dinero no sobra, pero nunca falta; su hija ha cumplido, hace unos días, el largamente acariciado deseo de una fiesta de quince años a todo lujo (con música grupera en vivo); su ex esposa no puede quejarse por el incumplimiento en la pensión alimenticia y él vive cómodo junto a su novia en casa propia.

Sobre todo está la ciudad, sus calles, sus bulevares, sus esquinas y sus fantasmas.

Raúl es pintor aficionado a la historieta, de hecho; las viñetas son su única lectura desde hace poco más de 18 años. Nunca abre un periódico y los libros sin ilustraciones le parecen aburridos; gran parte de su dinero se va en comprar las aventuras mensuales de sus héroes favoritos (casi todos) y en libros con cromos de pinturas (famosas y no tanto).
     A los 14 años decidió que la vida debería ser mucho más que las cuatro desnudas paredes de los salones de la escuela. Abandonó la secundaría y se dedicó a la pintura. Tan mal no le va; sus cuadros han sido expuestos, incluso, en un café de las Ramblas de Barcelona.
     Hace cuatro años conoció a Aurora y hace dos que nació Natalia, sólo por estos dos hechos el mundo es un lugar digno de vivirse.

Toda ciudad tiene sus fantasmas y en ésta abundan. Puede vérseles salir de las ventanas, sentirlos en los edificios; convivir con ellos en los parques y monumentos. Son, en suma, la memoria necesaria de los millones de habitantes.

José es la melancolía. Camina por las calles de la ciudad, reconociéndose en los recuerdos, definiéndose siempre por las ausencias. Es la cáscara de un hombre, a penas hueco que deambula.
     No se malinterprete; no quiere decir esto que sea la tristeza, sólo la melancolía. José escribe y ríe. Vive y lee libros al por mayor. Adora el primer café de la mañana y agradece le primer ovalado del día. Lee historietas y se reúne con sus amigos para jugar. Amanece en otras sábanas. Quiere y es querido.
     Es tan solo que, de vez en vez, sale a caminar por las calles de la ciudad y se deja llevar por los fantasmas, los propios y los comunes.
     Es tan solo que la conoció, se enamoró de ella y, en su ausencia; perdió todos los pretextos para la vida.

La mayoría es indiferente a los fantasmas. La mayoría camina estas calles y se preocupa más por quien en las esquinas acecha que por los recuerdos que caminan solitarios.

Por supuesto que su nombre no es Maga, ni aún siquiera Elena, pero el adjetivo de Cortázar y la tragedia de Troya la dibujan mucho mejor que las palabras contenidas en su identificación.
     Describirla no es fácil, para hacerlo se debe inventar un color; uno que retrate el aura que de su risa emana, esa cierta ternura, ese brillo que parece rodearla. No hay palabras suficientes, ni siquiera adecuadas, para imaginar el reflejo del sol en su cabello, el movimiento de sus dedos y sus senos traviesos.
     Por sus ojos se pierden ciudades y por sus labios se conquistan imperios. No existe un verbo que pueda trazar el deseo.
     No es ella personaje de estos párrafos, su presencia es a penas periférica y, sin embargo; sin su imagen presente no se entendería esta historia.

II El Pasado.
Todo empezó en una noche de mar en la ciudad; así, tan confuso como suena; alejada del océano por kilómetros hacia arriba y hacia el centro, la ciudad se transforma en mar interior por la lluvia. La luz desaparece y las calles quedan convertidas en marejadas.
     A bordo de un taxi José platica, sobre la ciudad, sobre el dinero que no llega al final de la quincena, sobre las mujeres y sobre el júnior que yace con los pantalones sumergidos hasta las rodillas en medio de un enorme charco, con el todo terreno transformado en inútil lancha; parado en medio de un lago de agua de drenaje.
     Conduciendo su delito Gilberto platica, sobre la ciudad, sobre la gente, sobre los asaltos sufridos, sobre el fútbol, sobre las noches y sobre el júnior que insiste en llamar por celular, con la chaqueta, que cuesta más de lo que Gilberto gana en un mes, convertida en húmeda porquería.

"El Estado se está normalizando y, muy pronto, castigaremos a los responsables de los últimos conflictos"; platica la radio inútilmente.

Los encuentros casuales e irrepetibles tienen una ventaja, permiten la confesión sincera. Con más de 5,000 taxis piratas en una ciudad con más de veinte millones de habitantes; ¿cuántas posibilidades reales hay de que este escritor y este ingeniero frustrado vuelvan a encontrarse?
     Así, José puede también hablar de su más secreto plan; asaltar con lujo de poesía un banco. No cualquier sucursal, por supuesto, ésta debería cumplir condiciones precisas: estar en una colonia de clase alta, cercana a una estación del tren subterráneo y, de preferencia, en un día con mucha clientela.
     Platica también de sus motivos, porque todo crimen tiene un motivo y éste, en particular, tiene el perfecto pretexto.
Es su risa, que no podría con las murallas de Jericó, porque no nació para destruir. Es su voz, la que abre las compuertas de todas las Troyas, porque no hay mejor trampa que la que sus notas cantan. Es imposible Elena y sus ojos, los que con mirarme invaden mis imperios.
Gilberto calla, cuando el pasaje se pone melancólico es mejor no hablar. Por eso Gilberto calla y piensa en la torcida lógica del cliente.

"Invito a mis adversario a que dejemos atrás el conflicto y sumemos esfuerzos por este gran país"; insiste la radio.

Cuando José desciende del taxi y paga el viaje, comienza a olvidar la cara del conductor. En proceso de amnesia estira la mano para recibir el cambio y, junto a éste, recibe también un papel con un número de celular anotado; después de esto, el olvido no será nunca más posible.
"Todo asalto necesita un chofer para el escape"; Gilberto le guiña un ojo mientras enciende el motor.
La lluvia ha cesado, unos metros adelante el pirata urbano recoge a una mujer con grandes maletas. Posiblemente se pongan a platicar mientras la lleva a su destino: hablarán de los políticos y de sus crímenes impunes; de la policía que con cincuenta pesos se hace de la vista gorda; del marido, agente judicial, que la golpea y del minuto en que decidió abandonarlo.

Muy lejos, esa noche, frente al espejo la Maga platica con su reflejo.

José platica con Raúl y le muestra una tira de papel, arrugada ya por tantos días en la cartera. Las aficiones en común pueden forjar amistades; cuando el pintor y el escritor fueron presentados, hace tantos años, nadie podría esperar que tuvieran en común más que las viñetas de los superhéroes.
     Pronto, en el pasado, descubrieron que podían hablar cómodamente el uno con el otro; que podían compartir sus sueños y preocupaciones y que, en ejercicio de amistad, el interlocutor no lo juzgaría con parámetros suaves.
     Raúl da vueltas en sus manos a los números del celular del taxista. Piensa y repasa; cuando hace años supo del plan, le pareció divertido por imposible. Jamás creyó sinceramente en que se llevaría a cabo y, lo sabe bien, José tampoco lo creía.

"La cámara de diputados aprobó esta tarde un incremento sustancial a su presupuesto de operación"; recita la televisión.

Natalia llora en el cuarto de al lado, Aurora se para del sillón y va a atender a su hija; deja a su marido solo con el peso de la decisión. El pintor repasa los números, mira el teléfono, descuelga y marca.

Aquella noche José soñó con ella.

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