TIMIDEZ
Lo curioso es que, en general, en su vida
diaria era más bien tirando a reservada.
Pocas
parejas había tenido en su no demasiado larga vida y, cuando llegaba el momento
de hacer el amor con ellos, siempre fue de noche, con las cortinas echadas y la
luz apagada.
Tampoco
vestía estrafalariamente, ni siquiera cuando aún se podía; sus ropajes eran
siempre normales y casi recatados. Faldones largos, casi hasta los tobillos,
pantalones no demasiado estrechos, camisas sin escotes, etcétera... Ni siquiera
se maquillaba demasiado, acaso algo de rímel, una sobra discreta en los ojos y
un lápiz labial discreto.
Y
no tenía una de esas bellezas que hace voltear a los hombres y mujeres por las
calles; era solamente una mujer anónima que caminaba por las calles sin llamar la
atención.
Tal
vez, si había tiempo y confianza, podrías mirarla a los ojos y encontrar en
ellos una chispa en el fondo. Si el ángulo era correcto y aquella tarde hiciera
calor, con un poco de suerte, podrías llegar a apreciar el lunar que tenía
justo por arriba del nacimiento de su seno izquierdo... Pero eso era sólo si
había tiempo y te fijabas lo suficiente.
Mucho
menos era participativa, en el colegio siempre fue de las más calladas; la sola
idea de hablar en público le aterraba. Su voz era más bien apagada y su risa
discreta. Incluso enojada, casi nunca gritaba y, cuando lo hacía, se arrepentía
al instante.
Por
regla general, queda escrito, era más bien tirando a reservada.
Entonces, llegaron las prohibiciones.
Es
difícil saber el momento exacto en el que empezaron, más bien fueron
instalándose de a poco. Primero se restringió el acceso a ciertos contenidos en
la red, tal vez se dijo que era para combatir la piratería intelectual o alguna
cosa por el estilo.
Después,
como una medida para fomentar la tolerancia y el respeto, se prohibió la
difusión de imágenes y textos que hicieran mofa de religiones y figuras
públicas. De ahí a restringir la circulación de aquello que “ofendiera” los
sentimientos religiosos de algunos colectivos hubo un paso corto... Y la
religión, se sabe, se ofende casi por cualquier cosa; sobre todo si en ello
está implicado el cuerpo femenino.
Y
las medidas seguían y cada vez eran menos pequeñas, pero siempre por razones
superiores.
Para
“mantener el orden y el decoro” en las oficinas públicas, escuelas y centros de
entretenimiento, se ordenó prohibir en estos inmuebles las faldas demasiado
cortas, los pantalones muy entallados y, por supuesto, los escotes pronunciados
en pecho o espalda.
Pronto,
para “proteger a las mujeres del acoso callejero”, estas prohibiciones se
extendieron a la vida toda, a cualquier lugar y, en general, a las calles... A
este paso, decían algunos, para asegurar la libertad de la mujer, será
necesario que permanezca en burka, embarazada y amarrada a la mesa de la
cocina.
Pero,
fuera de estos chistes, no se hacía gran cosa... Por que las medidas eran
siempre por razones superiores y motivos loables y cualquier crítica a éstas
eran inmediatamente acallada con preguntas del tipo “¿acaso no cree
indispensable mantener el orden y el decoro en los edificios públicos?” o “¿acaso
está en contra de que el Estado haga todo lo que está en sus manos para
proteger a las mujeres del acoso diario?”.
Obviamente,
las medidas fueran acompañadas siempre de otras, no dirigidas específicamente a
las mujeres y para las cuales también se esgrimían razones superiores.
Restricciones a las manifestaciones públicas, mayor control sobre la opinión y
noticias de la prensa... Siempre para “asegurar la libertad, el respeto y los
derechos de todos los ciudadanos”.
Y ella, que siempre había sido tan
recatada, se encerró un día en su recamara con una cámara fotográfica.
Tomó
cientos de fotografías, de sus ojos, de sus labios, de sus manos con mensajes
escritos en las palmas, de sus senos, de su sexo sin depilar, de sus muslos un
poco flácidos y tirando a rollizos y, por supuesto, de su culo... De todas
ellas, le parecía, las más anónimas eran las últimas.
Guardó
una de ellas entre los papeles del colegio y salió hacia los barrios más
alejados de la ciudad. Fue caminando de comercio en comercio, sacando por ahí
12 fotocopias de la imagen en uno, 16 más en el de allá, otras nueve en el de
más acá... En total, llegó a tener tal vez unas 230 copias.
No
era una imagen demasiado elaborada ni una fotografía que pudiera llamarse
profesional. Tampoco tenía ningún mensaje escrito; era sólo la imagen de un
culo femenino anónimo.
Y
fue pegando cada una de las copias en distintos lugares, siempre temerosa de
que alguien la descubriera, pero, queda escrito, era una mujer que no llamaba
demasiado la atención por las calles.
Obviamente,
las imágenes no duraron demasiado en las calles esa primera vez; la mayoría fue
retirada por los agentes del orden o arrancada por ciudadanos indignados por
esas “faltas a la moral”... Algunas pocas acabaron en manos de otros ciudadanos
anónimos que las fotocopiaron a su vez y pegaron de nuevo en las paredes.
De
vez en cuando, digamos con intervalos de dos semanas a un mes o mes y medio,
ella volvía a fotografiar su culo y, repitiendo la primera operación siempre en
fotocopiadoras de comercios pequeños en distintos barrios y alejados del suyo, adornaba
nuevas paredes con nuevas imágenes.
Y
éstas eran retiradas por los agentes del orden o arrancadas y pisoteadas por
ciudadanos indignados por la “exaltación de la pornografía y la cosificación de
la mujer”... Y reproducidas, cada vez más, por manos anónimas que las volvían a
pegar en más y más paredes de la ciudad.
Y las medidas para “asegurar la libertad,
el respeto y los derechos de todos los ciudadanos” seguían implementándose y
eran, obviamente, cada vez más restrictivas... Y ya no había chistes sobre burkas
o cadenas en las mesas de las cocinas, porque esos chistes (que “cosificaban a
la mujer”) estaban prohibidos.
Entonces
hubo una manifestación espontánea.
No
hubo un cartel invitando a la asistencia ni una cita determinada, sólo gente
que, de boca en boca, a través de mensajes de texto personales o burdamente
cifrados en las vigiladas y restringidas redes sociales, fueron pasando la voz
poco a poco.
En
la plaza central de la ciudad primero se vieron algunos grupos dispersos, nada
fuera de lo común... Pero los grupitos iban creciendo y juntándose entre sí...
Hasta que la multitud desbordó la plaza y llegó a las calles aledañas.
No
había un líder ni orador central. Por aquí y por allá surgían megáfonos que
hablaban de recuperar la libertad. Algunos grupos cantaban canciones de
protesta o satíricas, de las que ahora estaban prohibidas... Aquí y allá, también
un poco más acá, a lo largo de toda la multitud y sin concierto alguno, manos
anónimas fueron alzando carteles que, en distintos tamaños, reproducían las
imágenes que ella, encerrada en su cuarto, con los pantalones y ropa interior en
las rodillas, sonrojada, había tomado.
Así,
una nación empezó a cambiar...
Mario Stalin Rodríguez
P.D. que anuncia lo que ya está anunciado
Esto, obviamente, va de preliminares. Porque fechas importantes se acercan y no es momento para quedarnos callados.
Etiquetas: Big Culo Day, Cosas que suceden, off topic
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