Los Falsificadores de la Democracia 03
EL MÁS CARO DE LOS AHORROS
Quien no conoce la historia, dicta el lugar
común, está condenado a repetirla. Lo que el dicho omite es que hay quienes,
conociéndola, están muy interesados en repetirla; esgrimiendo las mejores razones y con el peor de los
motivos, garantizando la perpetuidad de quien ocupa el poder, en nombre de la democracia (y sí, las cursivas son
pertinentes).
En
días recientes, el poder judicial falló a favor de la llamada Ley Kunamoto (por
el apellido del legislador independiente
que la presentó al congreso) “Sin Voto No Hay Dinero” y, nos dicen medios
normalmente identificados como progresistas, ello debería ser motivo de
celebración. Si bien es cierto que, de momento, sólo se aplicará en el estado
de Jalisco, en donde se interpuso la controversia constitucional que dio lugar
al fallo.
Lo
correcto sería aclarar que el criterio legal aprobado, en realidad, no se
refiere específicamente a esta reforma, sino a la capacidad de las entidades
federativas para establecer las reglas que deben seguir los partidos políticos
nacionales en procesos electorales locales, teniendo, entre otras facultades,
la de regular el financiamiento de estos.
No
haría falta profundizar demasiado para darse cuenta que, en esta lógica, lo
mismo que Jalisco puede aplicar la Ley Kunamoto, otras entidades federativas
podrían aplicar criterios para permitir, por ejemplo, financiamientos privados
a campañas locales (o a la aplicación local de campañas nacionales), dando píe a
la repetición atomizada de prácticas tan oscuras como las que aplicó en el 2000
el grupo de “Amigos de Fox”.
Las
implicaciones son evidentes, pero, sorprendentemente, los medios normalmente identificados
como progresistas, parecen obviarlas y centrarse sólo en lo que a la iniciativa
“Sin Voto No Hay Dinero” se refiere.
En su forma actual, la reforma propone
restringir el financiamiento público a los partidos políticos, supeditánlo a la
cantidad de votos recibida por los mismos en los procesos electorales pasados
inmediatos.
Ello,
nos dicen quienes la celebran, evitará, por una parte, que partidos
minoritarios reciban grandes cantidades de recursos financieros que podrían
ejercer de manera cuasi-discrecional y sin responder por ellos cuando perdieran
el registro por falta de votos.
También,
agregan, evitaría el despilfarro que los partidos mayoritarios hacen de la
ingente cantidad de recursos que se les asigna, contratando publicidad
extemporánea y prácticas aún más funestas como la compra de votos a través de
esquemas como las tarjetas electrónicas que el PRI utilizó en el proceso
federal del 2012 y en diversos procesos locales (como el del Edomex este mismo
año) a partir de entonces.
Dejando
de lado que el criterio de la Corte que, se supone, debemos celebrar,
permitiría, en los hechos, que las autoridades locales legalizaran este tipo de
prácticas en su territorio y centrándonos únicamente en la Ley Kunamoto, las
contradicciones resultan más que evidentes.
Lo
primero que llama la atención es que la ley se concentra únicamente en el monto
del financiamiento que los partidos recibirían, obviando la parte de la
fiscalización del manejo de éstos, cuyas reglas actuales, ambiguas y bastante
oscuras, deja intocadas.
También
destacan las obvias condiciones de desigualdad en las que supeditar el
financiamiento a los votos recibidos anteriormente, deja a las instituciones
políticas emergentes y a los candidatos independientes, pues al no tener “votaciones
anteriores”, recibirían un monto significativamente menor al de los partidos
mayoritarios establecidos.
Es
decir, tal cual está; la ley “Sin Voto No Hay Dinero” no sólo no combate la
inequidad rampante en los procesos electorales, sino que la perpetúa, garantizando,
con ello, la continuidad de los grupos en el poder.
No se promueve un esquema de idéntico
financiamiento, independiente a su número de votos, a todos los partidos
políticos o fortalecer los mecanismos de fiscalización, amén de prohibir la
contratación de publicidad por fuera de los órganos reguladores, medidas todas
que garantizarían la equidad en las contiendas electorales.
Porque
no es la equidad ni, por supuesto, el acceso de grupos emergentes a los puestos
de decisión, lo que interesa a los falsificadores de la democracia... Garantizar
la continuidad e inmutabilidad de quienes ejercen el poder pareciera, al fin de
cuentas, el motivo último de la Ley Kunamoto y es ello lo que, nos dicen,
debemos celebrar...
Mario
Stalin Rodríguez
Etiquetas: Apuntes sobre periodismo, El patético usurpador, Opinión
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