DEL COSMOS, EL INFINITO
y otras cosas igual de pequeñas
Ella descubrió el cosmos en una revista.
Fue
una noche, después de una pelea; él yacía dormido después del enfrentamiento,
roncaba. Ella estaba en un rincón, lloraba y se sobaba los golpes, como
siempre, algunos más que la vez pasada... Sí, esa que, como siempre, él había
jurado que sería la última.
Siempre
había algo; un mal día en la fábrica, el dinero no alcanza, una compra que no
él no entendía, un tipo que la había visto de más en la calle, saludar a un
amigo que ella no había visto en mucho tiempo... Siempre había algo y siempre
había otra vez que, como siempre, él juraba que sería la última.
Y llegó la noche en que ella descubrió el
cosmos.
Se
quedó ojeando la revista buena parte de la noche hasta que, finalmente, se
quedó dormida en el sofá; adolorida, lejos de él.
Como
cada vez, como siempre que él juraba que sería la última vez, la despertó con
cariño y le preparó el desayuno. Nada demasiado elaborado; unos simples
chilaquiles aderezados con toda su culpa y supuesto arrepentimiento.
Como
cada vez, como siempre que él juraba que sería la última vez, lo despidió con
una sonrisa triste cuando se fue hacia la fábrica... Pero esta vez, al
contrario de todas las otras veces, ella no se quedó en casa tratando de
justificarlo ante sí misma.
No,
porque aquella noche ella había descubierto el cosmos.
Salió de casa y con sus escasos ahorros se
dirigió a una librería.
Compró
libros sobre el cosmos y el infinito, sobre las dinámicas planetarias y la ley
de gravitación universal, sobre galaxias en espiral y agujeros negros; sobre
años luz y exploración espacial... Y regresó a su casa y los guardó, escondidos,
donde él nunca los encontraría.
Y,
desde entonces, cada noche se refugiaba en el cosmos.
Cuando
el llegaba cansado y se dormía poco después de cenar sin si quiera tocarla.
Cuando regresaba alegre y la llenaba de caricias que ella respondía más por
reflejo que por deseo... Y se quedaba dormido, exhausto, mientras ella deseaba
secretamente ser estéril.
Cada
noche, cada mañana que él se marchaba a la fábrica, ella se perdía en el
cosmos.
Pero el cosmos resultaba un refugio pequeño
cada vez que el juraba que sería la última vez.
El
infinito resultaba diminuto cuando, adolorida, se acurrucaba en algún rincón de
la casa, sobándose los golpes... Como siempre, algunos más que la vez pasada
que él juró que sería la última vez.
La
gravitación universal no aliviaba el dolor, como tampoco lo aliviaban los
chilaquiles que él, arrepentido, le preparaba a la mañana siguiente...
No,
el cosmos no era suficiente para esconderse de sí misma y su martirio... El
infinito resultaba pequeño y liviano; nada comparado con el cuchillo que
aquella noche, sin pensarlo, sostuvo en su mano...
Como sucede con los desaparecidos en este
país, nunca fue encontrado.
El
seguro de vida que mes a mes le descontaban del sueldo resultó escueto, más
pequeño de lo que esperaba; pero era mucho más dinero del que él le
proporcionaba mes a mes.
Cambió
la cama donde él la llenaba de su semilla y tiró el sofá donde ella dormía cada
noche que el juraba que sería la última vez. Se deshizo de la estufa donde él
preparaba sus chilaquiles de disculpa y compró mucho otros libros sobre el
cosmos y el infinito.
Con
el dinero sobrante rentó un local cercano a la fábrica donde él trabajaba y
pensó en abrir un desayunador… Y, con una sonrisa que hacía mucho no pintaba en
su rostro, pensó en ponerle un nombre rimbombante; “chilaquiles cósmicos” o algo
así de ridículo… Y pintaría las paredes con galaxias y planetas.
Mario Stalin Rodríguez
Etiquetas: off topic, virus informáticos
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