LA MISMA VIEJA CANCIÓN
del Estado, sus responsabilidades y viejas respuestas
No debería sorprendernos, al final; no
conocen otra respuesta.
Desde
un principio fue evidente que la administración federal no tenía la más remota
idea de cómo lidiar con la desaparición de los 43 normalistas en Iguala,
Guerrero, ni con la protesta social que en torno a ésta surgió... Sus primeras
reacciones fueron en el sentido de siempre; minimizar el hecho, intentar responsabilizar
a las víctimas del crimen, coptar a quienes protestaban, ofrecer en sacrificio
algunas cabezas pequeñas (Aguirre, Abarca, los presuntos “guerreros unidos”
capturados hasta el momento) y cerrar el caso con una historia claramente
falsa, pero que pudiera ser comprada por los medios de comunicación.
Nada
de ello les funcionó...
A cada nuevo intento oficial, la respuesta
callejera crecía y su sentido era claro; “Fue el Estado”.
Tanto
más, las reacciones a los intentos oficiales de dar carpetazo iban siempre en
sentido contrario al que ellos esperaban. Tanto así que a la conferencia de
prensa del Procurador Federal le siguieron no lágrimas de resignación y luto
por parte de los familiares, sino una marejada de análisis que demostraban los
errores, omisiones, contradicciones y falacias descaradas que conformaban el
cuerpo principal de la versión oficial... Hasta que, final y literalmente, ésta
quedó bajo el agua.
De
hecho, a nivel internacional (lo que duele más a un gobierno tan preocupado por
su imagen en el extranjero), la prensa se centró más en la desafortunada frase
del cansancio de Murillo Karam (no se descarte que, siguiendo la misma táctica,
sea la suya la próxima cabeza en ser ofrecida como placebo).
El
siguiente paso en su gastado guión fue desviar la atención, criminalizando la
protesta.
Los primeros intentos fueron demasiado
groseros.
El
incendio de una unidad del Metrobus capitalino mientras sucedía una de las más
grandes manifestaciones que se han registrado en la historia reciente de México.
El extrañísimo intento por un grupo de encapuchados de quemar las puertas del
palacio de gobierno... Los montajes fueron tan pueriles que incluso la prensa
más oficialista se vio obligada a hablar de “provocadores” y “posibles
infiltrados”.
Debió
ser e4vidente para ellos que algo no estaba funcionando, pero tienen tan
enraizado el guión que sólo pudieron seguir... La policía capitalina, en un
absurdo intento de enfrentar a la población de la ciudad de México con los
manifestantes, empezó a cerrar el tráfico en arterias importantes en horas
pico, a suspender el servicio en el trasporte público masivo (metro, metrobus),
aludiendo supuestas manifestaciones o bloqueos que no existían.
La
reacción mayoritaria, sorprendentemente, fue criticar la actuación de las
autoridades de tránsito y la policía capitalina y no enfrentarse a los
manifestantes.
A
ello le siguió el patético montaje ocurrido en Ciudad Universitaria.
La
provocación fue tan evidente que incluso el rector de la UNAM se vio obligado a
enfrentarse (de dicho) con las autoridades capitalinas y éstas a reconocer lo
desafortunado de su accionar. Así, una acción encaminada de origen a justificar
la presencia de la fuerza pública en los terrenos de la universidad, encontró
su epílogo en el propio Secretario de Gobernación llamando a respetar la
autonomía universitaria.
Pero
no conocen otra canción...
De pronto, tanto los funcionarios como las
figuras políticas cercanas al partido en el poder y los periodistas más oficialistas,
empezaron a hablar de “intereses oscuros” y la “mano negra” detrás de las
protestas... Como si fuera el montaje de una pieza de baile (y es que, bueno,
era un montaje), en menos de una semana todas las voces del poder hablaban de
lo mismo.
El
primero fue uno de “periodistas” más cercanos al régimen. En un supuesto acto
de “honestidad” y “contraviniendo” la política editorial de la empresa en la
que labora, presentó un video de “indignación” en las redes sociales, en el
cual daba por buena la versión oficial y sugería “sutilmente” la relación del
principal líder opositor con lo ocurrido en Guerrero.
Acto
seguido, una “analista” del partido en el poder publicaba una nota que veía “la
mano” de este líder opositor en las protestas y sugería “sutilmente” que éstas
estaban encaminadas más a minar la presidencia de Enrique Peña Nieto, que a
exigir justicia para el caso de los normalistas desaparecidos.
El
propio ocupante de los Pinos, a su regreso de una gira internacional (ignorada
por la prensa del orbe, salvo por las críticas que se le hicieron), habló de “intereses
oscuros” que se “aprovechaban del dolor” para “socavar su proyecto de nación”
(sic)...
Todo
ello enmarcado en la declaración de que “el Estado no dudará en utilizar su
fuerza para terminar con la violencia”.
El mensaje parecería ser claro; “detengan
las protestas o utilizaremos la fuerza del estado para detenerlas”.
Es
decir; ante la demostrada incapacidad del gobierno para dar respuesta a las
demandas sociales, el siguiente paso de su guión es atemorizar a los
manifestantes para ocultar de la vista del mundo la creciente indignación
social.
Es
una táctica que le ha servido en el pasado... El asunto aquí es que, como rezan
las pancartas callejeras; nos han quitado tanto, que hemos perdido hasta el
miedo.
Mario
Stalin Rodríguez
Etiquetas: Acciones, Apuntes sobre periodismo, El Nombre de la Ignominia, El patético usurpador, Opinión, tratado sobre la necedad
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