Insurrección electoral ciudadana
Asistí a la asamblea convocada por Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo capitalino el domingo 16 de julio de 2006.
Salí convencido de que se trata de un verdadero movimiento ciudadano, de una verdadera insurrección electoral de la ciudadanía que, en estos momentos, le sirven para expresarse, los partidos de la coalición Por el Bien de Todos, pero principalmente a López Obrador y el Partido de la Revolución Democrática. En otras circunstancias y para otros asuntos, el PRD no lograría juntar ni la tercera parte de los asistentes.
Esta manifestación es, como su nombre lo indica, una representación, por lo demás muy digna y pacífica, de una gran cantidad, yo diría de millones, de ciudadanos agraviados que salieron a votar de manera ejemplar y que no les ha quedado claro de que su voto se haya realmente contado con transparencia y legitimidad. Este solo hecho no puede pasar desapercibido para nadie, menos para las autoridades electorales, las autoridades públicas, los partidos y políticos en general.
Esta manifestación ciudadana claramente nos está diciendo que el problema no se dio en la participación ciudadana, ni en los miles de ciudadanos que cuidaron las urnas, sino en que, desafortunadamente, las autoridades electorales no estuvieron a la altura de la acción ciudadana. Les quedó grande el traje. Tal vez así habrá sido en otras elecciones, pero ahora salió a relucir por lo reñido de la competencia. Faltó oficio político y profesionalismo. Tampoco podemos descartar manipulaciones mal intencionadas de las que mucho se ha hablado. El hecho es que la duda está sembrada en la ciudadanía.
Me pregunto si también existen dudas en los ciudadanos que votaron en favor del candidato presuntamente ganador. Me imagino que no, pues en ellos prevalece ciertamente la idea de que su voto estuvo bien contado. Lógicamente la duda está en los que están de lado del candidato presuntamente perdedor. Estos son la mitad de los primeros, lo cual no es poca cosa. Pero tampoco les caerá nada mal a los primeros tener una certeza más de las elecciones para tranquilidad de todos.
En conclusión, aquí ya no es asunto de partidos, ya no es asunto de candidatos perdedores o ganadores, ya no es mero asunto de políticos profesionales, todos los cuales a lo mejor ni estarán a la altura de las circunstancias, como frecuentemente ha sucedido. Incluso hay gobernadores que se imaginan que con un desplegado en favor de un candidato van a disipar cualquier duda ciudadana. Aquí es asunto de los ciudadanos, aquí es un asunto vital para el país, aquí ya es un asunto de la vida democrática y social de todos los mexicanos, no importa opción política ni credo religioso ni clase social. Es más, no importa quién sea el ganador. Ojalá que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación esté a la altura de las circunstancias y ganemos todos en un ejercicio democrático limpio y transparente.
Sería muy temerario calificar esta manifestación del Zócalo, tal vez como descargo de conciencia y para no dejarnos interpelar en nuestra responsabilidad cívica, como una aviesa y bien planeada manipulación de partidos y políticos. Sería una falta muy grande de respeto, si no para todos, al menos para la gran mayoría de los que estuvimos ahí presentes. Me pregunto si al calificar de esta manera no estará aflorando "el PRI que todos llevamos dentro", por decirlo de alguna manera.
Termino mi reflexión presentándome: soy sacerdote católico del estado de Chihuahua. Participé activamente en defensa del voto y contra el fraude electoral de 1986 en mi estado. Allí la insurrección electoral ciudadana se vistió de azul (por cierto, con algunas manchas amarillas) porque ese era el cauce del río para la manifestación ciudadana. Ojalá lo recuerden con gusto y satisfacción los azules en estos momentos difíciles para ellos. Ahora el cauce del río se pinta de amarillo. Bueno, con algo de rojo y de naranja y algunos puntitos azules que he visto por ahí. Ojalá y en un futuro lo recuerden también con gusto y satisfacción los amarillos, ser un vehículo de la ciudadanía, porque me queda claro que la democracia a lo mejor puede tener adjetivos, pero no colores; no es patrimonio de nadie y lo es de todos a la vez.
Etiquetas: Opinión
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