CLICHÉ
Se abre la puerta.
La
mujer va enfundada en una bata de baño un poco demasiado grande, con el cabello
húmedo recogido por atrás de manera apresurada y la cabeza cubierta por un
pañuelo. Tímida, se disculpa por su apariencia; se había estado bañando, dice,
cuando de pronto se cortó el agua... Por eso lo había llamado.
El
hombre entra a la casa y se dirige a la cocina donde, según le dice su
anfitriona, se encuentra la llave de paso. Ella va platicando de cualquier cosa,
del tiempo, del servicio de agua en el edificio, del ruido que hacen las
tuberías en la noche, del deficiente suministro eléctrico y lo alto de las
tarifas, de que hace una semana estuvieron tres días sin gas, etcétera...
Él
prepara sus herramientas, cierra la llave de paso y empieza a desmontar la
cañería en busca del desperfecto. La mujer sigue con la charla superficial; el
suyo debe ser un oficio entretenido, le dice en algún momento, conocer a todo
tipo de personas, entrar en todas las casas, enterarse de algunos secretos.
El
hombre sigue con su trabajo, respondiendo escuetamente, la mayoría de las veces
con monosílabos y un poco de mala manera... Estira la mano para coger una llave
y no encuentra su caja de herramientas, se extraña; la había dejado justo al
alcance de su brazo.
Tal
vez la movió con su propio píe sin darse cuenta, piensa; tal vez el se alejó
mientras iba desarmando el tubo... No importa, le pide a la mujer que le
alcance el perico.
Ella
le alcanza la llave, acompañándola de algo más; un cuadrado con tacto de papel
metalizado... Cuando lo ve, extrañado, reconoce inmediatamente el sobre de un
condón sin abrir.
Voltea
extrañado, sólo para encontrarse de frente con el vello que rodea el húmedo sexo
de su anfitriona; el aroma a jabón le inunda...
Por supuesto que había escuchado historias,
él mismo, entre cerveza y cerveza, había contado más de una a sus empleados y
colegas de profesión; amas de casa solitarias que buscaban en los plomeros lo
que no obtenían de sus maridos, viudas jóvenes que intentaban llenar el vacío
dejado por el difunto, solteronas recatadas que, súbitamente, dejaban salir
toda la lívido reprimida... Etcétera.
Pero
él sabía que eran eso; sólo historias. Inventos de hombres pequeños y aburridos
que buscaban mostrarse como grandes machos frente a sus pares; fantasías de un poder
que sabían no tener...
Y,
de pronto, ahí estaba él, sorprendido, frente a un sexo un poco con demasiado
vello para su gusto y que olía a jabón...
Sintió las manos de ella en su cabello,
acercándolo.
Empezó
tímido, sin saber demasiado bien cómo hacerlo; no recordaba la última vez que
besó un sexo femenino... No fue el de su exesposa, eso es seguro; aquel había
sido uno de los muchos reclamos que le echó en cara cuando lo dejo llevándose a
sus hijas con ella. Tampoco el de a amiga ocasional con la que, algunas veces,
se encontraba en los bailes populares o fiestas patronales. Mucho menos los de
las prostitutas que, no demasiado frecuentemente, visitaba.
Casi
por instinto, va besando los labios y el clítoris; utilizando la lengua. El
sabor, un poco salado y algo metalizado, le excita a niveles que no conocía...
En muy poco tiempo se siente a punto de reventar sus propios pantalones.
Con
más sugerencia que fuerza, ella le va levantando la cabeza, haciéndolo pasar
por su abdomen y senos. Con sus manos él va abriendo la bata; juega con los
senos y, mientras los besa, intenta desanudar el cinturón afelpado; ella se lo
impide...
Se
besan en los labios y ella introduce su lengua con pasión, probando el sabor de
su propio sexo en una boca extraña...
Ella va bajando. Ayudándole a desabotonar
su camisa.
Mientras
él se la quita, ella desabrocha el pantalón y se lo baja; dejando libre el
miembro erecto.
Sonríe
y se lo lleva a la boca... Con los labios le coloca el condón y lo estira hasta
la base con los dedos. Con apenas la presión suficiente para que se sienta,
pero sin mover el preservativo, continúa con los dedos, la boca y la lengua.
Cuando
se le hace evidente que el hombre está a punto del clímax, se detiene. Se tumba
en el suelo y abre las piernas sugerente...
El primer encuentro es fugaz y un poco
salvaje.
Él
la toma en el suelo, agarra sus senos y glúteos, apretándolos, mientras la penetra
cada vez más rápido... Aquello dura apenas lo suficiente para que ella llegue
al primer clímax, justo en el momento en que él empieza a eyacular dentro del
condón.
Se
tumba a su lado en suelo frío. Intenta iniciar alguna conversación, pero ella
lo calla colocando un dedo en su boca... Sonríe, de un bolsillo de la bata saca
el sobre de otro condón, lo abre y coloca entre sus labios. Dirige su rostro
hacia el miembro que empieza a estar flácido.
Mientras
con su boca y una mano empieza de nuevo a excitar el sexo de su ocasional
compañero, lleva sus dedos libres hasta su entrepierna, mojándolos con su
propia humedad.
Introduce
primero un único dedo en su ano... Después, cuando el placer sobrepasa al dolor
inicial, son dos... Al poco tiempo, cuando el miembro de él se encuentra de
nuevo completamente erecto, ella deja de jugar con su boca, se incorpora y,
dándole la espalda, se va sentando lentamente sobre éste, dejándolo entrar entre
sus glúteos...
Al día siguiente, por la tarde, entre
cerveza y cerveza, él cuenta a sus colegas de oficio lo sucedido; hablando de
una mujer que bien podría haber sido
modelo de una revista “para caballeros”, enfundada en una bata de fina seda y
un sexo de aroma a perfume fino, con escaso vello, que al final, quedó rendida
mientras él, caballeroso, la dejaba recostada en su amplia cama entre sábanas
de lino...
Sus
amigos ríen y le festejan, pero, en el fondo, saben que lo que escuchan es sólo
una historia... El invento de un hombre pequeño que busca mostrarse como un
gran macho frente a sus pares... La fantasía de un poder que sabe negado.
En
su casa, enfundada en una bata de baño un poco demasiado grande, con el cabello
aún húmedo por la reciente ducha, ella sonríe mientras ojea el listín
telefónico... Con un plumón negro tacha el inicio de la sección de “plomeros”.
Como
sucedió antes con los hombres del gas, los electricistas y algunas otras
profesiones, la realidad no cumplió con lo que prometían las películas... Aquel
pobre hombre hizo su mejor esfuerzo, reconoce, fue tierno y salvaje y la llevó
al clímax en una, dos y hasta tres ocasiones...
Encierra
el nombre y teléfono en un círculo rojo para, cuando abra el listín,
recordarlo con cariño; como a todos sus otros compañeros ocasionales... Se
lleva el plumín a la boca y, mordisqueándolo, sigue pasando las hojas amarillas...
Tal vez, se dice, llegó el momento de probar con “técnicos en computadoras”.
Mario Stalin Rodríguez
Etiquetas: Cosas que suceden, Entrada programada, off topic
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home