Colaboraciones no tan espontáneas I
Nanny Og es una de las personas que más admiro en este mundo de ceros y unos. Desde su Testamento de los Miércoles y, posteriormente, su Cofre de Cuentos, ha sido compañía constante en mis noches de insomnio. Sus textos muestran un mundo irónico y divertido, uno donde las brujas se hacen amigas de las hadas y el más pequeño de los gigantes encuentra su compañía en el más grande los enanos... Un mundo, como éste debería ser.Pues bien, lo cierto es que yo soy fan de ella y, a veces, a ella le gusta lo que por estos bites publico y hemos tenido, incluso, nuestros pequeños intercambios de guiños y regalos...En fin, el asunto es que llegó un momento en que me di cuenta de que realmente me gustaría ilustrar una de sus historias y así se lo comuniqué un poco insistentemente... Y ella, que es una grandísima persona, en vez de conseguir una orden de restricción, accedió... Y, conociéndome como me conoce, se dio a la tarea de escribir tres historias sobre uno de mis temas preferidos... La primera de las cuales ve la luz hoy... Las otras dos, tan buenas como ésta, quedan en el tintero porque algo especial he de hacer con ellas...
Moscas
Tras varias horas de viaje soñaba con llegar a
casa, darme una ducha caliente, cenar algo y meterme en la cama pero las
malditas moscas no me lo permitieron.
Las encontré en el salón comedor, zumbando
alegremente en torno a un par de manzanas que, olvidadas en el frutero, se
habían podrido y ofrecían a mis indeseadas invitadas un espléndido banquete y
un fantástico lugar de reunión. De modo que, en lugar de relajarme como me
apetecía, tuve que retirar las manzanas pochas y luchar, insecticida en ristre,
contra aquella horda de moscas. Hice lo que me pareció una buena escabechina y,
antes de ir, por fin, a mi ansiada ducha, decidí echar otra buena cantidad de
insecticida y cerrar la puerta tras de mí con la esperanza de acabar con todas
ellas. “Los cadáveres -pensé- los barreré mañana”.
Pero
a la mañana siguiente no había ningún cuerpo muerto que recoger aunque no me
percaté de ello porque lo que sí había, y en grandes cantidades, eran moscas
zumbando y revoloteando. ¿Cómo podía ser aquello posible? La noche anterior
había gastado un bote de insecticida y juraría que las había eliminado a todas.
¿De dónde, pues, salían todas esas? ¿Qué las atraía? Dispuesto a averiguarlo
fui al supermercado para aprovisionarme de productos de limpieza y, sobre todo,
de algún insecticida más potente.
Hice
la limpieza del siglo en casa. No deje mueble ni mover, suelo sin fregar,
ventana sin limpiar, ni baño sin higienizar. Luego, insecticida en ristre,
volví al ataque contra las moscas invasoras. Todo el día duró esta batalla
contra la mugre (menos de la que creía) y contra las moscas (más de las que
pensaba). Agotado y satisfecho con mi labor, decidí irme pronto a la cama.
La
mañana llegó soleada, esplendorosa y llena de zumbidos... ¿Zumbidos? ¡No podía
creer lo que estaba escuchando! Y cuando abrí los ojos no quise creer lo que
estaba viendo. Las moscas, las malditas moscas, no sólo no habían desaparecido
sino que habían llegado hasta mi dormitorio. ¿Es que no había nada que acabara
con ellas aparte del típico y lento sistema de aplastarlas? Porque aplastarlas
era sencillo, la verdad sea dicha. Eran estas, probablemnte, las moscas más
tontas del largo linaje de las moscas porque atraparlas y aplastarlas resultaba
la mar de sencillo... ¡pero era imposible acabar con todas ellas a manotazos!
Me
levanté, encendí el ordenador y comencé a buscar remedios caseros contras las
moscas. Luego los usé todos: cintas matamoscas, bolsas de plástico llenas de
agua, hojas de laurel, de ruda y de menta, clavo y limón, plantas de albahaca,
trampas diversas e insecticida, y por supuesto litros de insecticida, de todas
las marcas conocidas, desconocidas y hasta alguno casero.
Pasé la semana siguiente enfrascado en una
batalla constante e implacable contra los dichosos insectos alados. Usé todo mi
arsenal contra ellas pero lo único que parecía funcionar realmente era matarlas
a golpes. Del resto, nada.
Aquella moscas no eran normales. No podían
serlo. Las veía morir a montones y, sin embargo, al día siguiente ahí estaban y
cada vez en mayor número. Además cada día estaba más convencido de que aquellos
bichos se avalanzaban sobre mí... Cansado, desgreñado, obsesionado, convencido
de que me estaba volviendo loco por culpa de aquella maldita plaga de moscas
opté por llamar a unos profesionales. Tal vez ellos lograran lo que ni yo ni
mis armas caseras habían logrado. Eran
mi última esperanza.
Dejé
mi casa a primera hora de la mañana y me fui a un hotel. Tomé una larga y
reconfortante ducha, me comí un opíparo desayuno y luego dormí como un bendito
durante doce horas. Por primera vez en muchos días, me sentí descansado y
tranquilo.
Cuando regresé me recibió el silencio y el
aroma del insecticida utilizado por los exterminadores. Recorrí todas las
habitaciones de la casa, una por una, sin zumbidos, sin revoloteos, sin tener
que espantar ningún insecto. Ni una... no había ni una. No me lo podía creer.
Libre. Por fin. Había recuperado mi hogar.
Qué
iluso.
Pasaron
varios días de tranquilidad absoluta. Ni una sola mosca perturbaba mi
existencia. Lo daba ya todo por felizmente acabado. Fue entonces cuando noté
los primeros síntomas. “Un resfriado”, pensé, y no le di mayor importancia.
Entonces
vi las noticias.
Plagas
de moscas por todo el mundo. Lo que me había ocurrido a mí, estaba ocurriendo
en todos los rincones del planeta desde hacía ya tiempo. No se sabía cómo
habían surgido ni de dónde. Las llamaban “moscas zombi” porque, aunque las
mataras, siempre volvían. Lo peor de todo es que eran altamente infecciosas.
Las moscas no muerden pero el simple contacto con ellas basta para infectar y,
una vez infectado, enfermar, morir y transformarse en zombi. La única manera de
acabar con ellas era a golpes.
El
presentador dio la lista de síntomas: dolor, fiebre, agarrotamiento... El caldo
de pollo que estaba tomando frente al televisor cayó de mis manos. Si todo
aquello era cierto yo ya estaba infectado y moriría en pocas horas para pasar a
convertirme en zombi.
Pero, espera, no, quizás “mis” moscas no eran
de esas moscas. Quizás “mis” moscas eran moscas normales y corrientes. Quizás
“mis” moscas no me habían pasado ninguna enfermedad. Por supuesto que no. En la
tele acababan de decir que no había forma de acabar con ellas pero yo, con
ayuda de los exterminadores, había eliminado a “mis” moscas, así que tenían que
ser otras moscas distintas...
En
ese momento oí un zumbido estruendoso y la luz del sol dejó de entrar por la
ventana. Alcé la vista y allí, golpeando una y otra vez el cristal, estaban
“mis” moscas. Era imposible que pudiera saberlo pero lo sabía. Eran ellas, mi
propias moscas zombis.
La
fiebre es ya muy alta. Duermo a ratos. Deliro a ratos. Soy consciente cada vez
menos rato. Las moscas, “mis” moscas, a base de golpear el cristal lograron
romperlo y entrar en casa. Revolotean a mi alrededor, pasean sobre y hasta
dentro de mí. Ya no tengo fuerzas para espantarlas. En realidad ya no quiero
espantarlas. Dentro de muy poco seré como ellas y siempre viene bien tener
amigos...
Nanny Ogg
Loly Espinoza
Etiquetas: off topic
1 Comments:
No es cierto que a veces me guste lo que por estos bites publicas, eso es falso. A mí me gusta "siempre" lo que por aquí publicas porque yo también me declaro fan tuya y ya sabes que por ahí anda un sombrero deshilachado y manchado de tanto recorrer el camino entre tu blog y el mío :D
Me encanta la ilustración lo cual no es ninguna novedad porque sabes que siempre me ha gustado tu forma de dibujar. Y me encanta enviarte colaboraciones... aunque sé que esta vez he tardado muchísimo, muchisísimo, en cumplir con lo prometido :D Esta no es la primera vez que colaboramos y, desde luego, por mi parte no será la última.
¡Y a mí que no me gustaban los zombis! Y ahora resulta que se han convertido en uno de los monstruos a los que más relatos he dedicado :D
Espero que el resto de tus lectores disfruten con mi historia :)
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