críticos y criticados 04
Como ya he dicho antes, en algún momento del pasado (por allá del 2004), me vi ante el reto de comentar críticamente una serie de textos de autores más o menos reconocidos dentro del mundillo literario de México. Queda dicho, también, que tal vez hoy escribiría estos textos de manera distinta, pero con idéntica mala baba, porque, finalmente, el papel dela crítica, siempre me ha parecido, es criticar.
LA MUERTE DEL
CUENTO
Homero Aridjis; La Santa Muerte. Sexteto del amor, las
mujeres, los perros y la muerte; Ed. Alfaguara, México 2003.
Esto es una opinión personal; no verdad universal, ni argumento
irrefutable. Es una opinión personal, sustentada en una bibliografía específica
y vivencias únicas; nada más, pero nada menos.
La idea es analizar y relacionar los personajes de los
relatos de Aridjis con la realidad mexicana, lo que implica, por supuesto,
tomar por separado cada uno de los cuentos que componen la antología y
analizarlos como estructura única. Esto se hará más adelante, sin embargo; dos
cuestiones que interesan a la generalidad de los relatos se imponen.
Estas
cuestiones son la megalomanía (o todo
cabe en un relato sabiéndolo desquiciar) y la autorreferencia (o la única persona digna de cita es uno mismo).
Lo primero se observa en todos los relatos; todo lo relacionado debe caber en
ellos, si se habla del narcotráfico entonces debe haber inclusión de todos los
personajes relacionados a tan obscuro submundo, desde el político corrupto
hasta la sacerdotisa de la santa muerte
(sic), sin importar que esto reste agilidad, coherencia y verosimilitud al
relato.
Si se
habla de un fotógrafo viejo, entonces deben caber desde Tina Modotti hasta
Willian S. Borroughs (y toda la generación Beat),
pasando por los nazis (el escuadrón 201 no se incluyó, probablemente por estar
de servicio en el Pácífico). Si se habla de los niños de la calle habrá
entonces drogas, resistol, violaciones, perros callejeros extrañamente letrados
(de eso se habla más adelante), prostitución infantil, guerras de bandas,
corrupción policíaca y etcéteras varios, todo encerrado en el mismo paquete.
La utorreferencia es un ejercicio difícil y, en la
mayoría de los casos, de resultados execrables. Condenable si se presenta
malograda en donde sea, desde José Alfredo (que
me toque otra vez 'la que se fue') hasta Elefante (que toquen otra vez 'el abandonado'), desde el cine comercial
holliwodense (tan autorreferente e impersonal, que todo él es ya sintagma
fijado) hasta las constantes autoparodias de Wody Allen.
En
literatura, lamentablemente, la autorreferencia es un mal crónico. Se encuentra
presente en la poesía beat (para
estar ad hoc con Aridjis) y en las
novelas de José Saramago. Aridjis no sólo no se salva de tal padecimiento, sino
que parece regodearse en su enfermedad.
En
cada relato encontraremos referencias a otros, anteriores o posteriores en el
índice. Incluso las frases se repiten (en
México hay asesinatos, pero no asesinos) y las ideas y personajes
(travestidos asesinos, extranjeros pedófilos y etcéteras infinitos). Incluso
las vidrieras de Amsterdant tiene su dosis de repetición (La Calle de las Vidrieras podría haber sido escrito por Adrián,
personaje de El País de los Diablos).
El
punto máximo del ego se encuentra en utilizarse a sí mismo de epígrafe; El perro es el único animal que vive con su
dios, pero ningún perro ha imaginado su paraíso.
Las anteriores son consideraciones generales que pueden
ser observadas en todos y cada uno de los relatos; estos, tomados
individualmente y analizados únicamente por sus personajes, ofrecen no pocos
bemoles.
La Santa
Muerte
¿Cuántos personajes aparecen en este relato? La única
respuesta posibles es, ya se ha sugerido; Todos,
o casi. Están aquí el general encargado de perseguir narcos, convertido en
triste pelele de los capos, el obispo coludido con el crimen organizado (¿para
qué hacerlo triste obispo de una triste arquidiócesis? El Nuncio Apostólico
debe sentirse muy devaluado), el político corrupto (no, en realidad no es
reflejo de ninguno real, sólo una triste caricatura del ridículo estreotipo que
Aridjis tiene de un político corrupto.
Que lamentable desperdicio de licencias literarias). Están todos, amontonados y
mal planteados.
Esto
debió entrar en la sección de consideraciones generales. En todos los relatos
los personajes están mal planteados y pésimamente construidos. En la fiesta
todo mundo habla como egresado de alguna carrera universitaria (probablemente
Letras Hispánicas, Antropología o alguna rama similar), sin importar si es
pistolero, gatillero, capo, político, obispo, puta o periodista (la apoteosis;
un narco que no ha abierto un libro en su vida, contando chistes sobre Lolita y Navocob).
Una observación que poco tiene que ver con los
personajes. Haciendo caso a datos manejados por investigadores y periodistas;
el fenómeno del narcosatanismo (sic),
es decir; la relación entre narcotráfico y rituales paganos (omitiendo, por
supuesto, a Jesús Malverde, que hasta su capillita y rito público tiene) es, en
realidad, privativo de grupos pequeños y de escasa influencia.
La
mayoría, si no es que todos, los capos importantes de México (la DEA dixi) son profundamente católicos y, de
hecho, persiguen y aniquilan a las pequeñas bandas de fanáticos de ídolos
falsos que incursionan en el mercado de la droga.
Es
decir; la figura de la Santa Muerte
(rito, por otro lado, hsata tiempo recientes, prácticamente exclusivo de
ciertos barrios de la ciudad de México) nada tendría que hacer en este u otro
relato (El País de los Diablos), ni
mucho menos el ritual de sacrificio humano pésimamente descrito y ambientado al
más puro estilo de película serie B.
Inventando el
Pasado
El relato, en realidad, tiene tres personajes; el
fotógrafo, su esposa pintora y el periodista (que debe trabajar para un
periódico del País de Nunca Jamás, pues pese a recibir llamados de urgencia por
parte de su editor desde Noviembre, para Febrero sigue con la nota biográfica
inconclusa); aunque los dos primeros parecen confundirse y del tercero sólo
sabremos de su existencia (pese a ser el narrador) hasta el segundo capítulo
(su profesión se revelará hasta bastante avanzado el relato y mucho después el
motivo de su presencia en la escena).
Mucho
no hay que decir que no se haya sugerido ya; el pretendido retrato de una
intelectualidad exiliada y decadente se pierde en escenas de patetismo senil.
Pero
eso sí, de nuevo; todos están ahí: Diego Rivera, Borroughs, Modotti, Kalo, los
nazis; todos hacen su fugaz o trascendente aparición; incluso el terremoto de 1985
y la amenaza intangible que corrió a los dos hermanos en La Casa Tomada de Cortázar; presentada en forma de toldos de
plásticos de colores en las ruinas de un edificio.
Los personajes no se justifican ni a sí mismos ni mucho
menos a los ojos del lector. Ridículas parodias de personajes secundarios de un
relato inexistente en el cual, la ciudad sería necesariamente la protagonista
única.
Una Condición
Excepcional
No me detengo demasiado, el relato es una forma
demasiado rebuscada de contar un chiste viejo: ¿Cómo matas a un argentino? Lo subes hasta la punta más alta de su ego
y lo dejas caer.
Para
el caso, me quedo con el original; con la ventaja adicional de ser corto.
El Perro de
los Niños de la Calle
De nuevo todos están aquí; cualquier individuo que por
casualidad se cruce en el mundo de los niños en situación de calle encuentra en
este relato su ridícula caricatura, su exagerado reflejo. Se exagera la
repugnancia y la indiferencia, como se exageran también la miseria y la
solidaridad y los golpes que entre ambas, más la realidad, propina a estos
niños.
Todo
en el relato es patético, las historias, los personajes y hasta los escenarios;
movido más por el deseo de causar lástima que por el de motivar una reflexión
válida por necesaria, Aridjis se deja llevar, de nuevo, por el patetismo.
Los personajes son falsos (desde el perro narrador en
primera persona, hasta el travestismo forzado de un Toloache increíble). Nada
en su lenguaje revela su condición; la dueña del perro (recordemos, una infante
prácticamente analfabeta) incluso sabe que la Plazoleta de San Diego fue, en
algún momento, quemadero de la inquisición; dos personas que salen de una noche
de opera en Bellas Artes son capaces de mantener dos páginas de un diálogo
plagado por completo de lugares comunes.
Ni la
ciudad retratada en las excesivas páginas es real; quien suponga que existen
letreros de fuera de servicio para los relojes del trasporte subterráneo de
esta ciudad, es porque nunca ha viajado en sus atestados o pretendido checar la
hora en un reloj capaz de marcar las 33:70.
El relato parece una combinación de La Vendedora de Rosas (Colombia, 2000),
película también rebósate de patetismo inútil; y la serie televisiva Vida de Perros (tan mala que no logró
pasar de la primera temporada).
Las Calle de
la Vidrieras
Tampoco en éste me detengo demasiado; para
descripciones de Amsterdant y sus costumbres (el barrio rojo incluido),
prefiero la hecha por Vázquez Montalbán en Tatuaje
(Ed. G.P., España 1976), de la serie de Pepe Carvallo.
Para
pintores que dan un nuevo sentido a su vida, a determinada y larga edad,
prefiero el Manual de Pintura y
Caligrafía de Saramago (Ed. Alfaguara, México 2000).
El País de los
Diablos
Prefiero terminar estos párrafos pronto; así que
dejemos el análisis de este relato en las preguntas que de su lectura surgen.
¿Todo creador original debe ser, además, un depravado? ¿Todo travestido debe
ser, además, pedófilo y asesino? ¿La estatua de la Santa Muerte de la casa del
anticuario era la misma que la del altar pagano de la mansión del
narcotraficante de un relato anterior? ¿qué tiene que ver una actriz porno
holandesa con todo esto?
Mario Stalin
Rodríguez
2004
Etiquetas: Académico, Apuntes sobre periodismo, off topic
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