jueves, agosto 21, 2025

Historias Caminantes 05

 LOS PASOS ACTUALES I

 (Sobre la representación de una música maya con su instrumento, en una ocarina de estilo Tikal -Guatemala- encontrada en la isla de Jaina, México)

México es un país de caminantes, de hijes de caminantes, de nietes de caminantes. Estas tierras han sido el destino, refugio, paso y origen de les caminantes y sus huellas han quedado marcadas en su día a día, en sus calles y paisajes... Porque ahí donde les caminantes pasan y llegan, marcan con sus huellas el día a día, las calles y los paisajes.

 

Desde el siglo XIX y, en particular, tras la independencia de la metrópoli española, a México fueron llegando de uno en uno, en oleadas, de pocos en pocos o en grandes grupos les caminantes.

            No sólo quienes pretendían continuar con el saqueo imperialista de los recursos que la independencia habría interrumpido, ya fuera a través de intervenciones militares, imponiendo a un pseudomonarca europeo o por medio de empresas depredadoras que se apropiaban de territorios y recursos, semiesclavizando a les habitantes o expulsándoles.

            Llegaron, también, quienes eran perseguides y discriminades en otras tierras, buscando aquí refugio... Y llegaron, también, les solidaries.

            Y las huellas de todes modificaron y enriquecieron estos suelos.

 

Tras la independencia de la metrópoli europea a tierras mexicanas llegó una no tan pequeña oleada de gente de todas las naciones árabes, principalmente de la región del monte Líbano, en su mayoría de confesión católica que huían de los conflictos que, con pretexto religiosos, se desataban para disputarse los recursos de la región.

            Esta migración se ve acrecentada con la política entreguista del porfiriato, que fomenta la llegada de capitales libaneses para financiar la industrialización a manos privadas con la que se pretendía impulsar el desarrollo de México, incluso a costa de las vidas y territorios de las comunidades marginales de mexicanes, principalmente indígenas, pero también de las cada vez más numerosas clases populares mestizas.

            El punto mayor de la migración árabe a México se da durante el primer cuarto del siglo XX, incluso en los convulsos tiempos de la revolución, debido al recrudecimiento de los conflictos sociales que, eventualmente, llevaron a la desaparición del imperio Otomano.

            Los casos más conocidos y documentados son, obviamente, los de los empresarios católicos libaneses que se instalaron, principalmente, en la ciudad de México y los estados de Veracruz, Puebla, Jalisco y Nuevo León. Pero con ellos (y el masculino se emplea aquí muy intencionalmente) llegaron también sus allegades, subordinades y sirvientes... Y las familias de todes elles.

            Personas de confesiones religiosas diversas, principalmente católica o cristiana, sí, pero también musulmana y judía. Una masa humana popular de miles que, más allá de los salones del poder financiero, se integraron en las comunidades receptoras y cuya huella es tan profunda que se aprecia, incluso, en los tacos que comemos.

 

Durante la invasión que culminaría con la entrega de más de la mitad del territorio mexicano al gobierno estadounidense, un puñado de soldados (en su mayoría migrantes o descendientes de migrantes irlandeses, comunidad católica fuertemente discriminada en el protestante Estados Unidos, pero también soldados de ascendencia alemana, española y hasta rusa) desertaron del ejército invasor para unirse a la defensa de México.

            Agrupados en torno de la figura de Jhon Riley, cayeron durante el sitio de Churubusco. Víctimas de la superioridad militar estadounidense, sí, pero también de las pésimas decisiones estratégicas de Antonio López de Santa Anna, que parecía empeñado en perder la guerra.

            La mayoría fueron procesados y fusilados como traidores por el ejército invasor. Los pocos sobrevivientes fueron marcados con fuego con la D de “desertores” y, al término del conflicto, regresaron a sus tierras ancestrales en Europa o se perdieron entre el gentío, abandonando sus apellidos y adoptando identidades y familias mexicanas.

            Ninguno de los cientos de soldados que formaron el batallón de San Patricio llegó a cobrar la recompensa monetaria y en tierras que el régimen de Santa Anna prometiera a los desertores del ejército invasor.

 

Durante los conflictos entre esclavistas y abolicionistas que culminaran con la Guerra Civil estadounidense, una pequeña, aunque significativa, parte de las personas afrodescendientes evadidas (a través del llamado “ferrocarril subterráneo”) de las haciendas sureñas de Estados Unidos, principalmente de la región de Louisiana y de los territorios que anteriormente pertenecieran a México, llegaron a territorio mexicano, instalándose en su mayoría en el estado de Chihuahua con la venia del régimen juarista.

            Cuando los gobiernos de los estados esclavistas reclamaban al gobierno mexicano la entrega de les “maveriks” (en alusión al ganado que huía de los establos) evadides, el gobierno de Juárez e incluso el ilegítimo “segundo imperio” de Maximiliano (que en realidad nunca tuvo control territorial en los estados del Norte), les respondieron que en México no había esclaves huídes, sólo personas negras mexicanas.

 

Presente desde los tiempos coloniales, la comunidad asiático descendiente de México se ve aumentada por la ley de exclusión China de Estados Unidos de finales del siglo XIX, que expulsara de su territorio a les descendientes de les migrantes asiátiques y redirigiera hacia puertos mexicanos a la constante ola migratoria que llegara a sus costas pacíficas.

            Instalándose principalmente en los estados del Norte, está comunidad enfrentó la discriminación importada junto a los capitales estadounidenses que controlaran el tendido de las vías ferroviarias en aquella región durante el porfiriato, a quienes les resultó redituable “responsabilizar” a les migrantes asiátiques de las condiciones de precariedad a las que sometían a sus trabajadores y comunidades locales.

            Este falsificado sentimiento de agravio fue acumulándose hasta que, en 1911 y aprovechándose del convulso ambiente provocado por el conflicto revolucionario, se desatara la llamada masacre de Torreón, cuando cientos o tal vez miles de personas asiáticas o asiadescendientes fueron asesinadas por turbas, no sólo en la ciudad chihuahuense que fuera el epicentro del conflicto, sino a lo largo de todos los estados del Norte.

            Les sobrevivientes se encaminaron hacia el Sur, abandonando su identidad y ocultándose detrás de documentos falsificados y apellidos “mexicanos” inventados, instalándose principalmente en la ciudad de México y los estados de Oaxaca y la península de Yucatán.

            Es hasta muy recientemente que les nietes y bisnietes de aquellas personas han empezado a estudiar las historias de sus antepasades para reivindicar sus identidades asiamexicanas, pero su huella ha sido visible siempre en los panes que comemos y hasta el mezcal que bebemos.

 

Durante todo el siglo XIX, pero particularmente a raíz de los conflictos que culminaran en el estallido de la Primera y Segunda Guerra Mundial, a las costas de Veracruz llegaron miles de rroms, ludars y calés; gitanes que buscaron en tierras mexicanas refugió de la histórica persecución y discriminación que sufrían y aún sufren en los territorios de Europa y Asia y que se vieron exponenciadas por los regímenes fascistas de Alemania y España (cientos de miles de romas fueron entregades por Franco a Hitler para su exterminio, más de un millón de personas de estas comunidades perecieron en los campos de exterminio).

            De tradición nómada las caravanas gitanas se internaron en México, algunos grupos se establecieron de manera sedentaria en los estados del Norte y la ciudad de México, dedicándose principalmente a ramos comerciales. Muchas familias continuaron su largo caminar en tierras mexicanas a través de espectáculos circenses que, con sus cambios y variaciones, aún se mueven de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad.

 

La expansión fascista expulsó de Europa a personas judías, musulmanas, cristianas, sexo o género diversas y un largo etcétera. Muchas de ellas llegaron a territorio mexicano.

            Por iniciativa del presidente Cárdenas cientos o tal vez miles de republicanes, socialistas, comunistas y anarquistas españoles, perseguides por el régimen fascista de Francisco Franco, encontraron refugio y futuro en México.

            El fascismo tiene muchas caras y en las décadas de los 50, 60 y 70 en América Latina tomó el rostro de regímenes militares que asesinaron o desaparecieron a generaciones enteras en Argentina, Chile, Guatemala, el Salvador y, en general, todo Centro y Sudamérica.

            Muchas de las personas que debieron partir al exilio impuesto o autoimpuesto encontraron en México refugio y futuro, nutriendo con sus experiencias el pensamiento y organización de muchas izquierdas nacionales.

 

México ha sido y es refugio de caminantes, en tiempos tan recientes como las pocas décadas de llevamos del presente siglo, a estas tierras han llegado les expulsades de Haiti, Centro y Sudamérica, ya sea para establecerse o sólo de paso en su caminar hacia el cada vez más ficticio “sueño americano”.

            México es una nación de caminantes, de hijes de caminantes, de nietes de caminantes; receptora, refugio, paso y origen de caminantes. Sus huellas marcan el día a día, calles y paisajes de esta y de tierras lejanas...

 

Mario Stalin Rodríguez

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