miércoles, noviembre 15, 2006

CUENTO DE HADAS

historia para combatir insomnios

Mario Stalin Rodríguez


El monstruo no era un monstruo, al menos no de la forma en que todos creían... En todo caso, era un monstruo anciano, pero no como en el tiempo que pasa, aunque de años tampoco era pobre; sino de la forma en que la vida pesa. Tal vez por eso fuera un monstruo; por la carga de su experiencia.

La princesa de las hadas, por su parte, también cargaba con sus recuerdos, aunque de distinta manera.

I

El monstruo, antes de ser un monstruo, amó; cuánto amó. Tal vez, sólo tal vez, su transformación empezó el día en que perdió la mirada que era su mundo. Tal vez, sólo tal vez, en las lágrimas que vertió por ella iba su humanidad... Sólo tal vez.

Lo cierto es que aprendió a mirar a los otros con desconfianza; siempre desde la totalidad y no en las partes. Tal vez por ello los detalles de la redención ajena se le escapaban. Aprendió a ser cruel, a señalar los errores y contradicciones; a juzgar por el todo y no por fracciones.

Aprendió también que tenía razón. Miró a los hombres desde las traiciones, desde la simulación que practicaban los hipócritas. Vio a los parásitos seguir a los cínicos y a ambos encumbrarse sobre los cuerpos prescindibles. Los vio mentir, negar a sus fantasmas.

Se alejó el monstruo de los hombres. Ellos, por supuesto, al principio lo siguieron buscando; en parte porque pensaban que podían revertir su transformación, que dentro de él aún existía el hombre que había sido y se empeñaban en rescatarlo. En parte porque creían que podían seguir utilizándolo.

Se alejó el monstruo de los hombres y buscó por otros caminos la esperanza. No estaba solo, por supuesto, no completamente solo; encontró otros monstruos con quienes construir distintos puentes... Pero eran pocos, eran tan pocos.

Por ello volvió el monstruo su mirada a los hombres que había abandonado y encontró en algunos de ellos, en le fondo de sus ojos, una pequeña chispa de la esperanza que buscaba. No en los grandes hombres, por supuesto; en ellos el poder había borrado a los sueños; se habían acostumbrado a buscar el mañana sobre las espaldas de los prescindibles.

Fue ahí, entre los pequeños, que encontró a sus semejantes. También entre ellos aprendió a sumar, a caminar de nuevo al lado de los hombres, a no dividir sus luchas y a no apartarse, pese a los hipócritas, pese a los cínicos, pese a los parásitos; pese a las traiciones.

Encontró así el monstruo a los distintos, sus semejantes. Eran pocos, eran tan pocos... Pero empezaban a sumarse.


II

La princesa de las hadas, por su parte, también había aprendido a alejarse de los hombres. Ella también amó y supo también del dolor de la pérdida. También vio a los hombres traicionarse y vio a los hipócritas y a sus parásitos encumbrarse sobre las espaldas de los prescindibles.

Pero la princesa de las hadas, por su parte, siguió buscando entre los hombres el amor, simplemente porque no podía renunciar, no le habían enseñado a rendirse. A veces, incluso, creyó encontrarlo. Aprendió a ver de la totalidad los detalles de la redención ajena; a querer de los hombres una parte, ignorando el todo.

La traicionaron, por supuesto, le mintieron, a veces, era ella misma quien se mentía; simplemente porque no podía renunciar, no le habían enseñado a rendirse... Pero no siempre se equivocaba y mantuvo algunas esperanzas a su lado. Así encontró también la princesa de las hadas a los distintos, sus semejantes.

Eran pocos, eran tan pocos... Pero eran suficientes.


III

Ya conocía la princesa de las hadas al monstruo, sus caminos se unieron no pocas veces en los puntos donde habita la esperanza. Algunas veces fueron cercanos, aunque no mucho; otras veces sólo conocidos. Siempre, aún en la distancia, se sabían cómplices.

No fue extraño que, finalmente, se encontraran.


Pero el monstruo tenía miedo, no lo confesaba, tal vez no lo sabía; pero tenía miedo. Temía estar junto a ella, nuevamente entregarse demasiado y nuevamente perderla. Tal vez por eso, a veces, se escondía; buscaba ocupaciones y regresaba cansado. Se marchaba, se alejaba y guardaba para sí secretos y preocupaciones. Se refugiaba en el claustro que para si mismo construyó.

Lo irónico de esta historia es que así la perdió.

Tal vez fue él. Tal vez ella se cansó de buscarlo, de sus inexplicables ausencias, de sus inseguridades y del miedo que, de vez en vez, se adivinaba en sus ojos. Tal vez esperaba de él mucho más de lo que sabía dar. Tal vez se cansó de buscar, dar, exigir sin recibir respuesta.

Tal vez ella también tenía miedo, tal vez tampoco lo confesaba; tal vez tampoco lo sabía. Tal vez temía conocerlo demasiado y encontrarlo distinto a lo imaginado. Tal vez temía estar junto a él, nuevamente entregarse demasiado y nuevamente perderse a sí misma.

El fin de esta historia es que, al final, se perdieron ambos.


IV

El caballero de la brillante armadura llegó tarde; al descender de su corcel no había ya un monstruo que vencer, ningún dragón que mantuviera prisionera a la esperanza. Tal vez por eso, para evitar que se le hiciera prisionera, decidió que lo mejor era mantenerla a buen resguardo. Tal vez por eso o, tal vez, porque el caballero de la brillante armadura no conocía otra forma de rescatar princesas.

Así, el héroe de estas líneas rescató a la princesa de las hadas cuando no era necesario. Pero la rescató, al final es lo que cuenta y dedicó sus días y noches a hacerla sentir segura, a apartarla de los monstruos.

El caballero de la brillante armadura no era un gran hombre, pero buscaba serlo. Aprendió de los encumbrados la función de los prescindibles, que es decir todos los otros. Aprendió de los hipócritas, de los cínicos, la forma de buscar el mejor mañana para sí mismo, que es decir; a mentir, a traicionar. Aprendió tan bien que tal vez, sólo tal vez, por ello no conocía otra forma de rescatar princesas.

Tal vez en el héroe de estas líneas la princesa de las hadas encontró lo que buscaba, tal vez la mantuvo segura; tal vez le mentía. Tal vez no a ella, tal vez sólo no le hablaba de las mentiras que poblaban su mundo, sobre las que construía su seguridad y la de ella. Tal vez no la traicionaba, no a ella; pero sí a los demás, a todos los otros, que sólo es otra forma de mentira.

Tal vez ella lo sabía y tal vez, sólo tal vez, decidió ignorarlo; sumar a las mentiras del caballero de la brillante armadura, el engaño que a sí misma se imponía. Tal vez, sólo tal vez, encontró en el héroe de estas líneas un detalle, una minúscula parte, que justificaba redimirlo, a pesar de las mentiras, de la traición que era su totalidad.


Tal vez el caballero de la brillante armadura llegó tarde, cuando no había ya dragones en los amaneceres y noches de la princesa de las hadas. Tal vez la rescató cuando no era necesario... Pero la rescató, al final es lo que cuenta y dedicó sus días y noches a hacerla sentir segura, a apartarla de los monstruos.


V

El monstruo y la princesa de las hadas siguieron encontrándose, al final; el construir imposibles tiene eso, la necedad de seguir encontrándose... A veces cercanos, otras a la distancia.

Cuando él la mira observa memoria, el recuerdo de su mar salado, de la tempestad entre las sábanas. La mira y cuenta los lunares bajo su blusa. A veces, cuando no la mira, le basta cerrar los ojos para evocar su imagen. Otras veces, casi siempre, sueña despierto, con los ojos abiertos, y cualquier resplandor le recuerda su mirada, toda música es su risa y las flores y frutas tienen su aroma.

Tal vez, sólo tal vez, ella lo recuerda a veces. Tal vez algunas veces cierra los ojos y la imagen del monstruo llega a su memoria desde alguna parte escondida de su mente; tal vez, solo tal vez, se permite una sonrisa al recordarlo.


El monstruo y la princesa de las hadas seguirán encontrándose, al final; el construir imposibles tiene eso, la necedad de seguir encontrándose... Y tal vez, sólo tal vez, llegará el día en que los grandes hombres y sus parásitos sean derrotados.

Será entonces, tal vez, que ellos, el monstruo y la princesa de las hadas, se miren a los ojos y sonrían... Y porque es esto un cuento de hadas; la sonrisa sólo será preludio del reencuentro.

Etiquetas:

4 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Realmente no creo que sea tan ficción este relato.
Somos muchos los mostruos por ahí sueltos.
Y me gusta creer que también hay muchas princesas de las hadas. ¿Y porque no caballeros de brillante armadura al rescate?

3:20 a.m.  
Blogger Necio Hutopo said...

Habemos muchos monstruos, es cierto; y habrá por ahí princesas de las hadas... COnstruir imposibles tiene eso, ¿no? La necedad de encontrarnos

9:41 a.m.  
Blogger glou said...

Hay un poco de muchos de nosotros entre caballeros, hadas y monstruos... Ya ves!

6:11 p.m.  
Blogger LA CASA ENCENDIDA said...

Y por estos lares, se dice: "Que la esperanza es lo último que se pierde"
Y creo que el escudo de este caballero es: "esperaNza", no?
Eso espero yo también,
Nani

4:09 p.m.  

Publicar un comentario

<< Home