LA CALOR
I
Abandona, sigilosa, su elevado puesto de
observación con un salto al colchón.
De
la cama baja al suelo sin perder de vista a su presa, que revolotea distraída a
un costado del escritorio... El ruido del ventilador de pedestal inunda la habitación.
Asecha...
Se prepara para saltar... El bochorno la inunda.
La
posición de ataque se transforma en un estiramiento generalizado de su cuerpo;
bosteza perezosa y ve la mosca revolotear.
Se
tumba cuan larga es en el suelo...
“¿Qué?”,
dice la figura sentada ante el escritorio; “¿demasiado calor para cazar? Sí, te
entiendo”.
II
Sale de la ducha sintiéndose mejor.
Se
arregla el pelo oscuro en el espejo y, desnuda, se dirige a su cuarto, el corto
paseo le arranca un poco de la sensación de bienestar, sobre todo cuando pasa
por debajo del tragaluz por el que el sol entra en pleno.
La
suave brisa del ventilador la refresca al entrar en su habitación.
La
gata la observa entrar desde arriba del librero y la saluda con un maullido
apagado.
Rebusca
en los cajones; le queda poca ropa limpia y la sola idea de poner la lavadora
para, después, subir al techo para tender la ropa al sol le agota... De pronto
el ventilador se detiene.
Revisa
el enchufe para ver si movió el cable mientras buscaba ropa… El calor empieza a
invadir la habitación.
Acciona
el pagador sólo para comprobar lo evidente, no hay electricidad... El sudor
empieza.
Se
desprende de la ropa interior recién puesta, toma la toalla que había aventado
sobre una silla y regresa al baño, esperando que el servicio eléctrico se
reanude mientras se ducha por tercera vez en el día.
III
Se toman de las manos.
Casi
inmediatamente ella le suelta para limpiar en la pernera del escaso short la mezcla de sus sudores de su palma, le
sonríe disculpándose.
Él
pasa el brazo sobre sus hombros desnudos, ella le rodea la cintura con el suyo.
Dan tres o cuatro pasos así, hasta que él se retira abrumado por el bochorno de
la cercanía, le sonríe disculpándose.
Acalorados,
siguen caminando uno al lado del otro, separados por el justo espacio para que
la casi inexistente brisa circule entre ellos... De vez en cuando se miran
entre sí, sonriéndose.
IV
La gata se levanta, camina a través de la
habitación escuchando el distante ruido de la ducha... Imponiéndose al bochorno
y haciendo un esfuerzo sobrefelino, alcanza la ventana abierta de par en par...
No, el aire libre no es más fresco que el interior de la habitación.
Mira
hacia atrás, el ventilador de pedestal sigue quieto; mudo sin nada que le
alimente... Bufa y con un salto alcanza el borde de la barda vecina. Levanta la
nariz para orientarse, localiza el olor que busca y empieza caminar en esa
dirección.
V
Saliendo de la escuela, la niña pasa por el
parque.
Recuerda
que su padre no llegará a casa sino hasta una o dos horas después que ella...
Mira el parque y la promesa de frescura de la sombra de los árboles.
Desvía
su camino.
Salta
la ridícula cerca que separa las áreas verdes del camino y pasa al lado del
desgastado letrero que advierte sobre la prohibición de pasear mascotas y pisar
el césped.
Tiende
su suéter bajo un árbol y, mientras se recuesta sobre él, mira a un pareja que
pasea por la acera de enfrente, mirándose mutuamente pero demasiado acalorados
como para tocarse.
Desvía
la mirada hacia las hojas del árbol y agradece la suave brisa que de pronto
empieza a soplar y se cuela por debajo de su falda... Una gata negra llega bajo
la misma sombra, se estira perezosa y se tiende a su lado.
Mario
Stalin Rodríguez
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