miércoles, enero 08, 2020

EL RETRATO DEL RETRATISTA

Una buena novela nos cuenta la verdad sobre su protagonista; pero una mala novela nos dice la verdad sobre su autor”.
Gilbert Keith Chesterton

Nunca he entendido el asunto de “separar a la obra de su autor”, será, tal vez, que nunca he creído en la existencia de “El Arte” que se escribe en mayúsculas y con negritas, sino más bien en creaciones artísticas hechas por personas, con ideas específicas y en contextos particulares; con circunstancias sociales que desean perpetuar o cambiar.
            En el fondo de la tan repetida frase, subyace la creencia casi religiosa de que “El Arte” es una especie de mana espiritual que inmanence a través de “El Artista”, como una especie de amanuense elegido, pero que es, en esencia, ajeno a éste.
            Todo lo cual es, por supuesto, profunda y elitistamente contradictorio. Porque presupone, por una parte, la existencia de una especie de “casta de elegidos” que pueden crear y entender “El Arte” y que éste es, por ende, imposible por fuera de ellos. Pero, por otra parte y contradictoriamente, se asume que estos “elegidos” lo son por algo ajeno y superior a ellos, por completo independiente de sus características individuales y contextos sociales.

Por el contrario, entender el arte en minúsculas y sin negritas, es reconocer el protagonismo de las personas que lo crean y la trascendencia del contexto social y el momento histórico en los que surge.
            Todo el arte, toda creación artística, es un discurso; una “enérgica protesta, para enseñar a la naturaleza cuál es su verdadera función”, como escribiría en su momento Oscar Wilde.
            En esta lógica, la creación artística, como todo discurso, puede ser interpretada de diversas maneras de acuerdo a la formación, bagaje cultural y opinión de cada quien... Pero, como sucede siempre que se habla de opiniones, no todas las interpretaciones son igual de válidas.
            Más allá del simplista “pues a mí me gusta y no me importa quién lo haya escrito-pintado-esculpido-o-etcétera”, el discurso artístico surge de los contextos personales y sociales de quien lo crea y es ante estos que se posiciona, ya sea para perpetuarlos, alabarlos, criticarlos o hasta burlarse de ellos (y estos es cierto incluso cuando no se pretende “retratarlos”, como en las pinturas “no figurativas” de Pollok).
            Y, si la creación artística es una toma de posición, un infantil “¿me gusta?” no es la pregunta adecuada para abordarle, porque el “gusto” es un asunto profundamente subjetivo y habla mucho más de la persona que recibe el discurso artístico que del contenido de éste.
            Si la creación artística es un discurso, para abordarle la pregunta pertinente no es “¿qué me dice a mí como receptor?”, sino, primero, “¿quién lo creó y en qué contexto surge?”, para poder responder, finalmente, “¿qué dice realmente el discurso?”...

No se malinterprete, todo esto no quiere decir que la creación artística esté condenada a los límites de quién la creara y al contexto social y momento histórico en los que surge... Porque, por supuesto, hay obras que trascienden a sus creadores y al contexto social y momento histórico de los que surgieron.
            Pero, incluso para abordar éstas y entender el cómo y por qué lograron trascender, es necesario conocer las características particulares de quien las creara y el contexto social y momento histórico de los que trasciende.

Todo lo cual viene a cuento para establecer que el invitar a un activista antiLGBT+, que considera la diversidad sexual “una enfermedad” y así lo ha “defendido” en múltiples y diversos foros públicos, y que además financia abiertamente grupos de odio y “terapias de reconversión”, a un evento literario, escudándose en que se hacer “por su méritos literarios y no por sus posiciones políticas”, es una pendejada.
            Por supuesto que la organización de cualquier evento tiene la absoluta libertad de invitar a quien desee y por las razones que quiera, como es derecho del público potencial del evento el reclamar que, al menos, se asuman estas razones de manera abierta y honesta, para que este público pueda actuar en consecuencia (no asistiendo a dicho evento o programando actos de reivindicación LGBT+ en el mismo, por ejemplo).
            Porque si realmente les interesara abordar “La Obra” de manera independiente al artista que la creara, se organizarían lecturas de la misma y mesas de análisis sobre ésta, sin necesidad de invitar a un activista antiLGBT+ a un espacio al que asisten miembros de las comunidades LGBT+.
            De persistir en la intención de “separar a la obra de su autor”, invitando al autor, se le está diciendo a los miembros de las comunidades LGBT+ que sus derechos son mucho menos importantes que “la opinión” de un activista antiLGBT+, simplemente porque éste es uno de los “Elegidos” por “El Arte”.

Mario Stalin Rodríguez

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