PornoSemana 2025-00
EUCARISTÍA
Entra
al pequeño cuarto adyacente a la sacristía y se asegura de cerrar bien la
puerta, ya doña Consuelo se encargará de limpiar la capilla, guardar todo y
despedir al pequeño Nicolás; él no tiene humor para eso.
No
vive ahí, su casa y todas sus comodidades están a unas cuantas calles; este es
sólo un pequeño cuarto en el que descansa cuando las migrañas atacan... A penas
tiene una pequeña cama individual, una silla y una mesa pegada a una esquina,
sobre ésta hay una pequeña Tablet y, colgada de una de las paredes, la pequeña
reproducción de “La Última Cena” de Da Vinci que su prima le regaló cuando
entró al seminario, hace ya tantos años.
Se
afloja el alzacuello y duda si recostarse hasta que se pase el dolor...
Descarta la idea.
Hace
a un lado la silla y se hinca ante la mesa. Cierra los ojos, une sus manos y,
como lo ha hecho desde el seminario, cuando se quedaba a solas en su cuarto,
empiezas sus oraciones ante el cuadro.
No
lo ve, pero percibe el súbito brillo que traspasa sus párpados cerrados;
siempre es así... Escucha unos pasos lejanos, como si alguien caminara sobre
una duela vieja y desgastada; siempre es así... Sigue orando.
Siente
una mano gentil que se le posa sobre la tonsura y, como siempre ocurre, siente
un agradable escalofrío que le recorre el cuerpo... El dolor de cabeza de
cabeza desaparece milagrosamente, curado por un simple toque.
Abre
los ojos y ante él, ligeramente recargado en la mesa, se encuentra el hijo del
hombre, sonriéndole; así ha sido siempre desde el seminario, cuando su prima le
regalara la pequeña reproducción de “La Última Cena”, más como una broma privada
que por apoyar su vocación sacerdotal.
El
hijo de dios es idéntico a como se presenta en el cuadro del que salió. La pared y el cuadro colgado de ella ya no están, en
su lugar hay un vitral que presenta la misma escena, a través del que se cuela
una luz difusa y casi celestial; así ha sido siempre desde el seminario, antes
de que las canas invadieran toda su cabellera.
Y,
como ha sido siempre desde el seminario, el christós
sonríe mientras va abriendo la túnica que viste; no tiene estigmas ni la herida
en su costado y, como ha sido siempre desde el seminario, el sacerdote debe
recordarse que el cuadro de Da Vinci le presenta como era antes de su martirio.
El
hijo que es el padre termina de abrir su túnica, vuelve a colocar la mano sobre
su tonsura y con una sugerencia gentil, le acerca la cara hacia su miembro
erecto...
-Comed y bebed-, le dice –pues éste es mi
cuerpo...
Mario
Stalin Rodríguez
Etiquetas: 12 Uvas, Entrada programada, off topic, tratado sobre la necedad
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