Los Falsificadores de la Democracia 04
EL IMPOSTOR
Se acerca el fin de las campañas electorales
en México, en vísperas de lo que se antoja como una elección histórica en un
país que nunca ha podido confiar en sus resultados electorales.
Durante
este periodo he evitado explicitar mi intención de voto, aunque, como dice la
introducción a estos bites citando a Cortázar, “mi color y rumbo preferidos se
perciben apenas se mira bien” y es por eso que, en estas líneas, no ahondaré
sobre mi claramente obvio voto.
Se
trata más bien de analizar un fenómeno que, si bien no ha sido exclusivo de
este proceso electoral, sí ha alcanzado en éste uno de sus máximos ejemplos; el
candidato impostor.
Ricardo Anaya es joven, ambicioso y, dicen
sus detractores, “carismático”.
El
“carisma”, obviamente, es un término subjetivo que, cabe mencionar, pocas veces
le ha valido a Anaya para algo práctico, ya que en su meteórica carrera
política, realmente nunca ha logrado convencer a nadie de votar por él. Todos
sus puestos públicos o partidistas han sido por designación directa, vía plurinominal
o bien, como “candidato” único cuando “contendió” por la candidatura panista, en
un proceso que fue más una pantomima, que una “votación”.
Con
este currículum es que el panista arrancó, confiado, una campaña que para él se
antojaba cuesta abajo; lo único que necesitaba, le decían, era capitalizar el
enorme desprestigio que la administración de Peña Nieto (menos del 2% de
aprobación) le ha acarreado al PRI y los 12 años de guerra sucia en contra del
candidato opositor, López Obrador.
La
estrategia, por supuesto, dependía en mucho de la desmemoria pública, para que
el electorado no recordara el patético espectáculo de Anaya, como líder del
PAN, aplaudiendo las “reformas estructurales” de Peña Nieto, acompañado de los “líderes”
que se apropiaron de las siglas del antiguo partido opositor y hoy satélite del
poder, el PRD.
Sin
embargo, la propia ambición de Anaya jugó en su contra.
Sin
necesidad de una “campaña orquestada en su contra”, el simple ejercicio
periodístico empezó, desde antes del arranque formal de la contienda, a arrojar
datos que presentaban al político queretano como alguien dispuesto a todo,
incluso al crimen, con tal de satisfacer sus propósitos.
Señalado
por actos de corrupción, lavado de dinero, tráfico de influencias y un
larguísimo etcétera, la campaña de Anaya, artificialmente inflada desde medios
como Milenio o Reforma, empezó a naufragar desde Febrero de este año, llegando
a estar en práctica caída libre a partir de Abril pasado.
Nada
de lo que se ha intentado desde su equipo más cercano o los medios que le eran
afines, le ha ayudado, tanto más, incluso mucho de esto ha resultado
contraproducente.
El
intento de mostrarlo como alguien “valientemente confrontativo” durante el
segundo debate, sólo logró mostrarlo como un abusador de colegio, que intenta
suplir con agresión y mentiras, su completa falta de argumentos y propuestas.
La
falta de propuesta es, por supuesto, otro de los puntos nodales de su campaña,
que se ha transformado en un ejercicio de esquizofrenia. Las ideas presentadas
por el panista van de la “crítica” al “populismo” del candidato puntero en las
encuestas, a la apropiación de las propuestas del mismo, exagerándolas hasta el
ridículo (dispositivos electrónicos con acceso a internet gratuito para todos
en todo el territorio –sic-).
Enmarcando
todo ello, la estrategia anayista ha sido mentir sistemáticamente sobre todo y,
en particular, sobre la figura de López Obrador. Estrategia que tal vez le
habría resultado útil en un México anterior a los sismos de 2017... Pero,
justamente por la ineficacia gubernamental y la impericia de los partidos
políticos para abordar la emergencia civil, permitió el surgimiento de una
cultura de verificación informativa y la creación de redes de información que,
si bien no son generalizadas ni masivas, sí permiten el contraste casi
inmediato de las afirmaciones de las figuras públicas.
Así,
los “golpes mediáticos” que Anaya ha intentado en contra del principal
candidato opositor, se ha revertido en su contra una y otra vez, lo cual ha
sido particularmente notorio después de los tres debates organizados por el
INE, tras los cuales fue el candidato más desmentido por la organización de
medios y periodistas conocida como Verificado 2018 (en honor al grupo civil
Verificado 19, que se dedicó a desmentir noticias falsas durante la emergencia
civil de Septiembre de 2017).
Hoy, lejos de la confianza que intenta
trasmitir a través de una sonrisa que se antoja cada vez más falsa, Anaya luce
desesperado; temeroso del final de una contienda en la que se sabe derrotado.
Asustado por saber que no puede regresar a las filas de un partido, el PAN,
destrozado en partes iguales por su persistente complicidad con el poder y por
las divisiones propiciadas por el propio candidato. Ni ser arropado por las
ruinas de lo que hoy se llama PRD.
Con
su fama pública destrozada por la exhibición de sus pecados, tampoco podría regresar
a la comodidad de una vida empresarial, que sólo fue exitosa en tanto pudo
valerse de sus puestos públicos y contactos políticos.
Anaya
no tiene otra opción que ganar la presidencia... Y México necesita que Anaya no
lo logre.
Mario
Stalin Rodríguez
Etiquetas: Apuntes sobre periodismo, El patético usurpador, Opinión
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