LOS FALSIFICADORES DE LA DEMOCRACIA
Al final, supongo, tiene un poco qué ver
con el desconocimiento de la historia o, más propiamente, con la forma en que
en ciertos grupos falsifican su historia para justificarse ante los propios y
ajenos ojos.
El
asunto es que, de un tiempo para acá, es notorio cómo, en el nombre de la
democracia, múltiples conquistas y candados democráticos van cayendo o son
pervertidos, siempre en nombre de la democracia y, no debería sorprendernos,
con el aplauso de grupos que se llaman a sí mismos democráticos.
Los ejemplos abundan; van desde la pretensión
de desaparecer el fuero político para legisladores, gobernadores y otros
funcionarios públicos, pasando por la idea de reducir o, simplemente,
desaparecer los impuestos tanto a los empresarios como a los trabajadores o por
la iniciativa de suspender el financiamiento público a los partidos políticos
o, cuando menos, supeditar éste al número de votos obtenidos por estos;
terminando en el uso y abuso de referéndums para justificar las peores
ignominias.
Los
argumentos, no se dude, siempre son por “el interés general”, por el “bien de
las mayorías” y el “fin de la impunidad” o “la corrupción”...
El
fuero político, nos dicen, ha permitido que legisladores y gobernadores
utilicen sus nombramientos para el enriquecimiento ilícito, la corrupción y otro
largo etcétera de crímenes. Para sustentarlo, emplean una multitud de ejemplos
actuales en los que, efectivamente, la impunidad cobija a figuras públicas.
Sin
embargo, en todo este argumento parece obviarse, no sé si ingenua o
intencionadamente, el hecho de que los pactos de impunidad poco tienen que ver
con el fuero político y sí mucho con la complicidad dentro de los grupos de poder
(formal o fácticos) y las instituciones de impartición de justicia.
Olvidan
también que, en un principio, la garantía de no acción de la justicia sobre
quien ostentara un cargo de elección popular, fue impuesta a fin de garantizar
no la impunidad de los grupos mayoritarios, sino la seguridad de la oposición;
a fin de que no pudieran utilizarse cargos falsos y crímenes inventados, para
impedirles actuar contra el poder hegemónico.
Antes
que hablar de la desaparición del fuero político, deberíamos hablar sobre la sanación,
limpieza y autonomía de las instituciones policíacas y de impartición de
justicia, a fin de que no pudieran ser utilizadas, como lo han sido no pocas
veces a lo largo de la historia actual de México, para perseguir, reprimir,
encarcelar y hasta desaparecer opositores.
Sin
este primer paso indispensable, eliminar el fuero para los cargos de elección
popular, no es democracia, sino garantía de perpetuidad para un único grupo en
el poder.
El perpetuar a un único grupo en el poder
pareciera ser la tónica general de todas las falsificaciones de la democracia.
Proponer,
por ejemplo, como se ha propuesto recientemente y se ha hecho amplio eco,
eliminar el financiamiento público a todos los partidos políticos, garantizaría
no el manejo trasparente de los fondos de estas instituciones, sino que sólo
aquellos grupos con compromisos no del todo confesables con los intereses económicos
y comerciales, pudieran participar en las elecciones de cualquier nivel.
Es
justamente para prevenir esta perversión que, hace no demasiado tiempo, se
logró legislar a fin de evitar el financiamiento privado de las campañas
políticas y regular las “donaciones” de particulares a éstas... Fue hace tanto
como en finales del siglo pasado.
Y
hoy, menos de medio siglo después, olvidamos (cualquiera diría que
intencionadamente) nuestra historia reciente; siempre en nombre de la
democracia.
Similares
problemas pueden encontrarse en la multiaplaudida “iniciativa popular” de “sin
votos no hay dinero”, que pretende atar el financiamiento público a los
partidos políticos a la cantidad de votos recibidos.
En
el esquema actual, nos dicen los promotores de la iniciativa, el financiamiento
público ha servido para que expresiones minoritarias vivan a expensas de las
arcas públicas. La solución, continúan, no es trasparentar el uso de los fondos
destinados a los partidos, sino asignarles a estos recursos proporcionales a
los votos recibidos en el pasado ejercicio electoral.
Dejando
de lado la obvia desventaja en que esta lógica pondría a grupos emergentes (que
al participar por primera vez en procesos electorales, recibirían recursos por
demás escuetos en comparación con los partidos ya establecidos), un esquema de
éste tipo en un escenario como el mexicano es, a todas luces, un despropósito.
Sin
limpieza en las instituciones organizadoras de los procesos electorales (INE),
en medio de una complicidad más que manifiesta entre los organismos de
calificación y vigilancia electoral (TRIFE) con los poderes políticos y
fácticos del país; con elecciones cuyos resultados claramente han sido
manipulados (2006) o en las que privó la compra de votos (2012).
Una
reforma de este tipo sólo garantizaría, de nuevo, la perpetuidad en el poder de
los grupos que han llevado a cabo estas prácticas...
Pero todos estos argumentos son obviados o,
simple y llanamente, acallados porque, nos dicen, estas ideas cuentan con “el
apoyo popular” y, continúan, “nadie puede oponerse a la razón de las mayorías”.
Olvidando,
de nuevo parecería que intencionadamente, que la “razón de la mayoría” ha
demostrado poder ser manipulada y dirigida, no hacia sus intereses como
conglomerado, sino hacia los de los grupos de poder.
Baste
recordar los resultados del referéndum sobre el Brexit, el plebiscito de la paz
en Colombia o, más recientemente, las elecciones en Estados Unidos... Cuando
sólo la voz de un grupo es escuchada y sus mentiras son repetidas constantemente,
a fin de acallar los hechos contrafácticos y las opiniones discordantes, la “razón
de las mayorías”, definitivamente, no es democracia.
La
democracia pasa, necesariamente, por la garantía de que todas las voces serán
escuchadas en igualdad de circunstancias, de que la información no será
manipulada ni la historia falseada... Mientras estos elementos no puedan ser
garantizados, cualquier iniciativa que busque restar la presencia del otro, del
distinto; es sólo garantía de perpetuidad, no democracia.
Mario
Stalin Rodríguez
Etiquetas: Apuntes sobre periodismo, El patético usurpador, Opinión
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home