El Timo de los volcanes
Quien se interese por los mitos de las
culturas prehispánicas de América en general y de la parte central de México en
particular, muy probablemente se encontrará, más temprano que tarde, con la
llamada “leyenda de los volcanes”.
Según
ésta, dos de los principales picos del cinturón volcánico transversal de
México, el Popocatepetl y el Iztaccihuatl, representarían el arquetipo de los
amantes desafortunados que por diversas circunstancias (que varían en cada
versión), se ven impedidos de concretar su amor, por lo que el guerrero
Popocatepetl se encuentra en actitud de velar a Iztaccihuatl (dormida
eternamente o muerta prematuramente, dependiendo de la versión)…
Todo
muy bonito, salvo por algunos detalles…
El
primero de ellos es que, muy probablemente, la “leyenda de los volcanes” no sea
precolombina… Sino una invención colonial que, tal vez, ni siquiera haya sido
hecha por indígenas.
Es cierto que para las culturas del
altiplano central, muy particularmente los Toltecas y Mexicas, los dos volcanes
representaban centros de adoración, pues no es raro encontrar adoratorios a las
faldas de estos... Salvo que ninguna ofrenda encontrada en estos parece
relacionada a la figuras de los picos en sí, sino a deidades del agua, la
tierra o la fertilidad.
Tanto
más, no existe ningún documento precolombino (sea en papel, piedra o cualquier
otro soporte) que haga mención de estos volcanes, salvo como referencias
meramente geográficas (v.b. el Códice Chimalpopoca) y nunca antropomorfizados
como en la “leyenda”.
Otro
dato es que, efectivamente, es común encontrar el arquetipo de los amantes
desafortunados en diversas leyendas… La mayoría de ellas, occidentales. En las
leyendas prehispánicas conocidas, particularmente en las mexicas y toltecas,
los arquetipos universales se comportan de maneras muy distintas.
La
figura de la “princesa” o “doncella humilde” Iztaccihuatl no corresponde a
prácticamente ningún arquetipo femenino de mitos, efectivamente, prehispánicos
(véase referencias a las Cihuateteos, Coyolxauhqui, Coatlicue, Xochiquetzal, Cihuacoatl
y un etcétera tan largo como un brazo), pues queda
reducida, en este caso, a una mera “motivación” para el héroe. Característica,
ésta, mucho más propia de las “heroínas” de narraciones occidentales.
El
propio Popocatepetl, en prácticamente todas las versiones, corresponde más al
arquetipo heroico occidental que a sus similares en las mitologías tolteca o
mexica (véase referencias a Huitzilopochtli, Quetzacoatl, Tezcaltipoca y otro
etcétera igual de largo que el anterior).
Todo
ello, habla mucho más de una fábula moralizante inventada para “educar” a los
salvajes en tiempos de la Colonia, utilizando protagonistas indígenas, que de
una “leyenda” precolombina.
Otro dato a considerar es el nombre de las
elevaciones.
Mientras
Iztaccihuatl (Mujer Dormida)
corresponde a un caso de pareidolia de manual. Efectivamente, visto desde la
cuenca del Valle de México (donde prosperaron las culturas tolteca y mexica),
su silueta parecería la de una mujer recostada encogida sobre el suelo. En el
caso del Popocatepetl la cosa no es tan clara.
El
nombre significa simple y llanamente “Cerro que Humea”, lo cual es mucho más
una descripción que otra cosa (es un volcán… Y activo aún en nuestros días)… Y,
aunque ciertamente es común que ciertos atributos específicos den nombre a
ciertos personajes de los mitos toltecas y mexicas (Coatlicue –falda de
serpientes- es el nombre de una diosa que, efectivamente, llevaba una falda de
ofidios. Tezcaltipoca –Espejo de Obsidiana- es el nombre de un dios que tenía
un espejo de este material por píe izquierdo y así), resulta demasiado
conveniente que alguien llamado Cerro que Humea termine transformado en un
volcán.
Extrañamente
conveniente, hay que subrayar, porque el Iztaccihuatl no se llama “Cerro que
duerme”, sino “Mujer dormida”… Sería de esperarse, cuando menos, que en el
mito, el Popocatepetl se llamara “Hombre que Fuma” o “Guerrero que Fuma”, amén
de que esta característica tendría que ser notoria desde antes de transformarse
en un “Cerro que Humea” (y no, no se presenta en ninguna versión del mito).
Y
retomemos el punto; no hay ningún documento precolombino que presente a este
cerro antropomorfizado (el ícono toponímico para nombrarlo en los códices es,
simplemente, un cerro al que le sale humo). El nombre “humanizado” del mismo,
“Don Goyo”, es claramente castellano y empieza ser utilizado hasta tiempos de
la Colonia.
Detengámonos, finalmente, en este asunto;
la versión más vieja registrada de la “leyenda” de los volcanes data de los
tiempos de la Colonia. Y ni siquiera de principios de ésta, sino hacia el virreinato
de Revillagigedo (1789-1794).
Y
no, tampoco aparece en ningún documento indígena, sino en una compilación de
“historias morales de los naturales de América”, elaborada por misioneros
católicos, quienes aseguraban haber recogido leyendas transmitidas por
“tradición oral” entre los pueblos indígenas, aunque es muy probable que
modificarán éstas para adaptarlas a la estrecha visión occidental y cristiana,
cuando no directamente se las inventaban.
Como último punto a considerar, es
importante mencionar que absolutamente toda la iconografía moderna asociada a
esta leyenda, no data de ninguna fuente indígena (no ya precolombina, que ya
vimos que no existe, ni siquiera colonial o de la postindependencia), sino de la obra de Jesús Helguera
(1910-1971), pintor mexicano hijo de un migrante Español… Y cuya pintura “La
Leyenda de los Volcanes”, fue pensada para ilustrar un almanaque.
Mario
Stalin Rodríguez.
Asesor Educativo
Departamento de Comunicación Educativa
Departamento de Comunicación Educativa
Museo Nacional de Antropología
(México).
Etiquetas: Académico
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