NAVEGANTE NOCTURNO
Digamos que a veces él soñaba.
No
era muy dado a dormir. Insomne crónico, ocupaba las noches entre la escritura y
los trazos, distrayéndose (mucho) en internet. Pero, a veces, él soñaba...
Se veía navegando tierra adentro.
Las
montañas se transformaban en olas y marejadas y en él en embarcación, guiándose
por estrellas únicas... Será que, independientemente de la hora, navegaba
siempre de noche.
Navegaba,
entonces, tierra adentro, hasta encontrar puerto... Y será, tal vez, que es
cuando estallaba la tormenta que buscaba.
De pronto las montañas olas y las praderas
marejadas, eran piel y vello. Las estrellas lejanas lunares y el puerto
tormenta y humedad... Y, tal vez, un sabor salado, un poco metálico.
Y
él, navegante, extendía sus manos barcas a través de la espalda marejada hasta
llegar a las crestas de los senos olas. Y su boca navío buscaba otra boca
puerto y naufragaba en ella, bañándose del sabor de la lengua tormenta.
Y
las manos buques recorrían la espalda maremoto, hasta llegar a las nalgas
tsunami y en ellas entretenerse, sólo un poco más allá de lo necesario, antes
de bajar a los muslos tifones.
Y
sólo entonces, cuando las manos buques habían recorrido todo el cuerpo marea y
la boca navío naufragaba en el cuello puerto, el mástil encontraba la tormenta
y en ella se internaba...
Digamos que, a veces, él soñaba.
Y
digamos, también, que de madrugada, a la distancia, entre sueños, ella sentía
un sabor salado entre los labios... Y sonreía.
Mario
Stalin Rodríguez
Para ti, porque, lo
sabes, eres puerto y tormenta.
Etiquetas: Cosas que suceden, tratado sobre la necedad
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