miércoles, mayo 02, 2012

CON TODO RESPETO


Una de las frases que puede convencerme que mi interlocutor tiene, en palabras amables, severos problemas mentales, es “por favor, no ironices” o alguna de sus variantes. Usar esta fraseología en una discusión es, cuando menos, sacar ésta del terreno de los argumentos y meterla en pantanos francamente escabrosos.
           Seamos claros, la ironía es, en alguna de sus variantes, utilizar los mismos argumentos que el interlocutor, subrayando su ridiculez o estupidez, pero son, finalmente, argumentos.
                Suponer, entonces, que el uso de la ironía es una falta de respeto para el interlocutor es, en el fondo, proponer que no concordar con los argumentos de éste es una falta de respeto. Es decir; descalificar a priori la detracción, lo que invalida per se la discusión.
                La ironía es una estrategia discursiva, tan válida como cualquier otra, no por su naturaleza inherente, sino por la pertinencia de su uso. Ironizar por ironizar es desvirtuar la herramienta, tornándola ociosa y haciendo a quien la emplea, un idiota.
                Ironizar por ironizar sobre todo y contra todo, es la comodidad de no tomar partido y el llamado a no hacer nada, si todos son iguales, qué sentido tendría tomar un camino u otro.
                En otro sentido, la ironía, como toda herramienta, tiene su función específica y un momento específico para su uso. Utilizarla, por ejemplo, contra quien no puede entenderla es, en el mejor de los casos, cometer la estupidez de intentar matar moscas con bazuca.
                No nos equivoquemos, la ironía, como estrategia discursiva es un arma. Como tal, exige del usuario el conocimiento de sus funciones y naturalezas, a riesgo de cortarnos con su doble filo o bien, de que el tiro salga por la culata.
                La ironía es, entonces, la doble prueba de la inteligencia del actuante y de su interlocutor. Usarla con inteligencia y pertinentemente es la primera prueba; entenderla y saberla rebatir es la segunda. Si el interlocutor no entiende la ironía, entonces, el actuante deberá ser lo suficientemente inteligente como para modificar su estrategia discursiva.
                En otro caso, si el interlocutor entiende la ironía, pero se ofende por su uso y no por lo que en el fondo sugiere, entonces, éste no es tan inteligente como él mismo creería.

Mario Stalin Rodríguez

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1 Comments:

Blogger LA CASA ENCENDIDA said...

Creo Mario, que no sabemos utilizar el vocabulario para empezar y saber interpretar la ironía con inteligencia es algo que solo unos pocos saben hacer.
Besicos muchos.

11:18 a.m.  

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