martes, abril 25, 2017

CLICHÉ

Se abre la puerta.
            La mujer va enfundada en una bata de baño un poco demasiado grande, con el cabello húmedo recogido por atrás de manera apresurada y la cabeza cubierta por un pañuelo. Tímida, se disculpa por su apariencia; se había estado bañando, dice, cuando de pronto se cortó el agua... Por eso lo había llamado.
            El hombre entra a la casa y se dirige a la cocina donde, según le dice su anfitriona, se encuentra la llave de paso. Ella va platicando de cualquier cosa, del tiempo, del servicio de agua en el edificio, del ruido que hacen las tuberías en la noche, del deficiente suministro eléctrico y lo alto de las tarifas, de que hace una semana estuvieron tres días sin gas, etcétera...
            Él prepara sus herramientas, cierra la llave de paso y empieza a desmontar la cañería en busca del desperfecto. La mujer sigue con la charla superficial; el suyo debe ser un oficio entretenido, le dice en algún momento, conocer a todo tipo de personas, entrar en todas las casas, enterarse de algunos secretos.
            El hombre sigue con su trabajo, respondiendo escuetamente, la mayoría de las veces con monosílabos y un poco de mala manera... Estira la mano para coger una llave y no encuentra su caja de herramientas, se extraña; la había dejado justo al alcance de su brazo.
            Tal vez la movió con su propio píe sin darse cuenta, piensa; tal vez el se alejó mientras iba desarmando el tubo... No importa, le pide a la mujer que le alcance el perico.
            Ella le alcanza la llave, acompañándola de algo más; un cuadrado con tacto de papel metalizado... Cuando lo ve, extrañado, reconoce inmediatamente el sobre de un condón sin abrir.
            Voltea extrañado, sólo para encontrarse de frente con el vello que rodea el húmedo sexo de su anfitriona; el aroma a jabón le inunda...

Por supuesto que había escuchado historias, él mismo, entre cerveza y cerveza, había contado más de una a sus empleados y colegas de profesión; amas de casa solitarias que buscaban en los plomeros lo que no obtenían de sus maridos, viudas jóvenes que intentaban llenar el vacío dejado por el difunto, solteronas recatadas que, súbitamente, dejaban salir toda la lívido reprimida... Etcétera.
            Pero él sabía que eran eso; sólo historias. Inventos de hombres pequeños y aburridos que buscaban mostrarse como grandes machos frente a sus pares; fantasías de un poder que sabían no tener...
            Y, de pronto, ahí estaba él, sorprendido, frente a un sexo un poco con demasiado vello para su gusto y que olía a jabón...

Sintió las manos de ella en su cabello, acercándolo.
            Empezó tímido, sin saber demasiado bien cómo hacerlo; no recordaba la última vez que besó un sexo femenino... No fue el de su exesposa, eso es seguro; aquel había sido uno de los muchos reclamos que le echó en cara cuando lo dejo llevándose a sus hijas con ella. Tampoco el de a amiga ocasional con la que, algunas veces, se encontraba en los bailes populares o fiestas patronales. Mucho menos los de las prostitutas que, no demasiado frecuentemente, visitaba.
            Casi por instinto, va besando los labios y el clítoris; utilizando la lengua. El sabor, un poco salado y algo metalizado, le excita a niveles que no conocía... En muy poco tiempo se siente a punto de reventar sus propios pantalones.
            Con más sugerencia que fuerza, ella le va levantando la cabeza, haciéndolo pasar por su abdomen y senos. Con sus manos él va abriendo la bata; juega con los senos y, mientras los besa, intenta desanudar el cinturón afelpado; ella se lo impide...
            Se besan en los labios y ella introduce su lengua con pasión, probando el sabor de su propio sexo en una boca extraña...

Ella va bajando. Ayudándole a desabotonar su camisa.
            Mientras él se la quita, ella desabrocha el pantalón y se lo baja; dejando libre el miembro erecto.
            Sonríe y se lo lleva a la boca... Con los labios le coloca el condón y lo estira hasta la base con los dedos. Con apenas la presión suficiente para que se sienta, pero sin mover el preservativo, continúa con los dedos, la boca y la lengua.
            Cuando se le hace evidente que el hombre está a punto del clímax, se detiene. Se tumba en el suelo y abre las piernas sugerente...

El primer encuentro es fugaz y un poco salvaje.
            Él la toma en el suelo, agarra sus senos y glúteos, apretándolos, mientras la penetra cada vez más rápido... Aquello dura apenas lo suficiente para que ella llegue al primer clímax, justo en el momento en que él empieza a eyacular dentro del condón.
            Se tumba a su lado en suelo frío. Intenta iniciar alguna conversación, pero ella lo calla colocando un dedo en su boca... Sonríe, de un bolsillo de la bata saca el sobre de otro condón, lo abre y coloca entre sus labios. Dirige su rostro hacia el miembro que empieza a estar flácido.
            Mientras con su boca y una mano empieza de nuevo a excitar el sexo de su ocasional compañero, lleva sus dedos libres hasta su entrepierna, mojándolos con su propia humedad.
            Introduce primero un único dedo en su ano... Después, cuando el placer sobrepasa al dolor inicial, son dos... Al poco tiempo, cuando el miembro de él se encuentra de nuevo completamente erecto, ella deja de jugar con su boca, se incorpora y, dándole la espalda, se va sentando lentamente sobre éste, dejándolo entrar entre sus glúteos...

Al día siguiente, por la tarde, entre cerveza y cerveza, él cuenta a sus colegas de oficio lo sucedido; hablando de una mujer que bien podría haber  sido modelo de una revista “para caballeros”, enfundada en una bata de fina seda y un sexo de aroma a perfume fino, con escaso vello, que al final, quedó rendida mientras él, caballeroso, la dejaba recostada en su amplia cama entre sábanas de lino...
            Sus amigos ríen y le festejan, pero, en el fondo, saben que lo que escuchan es sólo una historia... El invento de un hombre pequeño que busca mostrarse como un gran macho frente a sus pares... La fantasía de un poder que sabe negado.
            En su casa, enfundada en una bata de baño un poco demasiado grande, con el cabello aún húmedo por la reciente ducha, ella sonríe mientras ojea el listín telefónico... Con un plumón negro tacha el inicio de la sección de “plomeros”.
            Como sucedió antes con los hombres del gas, los electricistas y algunas otras profesiones, la realidad no cumplió con lo que prometían las películas... Aquel pobre hombre hizo su mejor esfuerzo, reconoce, fue tierno y salvaje y la llevó al clímax en una, dos y hasta tres ocasiones...
            Encierra el nombre y teléfono en un círculo rojo para, cuando abra el listín, recordarlo con cariño; como a todos sus otros compañeros ocasionales... Se lleva el plumín a la boca y, mordisqueándolo, sigue pasando las hojas amarillas... Tal vez, se dice, llegó el momento de probar con “técnicos en computadoras”.

Mario Stalin Rodríguez

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