jueves, mayo 02, 2013

ROMPIENDO VIDRIOS


apuntes sobre la rabia

Una de las mentiras preferidas del Poder es la llamada “Teoría de las Ventanas Rotas” postulada a mediados de los 90 del siglo pasado. Según ésta, la “rebeldía sin causa” de los jóvenes agrupados en “bandas” que se dedican a romper vidrios de establecimientos comerciales, debe ser reprimida con toda la fuerza del Estado, pues es el “embrión” que desembocará, inevitablemente, en el “rompimiento del Pacto Social”.
                Es decir; se empieza rompiendo vidrios y se terminará rompiendo el Estado.
                La falacia es más que evidente; se parte de postulados notoriamente falsos para llegar a una conclusión lógicamente correcta, pero igualmente falsa.

A raíz de la radicalización de las protestas magisteriales en Estados como Guerrero, Michoacán y Oaxaca, además de movimientos predominantemente juveniles como los vividos a partir del 1° de Diciembre de 2012 en la capital del país y, más específicamente, lo acontecido en la UACM (que derivó en la destitución de la falsa doctora Esther Orozco de la Rectoría de esta institución) y la toma de la Rectoría de la UNAM por un grupo sin organización específica y demandas más bien difusas. Los medios afines al Poder parecen retomar la idea de que romper vidrios es intrínsecamente condenable.
                Al margen de lo idiota que es agrupar movimientos tan diversos y con tan diversos protagonistas, bajo una misma etiqueta, lo cual, sobre decirlo, resulta lógico y de esperarse cuando hablamos de personas afines al Poder y sus voceros tradicionales. Resulta preocupante cuando sectores tradicionalmente críticos, se unen a la condena de estos movimientos sobre una simplificación imbécil.
                No se trata sólo de la directiva del PRD pidiendo que caiga todo el peso de la ley sobre los maestros que incendiaron su sede en Chilpancingo, Guerrero. Pues ya desde hace tiempo debió quedar claro que la cúpula de este partido político es mucho más cercana a la corrupción del Poder que a los movimientos sociales.
                No, se trata más de periodistas normalmente informados y cercanos a la izquierda, como Carmen Aristegui, que vieron un paralelismo inexistente entre el movimiento paraestudiantil y porril de los 70 contra Pablo González Casanova en la UNAM  y la legítima oposición que enfrentó al nepotismo y la corrupción que caracterizaron a la administración de Esther Orozco en la Rectoría de la UACM.
                Se trata, también, de estos mismos periodistas y de buena parte de la comunidad universitaria, incluso la cercana a movimientos como #YoSoy132, pidiendo que se desalojara al grupo que tomó por casi dos semanas el edificio de la Rectoría de la UNAM.
                Cual si se tratara de opinadores a sueldo y al servicio del Poder, el argumento se repetía con algunas variantes; sin importar sus naturalezas y contextos, estos movimientos eran y son condenables porque rompen vidrios y no se ajustan a los mecanismos institucionales y/o aceptados para manifestar su protesta.

De nuevo, la falacia persiste por partir de premisas falsas.
                No es sólo insistir en agrupar lo diverso en una misma taxonomía, es suponer que los causes “legales” son suficientes para la protesta, como si la experiencia no indicara claramente lo contrario.
                Es, justamente, la ineficacia de estas formas institucionales para atender y dar respuesta satisfactoria, la explicación primaria (aunque no suficiente) de la radicalización de las actitudes de grupos tan diversos.
                En 2006, las protestas postelectorales se llevaron a través de causes pacíficos e institucionales y Calderón fue impuesto en la Presidencia de la República a pesar de lo evidente de la manipulación de los resultados. En  2012, después de múltiples movilizaciones pacíficas e institucionales, Peña Nieto se sentó en la silla presidencial a pesar del evidente fraude de la compra de votos y financiamiento ilegal de su campaña presidencial.
                A pesar de movilizaciones institucionales y pacíficas, además de argumentos diversos de diversos sectores, las retrógradas reformas laboral, educativa y en telecomunicaciones, han sido impuestas sin la mínima oposición parlamentaria en el marco del bastardo Pacto por México.
                Antes este panorama ¿quién puede sorprenderse de que empiecen a romperse vidrios?... Ahora bien, tal vez el asunto no es tanto si rompemos vidrios, sino qué vidrios hay que romper.

Mario Stalin Rodríguez

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