LA OTRA HISTORIA DEL MISMO CUENTO
Al caballero de la brillante armadura le
gusta contar su historia.
Le
gusta narrar el cómo salvó a la joven dama de las llamas del dragón que la
tenía cautiva, el cómo la llevó consigo y el cómo viven felices para siempre.
Sí,
al caballero de la brillante armadura le gusta contar su historia; la cuenta en
salones y tertulias, con solemnidad y entre risas, a conocidos y extraños... Y
se la cuenta, sobre todo, a la joven dama.
Se
la cuenta cuando están a solas. Le cuenta sobre el calor abrasador de las
llamas del dragón, sobre la inseguridad que era estar lejos de su protección;
sobre el cómo la completa y, bajo su sombra, es por fin libre.
Y
la cuenta cuando están entre amigos; siempre sus amigos, no los de ella... Los
de ella son vestigios del pasado, dice; cenizas aún humeantes de cuando vivía
entre las llamas del dragón y, por eso, le dice, le conviene mantenerse alejada
de ellos.
Sí,
al caballero de la brillante armadura le gusta contar su historia.
Le
gusta narrar el cómo salvó a la joven dama... Y, cuando él lo hace, ella sólo
calla y sonríe.
Para él, a veces, su sonrisa no es suficiente.
O
no es lo suficientemente amplia o no luce lo suficientemente sincera.
Y
cuando están a solas, el caballero de la brillante armadura, con una sonrisa e
ira contenida, le vuelve a contar su historia a la joven dama. Le recuerda que
la conoce del todo y que podría contarle a sus amigos (siempre a sus amigos, no
a los de ella) sobre ella; sobre sus costumbres privadas, sobre sus malas
palabras, sobre el dragón y el fuego abrazador... Con una sonrisa e ira
contenida, el caballero de la brillante armadura golpea la pared y cuenta su
historia; siempre su historia, en la que ella es sólo una presencia incidental.
Ella
calla y llora.
Al
ver sus lágrimas, el caballero de la brillante armadura la abraza y le pide
perdón. Le vuelve a contar la historia de su amor, del cómo la rescató de las
abrasadoras llamas del dragón y del cómo ahora, gracias a él, son por siempre
felices... Le pide perdón y le recuerda que, a veces, pierde la cabeza porque
ella parece olvidar que son por siempre felices.
Y
la abrasa, la besa, la lleva a la cama y le hace el amor con ternura... Ella
sólo calla y sonríe, hasta que él cae dormido.
Y ella sueña.
Se
ve a sí misma bailando como bailaba antes; antes del dragón, antes de las
cenizas, antes del caballero de la brillante armadura. Antes de volverse sólo
una presencia incidental en una historia que no le pertenece.
Y
así es cada vez que el caballero de la brillante armadura cuenta su historia;
cada vez que el caballero de la brillante armadura golpea la pared y le
recuerda que ahora son felices para siempre.
Y
así es cada vez y cada vez con más frecuencia... Hasta esta noche.
El caballero de la brillante armadura otra
vez golpeó la pared con una sonrisa e ira contenida. Otra vez le recordó que ésta
era su historia, siempre su historia, nunca la de ella. Otra vez la abrazó y le
pidió perdón. Otra vez la besó y le recordó que ahora son felices para siempre.
Y
otra vez la llevó a la cama y le hizo el amor con ternura... Hasta que cayó
dormido.
Pero
esta noche la joven dama no sueña.
En silencio se levanta y busca en el fondo
del arcón un vestido. El vestido con el que el caballero de la brillante armadura
la conoció y que, ahora, le pide que no use, porque en él ella brilla más que
su brillante armadura y, en la historia del caballero de la brillante armadura,
nada ni nadie puede brillar más que su brillante armadura.
Con
mucha delicadeza ata uno de los píes desnudos del caballero de la brillante
armadura a los píes de la cama. Lo hace casi como acariciándolo, para que
parezca el rose accidental de uno de sus propios píes con los de él y no
despierte.
Y
en silencio vierte el aceite de la lámpara sobre el colchón y las sábanas.
Incluso se permite una pequeña sonrisa tímida, de labios cerrados, cuando con
el aceite dibuja el contorno de un ave desplegando sus alas sobre la almohada
en la que otras noches sueña que baila.
Pero esta noche la joven dama no baila,
aunque sí se permite un pequeño paso de ballet al alejarse por la calle,
mientras las llamas abrasan el hogar que compartiera con el caballero de la
brillante armadura y la historia de éste llega a su fin.
Mario Stalin Rodríguez
Etiquetas: El Nombre de la Ignominia, El patético usurpador, tratado sobre la necedad
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